Lun 20.01.2003

EL PAíS • SUBNOTA  › OPINION

Andaduras sin andadores

Por Blas de Santos

Pinta tu aldea y pintarás el mundo, decía Tolstoi. El cuadro de las asambleas es un fresco de los dilemas que atenazan el imaginario ciudadano: todo o nada, ahora o nunca, nosotros o ellos. En ambos casos el asunto es cómo escapar a esos callejones sin salida.
Este desafío es el que enfrentan las asambleas vecinales de vuelta de la anunciada toma del poder que la izquierda febril decretara para terminar el argentinazo iniciado el 19 y 20 del 2001, en su primer aniversario. Si los estudiantes habían podido actuar en representación de cientos de miles de sus compañeros, tomando el rectorado de la UBA, y algunos trabajadores puesto en marcha industrias quebradas, el único impedimento para tomar la Rosada y la city, es decir la suma del poder político y económico, era la falta de coraje y decisión de los empeñados en construir desde abajo y para lejos.
Liberados del abrazo de oso del izquierdismo, ocupado ahora en otros actores estrella –los piqueteros–, las asambleas transitan un período fértil para recomponer un proyecto tan preñado de anhelos como de incertidumbres: si lo que está en juego ya no es la toma del poder (gobierno, elecciones, coordinadoras barriales, interbarriales, nacionales, continentales...), ¿sólo les queda consagrarse a la beneficencia, al asistencialismo, a la filantropía? ¿Al aliviar de lo insoportable, al deseo de evitar lo peor y elegir lo menos malo?
Paradójicamente, es la reacción de la derecha social frente a sus efectos la que revela su potencialidad y les permite avanzar en reorientar sus rumbos.
Valga como ejemplo el de la olla popular de la Plaza del Botánico, una más de las que funcionan en nuestra ciudad. Los vecinos de la asamblea de S. Ortiz y Santa Fe que la atienden recibieron (27-II-02), vía Policía Federal, el reclamo de otros vecinos de cesar lo que consideran un “espectáculo” que no corresponde a ese vecindario.
Veamos los ingredientes de este “espectáculo”: en primer lugar, la constatación, por el hecho de ser ejercida por otros, del abandono por el Estado de su función de asegurar el bienestar general. Sigue, la prueba de la impotencia de la democracia formal para cumplir su premisa de ser un régimen fundado en la igualdad y la justicia para todos, junto a la evidencia de formar parte de un orden económico que, lejos de disminuir la exclusión social, la incrementa. Lo significativo es que demandaran a la fuerza pública bajar el telón –barrer la tierra bajo la alfombra– sobre una coreografía ante la que algunos se sienten perturbados porque “gente como ellos” pela verduras, cocina y sirve a cartoneros, embarazadas, adultos y chicos de la calle, sin techo, insanos y demás gente descartable para el sistema de producción vigente. Realidad de los porcentajes de pobreza e indigencia que la asepsia de las estadísticas hace digerible, pero impresentable si desmiente, en vivo y en directo, las ilusiones del medio pelo que aun pretende hacer piruetas en la pasarela de un modelo que sólo les permite el lujo de despreciar a los de más abajo. Nos preguntamos ¿qué es lo que repudian del “espectáculo”? ¿Será la prueba de una sociedad injusta en la que nadie puede sentirse a salvo de caer en desgracia, ni orgulloso de mantenerse a salvo? ¿O la responsabilidad que le cabe a cada uno por la suerte del conjunto? ¿El testimonio de los que ante una realidad indignante quieren transformarla y se arremangan para oponerse a lo injusto? ¿O el terror de que la realización del sueño de los condenados, que noche a noche transitan la desesperanza de la ciudad hostil, se convierta en la pesadilla que los anticipa, ya no sumisos recibiendo solidaridad sino volviendo en una organizada alborada dispuestos a tomar lo que les corresponde?

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