Mié 02.02.2011

EL PAíS • SUBNOTA  › CóMO ES EL LUGAR SEñALADO

“Territorio siniestro”

› Por Alejandra Dandan

La estación del tren aparece dentro de un claro, en el camino de bosques, en medio de un fantasmal Parque Pereyra Iraola. A dos kilómetros quedó el cruce entre Berazategui y Villa Elisa, y un grupo de vecinos se acerca a la estación ante el revuelo de cámaras y de flashes, atraídos por la denuncia sobre los restos de Julio López. “Este es un territorio siniestro”, dice Guillermo Vaccari, como sabiendo de lo que habla. Viejo integrante de los foros vecinales de seguridad en la era de León Arslanian, y ahora parte de la agrupación Martín Fierro. “En la dictadura éste era un territorio dividido en dos partes: de un lado la Policía, del otro los militares.”

En las tierras que el peronismo expropió a los Pereyra Iraola para convertirlas en el Parque de los Derechos de la Ancianidad, las dictaduras abrieron espacio a la sede de la escuela de Policía Juan Vucetich y los militares al Centro de Formación de Infantería Naval (Cifin). Vaccari lo dice así, de corrido, rodeado por un grupo de guardaparques que con el tiempo transformó el centro naval en base de operaciones, asentada justo frente a la estación del ferrocarril Roca.

El Centro pasó en 1998 a la Policía, luego a Prefectura y en 2001 a Parques Nacionales. Daniel Bustamante, antropólogo del Equipo Argentino de Antropología Forense, uno de los que anoche daban vueltas en la estación, ya había excavado el mismo territorio hace años. El entonces juez Gabriel Cavallo recibió una denuncia que por sus características se parecía a la de ayer: un abogado había dicho que ese centro naval funcionó como centro clandestino y dio los datos de un supuesto desaparecido que podía estar ahí, integrante de la embajada venezolana. Pese a que no encontraron nada, el dato reactivó las historias oscuras del predio.

“Cuando éramos, chicos acampábamos acá –dice Alba Ale, guardaparques–. Encontrábamos armamentos tapados con lonas en el medio del monte, porque andábamos en lugares bien cerrados, incluso me acuerdo de tumbas: siempre hacíamos un circuito costeando el arroyo Pereyra y recordamos todavía hoy perfectamente dos tumbas, al costado, y ese lugar del terreno ahora está hundido.”

El lugar no es el predio de cien metros por veinte que hoy empieza a rastrillarse, pero está enfrente. Y esa cercanía potencia las pistas. “De pibes veíamos pasar los camiones cargados de civiles para adentro”, dice Guillermo Vaccari. Pero lo que pasa es que dicen que el que entraba acá, no salía”, dice, al lado, Adrián González, otro guardaparques.

La estación del tren siguió el derrotero del parque: en los ’90, con el desguace, los ferroviarios sin trabajo se quedaron a vivir alrededor de la estación, se hicieron vendedores ambulantes y cuando el tren empezó a parar solo tres veces por día, todo fue un desastre, cuenta Alba. Cerró la boletería. La estación fue ocupada. Tras un reclamo, en 2007 se reactivó. El testigo protegido de la causa habló de un lugar que fue alterado para esconder el cadáver. Los vecinos dicen que sólo se cambió la división entre los dos andenes y se pusieron piedras nuevas en las vías. “Si sobre eso actuaron algunas estructuras que todavía están activas y está claro que están activas –dice Guillermo–, hay que dilucidarlo, lo que es cierto es que para nosotros éste es un lugar muy propio de ellos.”

A un costado, Aníbal Hnatiuk, un abogado de los organismos de derechos humanos de La Plata, piensa en las posibilidades. Hay algo que vuelve verosímil todo esto, dice: “A unos mil metros de acá está el cruce de Punta Lara donde apareció el primer cadáver calcinado de la causa”. Y los de La Plata saben, agrega, que “si sos de Los Hornos, no vas a venir a tirar un cuerpo acá, pero también sabemos que ese otro antecedente existió”.

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