EL PAíS • SUBNOTA › ALFREDO MOLINARI, EL SUBOFICIAL CASTIGADO POR GIACHINO
› Por Gustavo Veiga
La historia de Alfredo Molinari, vecino de la ciudad de Santiago del Estero, de 53 años, es la de un cabo segundo que comenzó su carrera en la ESMA entre siete y ocho mil aspirantes, y que eligió formarse en la Infantería de Marina. Por eso, con apenas 18 años, pasó a la base naval de Punta Mogotes en Mar del Plata donde funcionaba la Escuela de Suboficiales y llegó apenas un par de meses antes del 24 de marzo de 1976. Mientras cursaba el segundo año y todo marchaba de acuerdo con sus expectativas (así lo señaló en su declaración ante la Justicia Federal), el golpe de Estado lo sorprendió en la costa. Empezó a salir a la calle en operativos de patrullaje, pero enseguida descubrió que lo que más le llamaba su atención eran los quejidos y el llanto de gente que se escuchaban desde la zona del faro, vecino a la base.
Egresado de la escuela que dirigía el represor y capitán de navío Mario José Forbice, a Molinari lo destinaron a la Compañía Alfa del Batallón de Tiradores de Punta Alta. Allí volvió a coincidir su destino con el de Giachino y empezaron sus tribulaciones por lo que el ex marino definió como “un librito de Carlos Marx”. No tenía la menor idea de quién era el fundador del socialismo científico. Fue así como una tarde, mientras estaba de franco y luego de almorzar en un restaurante de Bahía Blanca, se encontraba en una plaza y observó el texto sobre un banco. Lo tomó y encontró en su interior una fotografía de Perón.
Como no sabía a quién le pertenecía, se acercó a un grupo de jóvenes que negaron ser sus dueños. Molinari no tuvo mejor idea que llevarse el libro a la base. Su ignorancia e ingenuidad provocaron que se dirigiera a desayunar en compañía del autor prohibido al comedor de la marina. Dice en su declaración de febrero del 2010 que “cuando se dirige a su recámara a uniformarse para la formación de la mañana, guarda el libro en el interior de su taquilla (cofres donde colocaban la ropa) y se dirige a la formación. Luego de terminada, el teniente Giachino lo llama y le pide que lo acompañe a su recámara, le da la orden de que abra la puerta de su armario y extrae de su interior el libro de Marx que el declarante había encontrado en la plaza. Luego lo lleva a su oficina y comienza a indagarlo sobre de dónde había sacado el libro”.
Su superior nunca creyó en la versión del texto perdido en un banco de la plaza. Cuenta Molinari en su declaración que “a partir de ese momento comenzó a aislarse de sus camaradas en general porque alguien le había llevado el dato a Giachino de que en su poder estaba un libro de Carlos Marx”. También comenzó a notar que el jefe de la Compañía Alfa lo ignoraba, acaso porque “tenía alguna ideología extraña”. Su unidad fue alistada a mediados de mayo de 1977 y en tren se trasladó desde Punta Alta hacia Zárate, donde le asignaron una camioneta para patrullar el puente que une a Buenos Aires con Entre Ríos. Lo que sobrevino después (ver cuerpo de nota) hasta su salida de la Armada en febrero de 1979, sería el destino que le tenían reservado a los traidores que no respetaban un pacto de sangre: todos debían participar de la represión ilegal.
Enfermo, débil y después de bajar demasiado peso, el cabo segundo se instaló en Santiago del Estero, donde encontró refugio por un tiempo. Una partida de dos militares lo fue a buscar hasta su provincia, le pateó la puerta de la casa a su padre e intentó llevárselo. Molinari cuenta todo este rosario de infortunios en el expediente judicial que ahora cobra relevancia para analizar en detalle la trayectoria represiva de Giachino. Una situación que no traerá consecuencias jurídicas ya que murió en combate cuando intentaba capturar al gobernador británico de las Malvinas. Su subordinado, considerado desertor y degradado a marinero de segunda, sí quiere ser rehabilitado. Es el cabo segundo que declaró cómo se negó a matar a un detenido esposado y encapuchado en las mazmorras de la dictadura.
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