EL PAíS • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Mario Wainfeld
A fines del año 2006 y comienzos del 2007 los jueces Héctor Acosta y Norberto Oyarbide decidieron (en sendos expedientes sin vinculación alguna) investigar los crímenes de la Triple A, tipificarlos como de lesa humanidad y por ende imprescriptibles. Pidieron la extradición de la ex presidenta Isabel Perón. Las decisiones produjeron bastante repercusión periodística, aunque a la larga naufragaron por serias inconsistencias legales. En esa coyuntura, activaron alarmas en la derecha peronista. Las 62 Organizaciones, conducidas por Gerónimo Venegas, empapelaron la Capital con los afiches que ilustran esta nota. Su consigna era simplota, brutal, comprensible: “No jodan con Perón”. El mensaje era inequívoco: poner bajo la mira asesinatos del pasado era atacar al movimiento justicialista. El aviso apuntaba a Tribunales tanto como al kirchnerismo, sospechado por el Momo y sus adláteres de instar la movida judicial. O, al menos, de mirarla con simpatía. Venegas presionaba a un frente que por entonces todavía integraba, meses después ofrecería al comando de campaña kirchnerista una pegatina con la frase “No jodan con Cristina”. Le fue rechazada. Meses después se pasaría con armas y petates a “la oposición” en la vertiente del Peronismo Federal.
En este mismo mes, ese sector del justicialismo, el sindicato de Venegas (la Uatre) y los medios dominantes clamaron (sin usar esa frase tan grasa) “no se metan con el Momo”. La Confederación General del Trabajo (CGT) también puso el grito en el cielo. Fue cuando el juez Norberto Oyarbide detuvo al gremialista para indagarlo por presunta responsabilidad en las causas sobre la “mafia de los medicamentos”. Las respuestas fueron brutales e instantáneas. Los federales armaron una conferencia de prensa que tuvo generosa cobertura, el ex presidente Eduardo Duhalde la condujo, diputados del “espacio” dieron la cara por Venegas. La CGT expidió un comunicado que era una defensa cerrada de Venegas, flojamente mitigada por un título que aludía a separar “la paja del trigo” y una alusión crítica al oportunismo del duhaldismo. Oyarbide, en medio de una presión creciente, tomó indagatoria a Venegas y lo liberó contra importante fianza que el compañero logró en un periquete.
Ayer, el mensaje fue “no jodan con Pedraza”. El secretario general de la Unión Ferroviaria (UF) fue arrestado por orden de la jueza Wilma López, en el expediente que investiga el asesinato del militante popular Mariano Ferreyra.
Se suspendieron los servicios de la línea Roca y se complicaron los de la Mitre. El paro se maquilló como una medida espontánea de las bases. Hubo movilización frente a Tribunales. Se remedó todo lo que pudo la exitosa jornada que travistió a Venegas en una suerte de perseguido político y remató en su liberación, celebrada como el final del affaire Dreyfus. El saldo fue muy diferente.
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La lesividad de la medida de fuerza de la UF fue alta. Siempre lo es un paro de transporte público, máxime si damnifica a los sufridos usuarios del tren. El batifondo en la Plaza Lavalle se hizo sentir pero, en promedio y con la relatividad que impone el cierre de la nota en la noche del martes, queda toda la impresión de que Pedraza quedó mucho más solo que Venegas. Sobran motivos para explicar los distintos resultados con similar modus operandi. Reseñemos algunos.
La magistrada López es mucho más prestigiosa que Oyarbide, su desempeño en la causa del escándalo es inobjetable.
La acusación contra Pedraza se viene construyendo prolijamente, tras procesamientos a otros acusados, ya confirmados por la Cámara.
Ni la CGT, ni sector político alguno, ni los medios dominantes bancaron a Pedraza como al Momo. Sólo el sindicato se movilizó para lograr su impunidad, una praxis reiterada y deplorable.
Flojita de papeles y de apoyos, la UF acató la conciliación obligatoria impuesta a razonable velocidad por el Ministerio de Trabajo. Habrá que ver si no hay incumplimientos capciosos ulteriores. La conducción sindical deberá andarse con pies de plomo. Sus dos máximas autoridades están en severos apuros, en una causa por un asesinato político.
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La jueza fue escalonando sus decisiones. Primero procesó a todos los que estaban en el lugar del ataque a los tercerizados y militantes de izquierda. Explicó, basada en frondosa prueba, que hubo un grupo agresor que tenía intención de atacar, describió sus conductas en detalle. Concluyó la existencia de un ataque armado, organizado con antelación.
Para su Señoría en este estadio preliminar, hay varios coautores materiales. Para que exista coautoría en un crimen deben confluir: a) un plan común, b) objetivos compartidos y c) división de roles. Los distintos roles deben sumar un requisito: que el obrar del coautor haya sido imprescindible para consumar el delito. En este caso, hubo organizadores, personas que manejaban autos, otros que llevaron las armas de fuego, otros que las retiraron, otros que las dispararon.
Pedraza, que no participó en el ataque armado, es sospechoso de ser el organizador. La responsabilidad “subiría” hasta él por una escalera cuyo sólido primer peldaño es el dirigente ferroviario Pablo Díaz, reclutador de la patota de barras bravas y trabajadores. Díaz condujo el asalto, estuvo todo el tiempo en el lugar del crimen, mantuvo intenso intercambio telefónico con el “Gallego” Juan Carlos Fernández, secretario adjunto de la UF, segundo de Pedraza.
Díaz está preso y procesado, muy comprometido. Sus superiores están en apuros, aunque se requieren firmes pruebas para incriminarlos. Serán coautores mediatos (expresión que en jerga forense equivale al “autor intelectual” usado periodísticamente) si su participación fue previa al homicidio y los otros delitos de sangre. Y si fue necesaria para su concreción. En ese supuesto, les podría caer una condena similar a los autores materiales. Dadas las circunstancias agravantes (entre ellas la premeditación y la indefensión de las víctimas), puede llegar a cadena perpetua.
A Pedraza se lo pesquisa también por acciones ulteriores al asesinato, tendientes a garantizar la impunidad de sus compañeros. Si sólo se probaran éstas, el cargo sería encubrimiento y la condena algo menor.
Políticamente, Pedraza y su mano derecha están hasta el cuello. Penalmente, les cabe la presunción de inocencia pero su situación dista de ser envidiable. Ya hay abundantes pruebas de cargo. Y se siguen acumulando, merced a una labor encomiable de la jueza, los dos fiscales de primera instancia que actuaron y la Cámara.
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La soledad de Pedraza, en comparación con la de su colega Venegas, acaso hable de límites infranqueables. Ese hombre que fue prendido en Puerto Madero no puede generar solidaridades, cruzó demasiadas rayas.
Las pecheras verdes de los manifestantes que querían condicionar a la jueza López evocan un pasado distinto, distante. Aluden a las épocas en que listas con esos colores expresaban las corrientes renovadoras del movimiento obrero. Competían con las celestes y blancas, propias de la ortodoxia o la crasa “burocracia”. La trayectoria decadente de Pedraza impresiona. Décadas de militancia digna y arriesgada: la CGT de los Argentinos, la lucha contra la dictadura, el Grupo de los “25”, uno de los cuadros más formados y combativos del ubaldinismo. Ulteriores décadas de entreguismo, complicidad con las privatizaciones, transformación en empresario. La historia, en su biografía, no se repite como farsa: se degrada. El último tramo de la rodada es la lucha contra los trabajadores tercerizados, con remate en un crimen político que debería tener más consecuencias que la imprescindible (y, tal parece, factible) condena judicial a sus responsables.
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