EL PAíS • SUBNOTA
› Por Horacio Verbitsky
Cuando la Facultad de Periodismo de la Universidad Nacional de La Plata entregó el premio Rodolfo J. Walsh a Hebe de Bonafini, la hija del escritor dijo que se trataba de una provocación “para quedar bien con el oficialismo en tiempos de campaña electoral” y que su padre no practicaba “un periodismo de llevarse bien con el poder de turno”. Walsh enfrentó a las dictaduras militares de 1955, 1966 y 1976 y a las patronales explotadoras en todo tiempo y lugar, pero tuvo una relación muy distinta con los gobiernos populares de Héctor Cámpora, en la Argentina, y Fidel Castro, en Cuba. En 1973, “después del triunfo popular del 11 de marzo”, publicó su investigación de 1958 sobre el asesinato por los servicios de informaciones de Aramburu del abogado Marcos Satanowsky, para apoderarse de las acciones del diario La Razón. Creyó que así ayudaría a desmontar “los mecanismos que la Libertadora estableció en los campos afines del periodismo y los Servicios de Informaciones”. Para Walsh, ésa era una “tarea que corresponde a los trabajadores de prensa en el marco más amplio de las luchas del pueblo”. Esa edición del Caso Satanowsky estuvo dedicada a los compañeros de prensa que “combaten diariamente a la raza de los envenenadores de conciencias: nuestros patrones”. En 1959, el Che Guevara llamó a su amigo Jorge Enrique Masetti, quien a su vez invitó a Walsh a ser parte en la creación de la agencia noticiosa Prensa Latina. Como se trataba de enfrentar “el monopolio de las noticias o el de la no información, el ocultamiento y la distorsión”, Masetti escribió que “somos objetivos pero no imparciales”, ya que “es una cobardía ser imparcial entre el bien y el mal, entre lo justo y lo injusto, entre el oprimido y el opresor”. Según Walsh “los monopolios informativos reaccionaron ante la competencia como todos los monopolios. La guerra desatada contra Prensa Latina invocó el pretexto de que era una agencia oficial. PL era, por supuesto, tan oficial como United Press, Reuters o France Presse: no hay en el mundo una agencia que no responda a los intereses de un estado nacional, o de un grupo monopolista estrechamente vinculado a ese estado. La diferencia consiste en que los países dominantes del mundo occidental prohíben ese lujo a los países dependientes. Las tentativas realizadas en Argentina y Brasil durante los gobiernos de Perón y Quadros fracasaron ante la embestida de las agencias norteamericanas que contaron como aliados a los grandes diarios comerciales de ambos países”. La semana pasada se supo que quien estaba en campaña electoral era Patricia Walsh, quien será candidata a diputada nacional porteña por el PROS de Alcira Argumedo. Sobre la aspiración presidencial y legislativa de ambas mujeres opinarán los votantes. Pero no es legítimo tergiversar en ese empeño la trayectoria de Walsh, con una visión ahistórica, desvinculada de los procesos políticos y sociales al servicio de los cuales puso su profesión y su vida. Nadie tiene derecho a hablar por Walsh ni a decir cuál sería su posición en ese futuro que no conoció que es nuestro presente. Pero basta el repaso de sus opciones en las coyunturas que sí le tocaron, para descartar ese intencionado aplanamiento que hace de él un criticón de cualquier gobierno por el solo hecho de serlo, y no del poder permanente de la oligarquía y sus voceros. Para algunos es fácil entender este rol del periodismo si se ejerce en una lejana isla del Caribe, pero son incapaces de verlo si les pasa delante de las narices, en su propio país.
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