Dom 13.02.2011

EL PAíS • SUBNOTA

Las escalas de Obama

› Por Horacio Verbitsky

La visita que en marzo hará el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, a tres países de lo que allí se denomina “El Hemisferio Occidental” comenzará por El Salvador, donde tiene asiento la escuela desde la que se intenta modelar a las fuerzas de seguridad de la región; seguirá en Brasil, donde según fuertes versiones recorrerá las favelas cariocas en las que el Ejército volvió a realizar tareas policiales y culminará en Chile.

La semana pasada visitaron El Salvador el secretario de Estado adjunto para asuntos internacionales de narcóticos y aplicación de la ley, William R. Brownfield, y luego Arturo Valenzuela, ambos en preparación de la visita de Obama. La agenda de Brownfield fue la cooperación regional en materia de seguridad y la de Valenzuela la denominada lucha contra la pobreza. La semana pasada el diario salvadoreño El Faro publicó una encuesta según la cual si no hubiera respuestas efectivas a las preocupaciones por el crimen organizado, la inseguridad y la pobreza, “el 45,6 por ciento de los salvadoreños apoyaría la toma del gobierno por los militares”. En enero el Procurador General Romeo Barahona aprobó la creación de un nuevo centro de escuchas y grabaciones telefónicas financiado por Estados Unidos a un costo de cinco millones de dólares, luego de que la embajadora norteamericana Mari Carmen Aponte se lo reclamara por televisión. A su vez el presidente Funes anunció que el Ejército permanecería desplegado por tiempo indefinido para manejar sus responsabilidades de seguridad. Funes viajará a Colombia en busca de asesoramiento en la lucha contra el delito. Consultado sobre la polémica de Timerman con el gobierno porteño, Brownfield dijo que todas las Ileas son “transparentes, absolutamente abiertas a cualquier representante de los medios de comunicación, cualquier gobierno, cualquier visitante” y que ninguno de sus 35.000 egresados “ha sido acusado de violaciones a los derechos humanos” en ningún país del mundo. La semana pasada, el Pentágono difundió su nueva directiva estratégica militar. Ese documento sostiene que en procura de progresos en asuntos bilaterales, hemisféricos y globales con Sudamérica, ayudará a construir una cooperación de seguridad regional en Sudamérica, Centroamérica y el Caribe. Luego de elogiar a Brasil por el establecimiento del Consejo de Defensa Sudamericano propone integrar a los estados asociados en una “arquitectura de seguridad sudamericana que mejore la estabilidad regional”.

Las distintas fuerzas de la derecha aborigen presentaron el caso brasileño como ejemplo durante los días que duró la ocupación del Parque Indoamericano, como si hubiera punto posible de comparación. En las villas argentinas no viven centenares de miles de personas ni hay carteles de la droga que utilicen armas de guerra o constituyan un autogobierno local. El único fenómeno común es el repliegue del Estado. Por supuesto, hay otras razones para el itinerario de Obama. El Salvador es una economía dolarizada y tanto Brasil como Chile enfrentan un crítico panorama por la apreciación de sus respectivas monedas respecto del dólar, que hace depender su cuenta corriente del ingreso de capitales especulativos, un riesgo del que la Argentina está por ahora a salvo, gracias a las políticas seguidas desde 2003, luego del colapso del esquema que hoy aplican los vecinos premiados con la visita de Obama. El ajuste dispuesto por el nuevo gobierno brasileño muestra uno de los costos de esa situación, que puede agravarse con una previsible alza de la tasa de interés de Estados Unidos. En la Argentina el impacto sería menor, por vía de una reducción en el precio de los commodities que el país exporta. El domingo pasado, el diario Boston Globe publicó una entrevista con el ex subsecretario de Defensa Joseph S. Nye Jr., a propósito de su libro The Future of Power. Para Nye la “guerra de cuarta generación” a veces “no tiene campos de batalla o frentes definibles” y “la distinción entre civil y militar puede desaparecer”. En el reportaje sostiene que en este siglo prevalecerá lo que llama el “smart power” o poder inteligente, que define como la combinación de coerción y persuasión. La canciller de Obama, Hillary Clinton, caracteriza su política exterior con el mismo término. Comenta un economista argentino: “Esto tiene el mérito de aparear a la tasa de interés con los B2 como instrumentos de poder y pintar el clima de época. No hay nada más violento, coercitivo, que la moneda, que no es otra cosa que poder político impreso de curso legal”. Esta es otra forma de comprobar la coherencia entre la política económica de CFK y su actitud intransigente de no permitir que el poder militar estadounidense actúe dentro de la Argentina como si no se tratara de un estado soberano.

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