EL PAíS • SUBNOTA › LAS úLTIMAS MANIOBRAS DE EMILIO MASSERA DENTRO DE LA MARINA
Para recuperar su influencia, mientras la salud se lo permitió, Massera enviaba cartas de felicitación a cada oficial que era ascendido. El acuerdo con la conducción de la Armada y la incomodidad de los marinos.
› Por Nora Veiras
“Hasta que estuvo lúcido mandó cartas a cada oficial que ascendía. Desde capitanes de navío hasta almirantes, todos recibían unas líneas de felicitación firmadas por Emilio Eduardo Massera.” El marino cuenta la anécdota y recuerda la incomodidad de sus camaradas que no sabían cómo contestarle. El grado de almirante lo había perdido al mismo tiempo que se ganaba la condena a reclusión perpetua dictada por la Cámara Federal en 1985. El indulto de Carlos Menem le había permitido recobrar la libertad pero, como ese atributo presidencial borra la pena pero no el delito, Massera seguía fuera del arma. “¿Cómo no decirle almirante?”, repetían los hombres sobre quienes el mandamás de la ESMA pretendía seguir influyendo. Su populismo seguía en pie y sabía que muchos de ellos habían respetado su mando en épocas de esplendor. Su estrategia de comprometer a todos estaba intacta.
El actual jefe de la Armada, Jorge Godoy, solía repetir que “la Marina es una institución cruzada por la historia: yo cursé con (Ricardo Miguel) Cavallo, (Adolfo) Scilingo y César Urien”. Urien fue detenido años después por su militancia montonera, mientras Cavallo y Scilingo se distinguieron como integrantes de los Grupos de Tareas de la ESMA. Godoy, que llegó inesperadamente a la jefatura de la fuerza de la mano de Néstor Kirchner, decidió hacer buena letra. Sin que se lo ordenaran descolgó el retrato de Massera de la antesala de su despacho del piso 13º del Edificio Libertad y, a medida que flaqueaba la salud del genocida, conversó con su familia para evitar sobresaltos. Estaba obsesionado con la posibilidad de que le reclamaran honores militares por haber sido jefe del arma. No quería ni imaginar una conversación con la ministra de Defensa, Nilda Garré, con ese tema de agenda. A cambio de discreción, Massera tuvo garantías para recibir una atención VIP en el Hospital Naval.
Hace casi tres años, en la Navidad de 2007, una recaída había puesto a todos en alerta. La apertura de los juicios por delitos de lesa humanidad había colocado al Almirante Cero en el centro de varios procesos judiciales que se sumaban a las causas abiertas por robo de bebés. Todo debe ser discreto era el mandato machacado en su entorno. En esa sintonía, algunos marinos interpretan la notoria ausencia de los tradicionales avisos fúnebres en el diario La Nación.
Si había algo que no había sido Massera era discreto. Su megalomanía lo llevó a pretender emular a otro militar, Juan Domingo Perón, y soñar con una carrera presidencial sustentada en el peronismo. Apenas asumió como jefe de la Armada, ordenó cambiar la Marcha de la Libertad con que se identificaba esa fuerza por la Valiente Muchachada, una canción que había popularizado Tito Lusiardo en La muchachada de a bordo. Era una forma de insuflar espíritu de cuerpo, de incluir a los suboficiales en el arma más elitista. Aún hoy, la Valiente Muchachada es la melodía que resuena en las ceremonias internas de la Marina.
El proyecto personal de Massera trascendía las limitaciones de su fuerza de origen y él estaba dispuesto a todo o nada. Secuestrar, torturar, matar, hacer desaparecer, apropiarse de los bienes de los detenidos-desaparecidos eran apenas medios para proyectarse en la política. El sueño le quedó trunco, en el camino dejó miles de víctimas, durante años siguió coqueteando con la impunidad y apenas un par de meses antes de morir, en agosto pasado, un fallo de la Corte Suprema dejó en pie su condena al declarar la inconstitucionalidad del indulto.
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