EL PAíS • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Martín Granovsky
Por simple casualidad, la visita de Ollanta Humala a la Argentina coincidió con un día en que la Presidenta colocó a nivel muy alto el interés del Gobierno sobre la cuestión de las Malvinas.
Cristina Fernández de Kirchner inauguró el helipuerto presidencial al que puso el nombre de Roberto Mario Fiorito, el teniente primero del Ejército que murió en la guerra de 1982 como piloto de un helicóptero Puma derribado por el destructor inglés Conqueror.
La Presidenta también entregó el primer DNI a un nacido en Malvinas, James Peck, de 33 años, un artista plástico que pese a su linaje kelper de cuatro generaciones vive en Buenos Aires y sostiene que las islas son argentinas.
Malvinas fue uno de los temas escogidos por Cristina Fernández para resumir su encuentro con Humala. “Tengo un amor muy especial por lo que Perú hizo durante la guerra de las islas Malvinas, cuando puso sus aviones y pilotos a nuestra disposición”, dijo la Presidenta, que carece de embajador en Londres, aunque el Reino Unido sí tiene una embajadora en la Argentina.
El entonces presidente peruano, Fernando Belaúnde Terry, efectivamente apoyó a la Argentina. Incluso envió aviones Mirage franceses que no llegaron a usarse. Una versión indica que al mismo tiempo oficiales peruanos negociaron con Francia ser los intermediarios para dotar a la Marina argentina de misiles Exocet, pero la Argentina los habría adquirido con negociadores propios. En rigor, Belaúnde hizo algo más que apoyar los reclamos argentinos. También fue el canal diplomático utilizado por los Estados Unidos para obtener de la Argentina, que ya había desembarcado en las islas, una negociación que evitara la guerra. Las tratativas se frustraron tanto por la actitud de los comandantes argentinos como por el hundimiento del crucero General Belgrano por parte de los británicos.
Para demostrar que en política internacional 29 años puede ser un trecho corto, basta un recuerdo: la compra de armas de la dictadura es parte de la deuda original de la Argentina con el Club de París. Hasta parecen pocos los 132 años que pasaron de 1879, cuando comenzó la Guerra del Pacífico entre Chile, de un lado, y Perú y Bolivia del otro, con la victoria del primero. Estos días recrudeció el conflicto entre Chile y Bolivia por la salida al mar, y en simultáneo el Tribunal de La Haya tiene bajo estudio un litigio de límites marítimos entre Chile y Perú. El tema es bien actual. Debió contestarlo ayer Ollanta Humala a los medios peruanos durante su visita a Buenos Aires, cuando lo consultaron sobre si iba a cambiar algún delegado de los que trabajan en La Haya, uno de ellos Alan Wagner, el antiguo canciller del primer gobierno de Alan García. Igual que ante las presiones para que designe rápido un ministro de Economía y al presidente del Banco Central de la Reserva, respondió que lo pensaría tranquilo.
El contacto con los periodistas se produjo después de la entrevista de Humala con la Presidenta y el canciller Héctor Timerman.
Preguntado por el Mercosur, dijo que “buscaremos los mecanismos necesarios para integrar las comisiones del Mercosur con el propósito de aportar nuestra cuota de soluciones a los problemas comunes”.
El Mercosur tiene cuatro miembros plenos: la Argentina, Uruguay, Brasil y Paraguay. Venezuela ingresará no bien quede salvado el último obstáculo, la ratificación por parte del Senado paraguayo. En cuanto a Perú, se trata de un país asociado, como Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador y México.
Perú no podría ser miembro pleno del Mercosur porque el bloque es una unión aduanera con arancel externo común y, en cambio, Lima tiene firmado y ratificado con Washington un Tratado de Libre Comercio. El TLC lo pusieron en vigencia a comienzos del 2009 los entonces presidentes Alan García y George W. Bush. Los TLC no son sólo una herramienta comercial, tal como lo explicó la propia documentación oficial peruana: “Un TLC incorpora, además de los temas de acceso a nuevos mercados, otros aspectos normativos relacionados al comercio, tales como propiedad intelectual, inversiones, políticas de competencia, servicios financieros, telecomunicaciones, comercio electrónico, asuntos laborales, disposiciones medioambientales y mecanismos de defensa comercial y de solución de controversias”. Y agregaba el texto original: “Los TLC tienen un plazo indefinido, es decir, permanecen vigentes a lo largo del tiempo, por lo que tienen carácter de perpetuidad”.
Quizá pensando en esa limitación impuesta por el TLC es que Humala dejó ayer dos cosas en claro. Una, que “Latinoamérica es un espacio muy importante en cuanto a capitales y población, y podemos construir un mercado muy sólido”. Es decir que mencionó una política de bloque y no de carácter individual. Otra, la intención de que Perú “participe poco a poco, a partir de mecanismos de carácter político”.
El organismo que combina el núcleo de ambas dimensiones –capitales y población por un lado, participación política por otro– es la Unión Sudamericana de Naciones, con el liderazgo de Brasil y la Argentina y el acompañamiento activo de gobiernos de signo político diferente como Venezuela y Colombia. Unasur es la instancia de integración en infraestructura, política e intercambio de experiencias de gestión para los que no firmaron ningún TLC, los que firmaron TLC por convicción, como Colombia, o los que heredan esos pactos con resignación, como el Perú de Humala. Por su representatividad, a nivel de presidentes, Unasur puede ser útil para resolver o atenuar problemas pendientes entre vecinos y de ese modo eliminar chispas del siglo XIX capaces de incendiar tontamente la región en el siglo XXI.
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