EL PAíS • SUBNOTA
› Por Rubén Dri *
El resultado de las elecciones porteñas nos hizo despertar del sueño que muchos teníamos sobre la superación de los efectos más negativos que había producido la noche neoliberal de la nefasta década menemista. De golpe y porrazo nos encontramos con la realidad de un Buenos Aires que no sólo “no está bueno”, sino que nos mostró su peor rostro, que no es un simple fantasma, sino una realidad “fantasmal”.
A partir de 2003 hemos comenzado la tarea de superar la década neoliberal, pero mucho del trabajo realizado ha puesto en evidencia que, al menos en la Ciudad de Buenos Aires, la transformación tuvo que ver más con la superficie que con el fondo. Es ese fondo neoliberal el que se mostró tal cual es en estas elecciones, de modo que no se trata sólo de revertir los números de las elecciones sino de atacar ese fondo, sin lo cual no habrá cura posible.
El neoliberalismo que se impuso en la década del noventa del siglo pasado no sólo destruyó la economía del país, creó la pobreza y desocupación de millones de compatriotas, llevó la deuda a cifras siderales y malvendió las rentables empresas estatales, sino que dañó al sujeto hasta las entrañas, instalándose allí como un cáncer difícil de extirpar.
El sujeto conformado por el neoliberalismo se encuentra profundamente descentrado, desestructurado, esquizofrénico. Efectivamente el sujeto es “el movimiento de ponerse a sí mismo”, de crearse a sí mismo, un crearse que es al mismo tiempo crear, movimiento siempre en acto. Pero todo movimiento tiene una meta, apunta a un objetivo, va más allá. Por otra parte, la tarea de crearse es compartida con otros, es un co-crearse que sólo puede realizarse en el entramado intersubjetivo del mutuo reconocimiento.
Este co-crearse de los sujetos se de-sarrolla en el ámbito ético que constituye el hábitat del sujeto humano. Si ese ámbito ético se destruye, es el sujeto el que se destruye. El neoliberalismo ha proclamado que el sujeto debe velar por sí y sólo por sí. Es el egoísmo en su máxima expresión, tanto que, dice Hayek, uno de los máximos intelectuales de la doctrina, la expresión “justicia social” no tiene sentido “referida a una sociedad de hombres libres”. Los que nos preocupamos por la solidaridad estamos todavía bajo las influencias de la “solidaridad tribal”, propia de las hordas primitivas, que no conocen las maravillas de “una actividad competitiva sometida a reglas y en la que el resultado depende de la mayor habilidad, fuerza o suerte”.
Para quienes piensan de esa manera, si la economía es floreciente y uno puede darse todos los gustos, debe dejar de lado toda preocupación por cambiar o mejorar algo. No hay que pensar en el futuro. Todo está en el presente. Si todo anda bien, nada hay que tocar. El jefe de Gobierno está procesado como perteneciente a una asociación ilícita por haber montado el espionaje contra sus opositores y otros, y eso ¿a quién le importa? Que la escuela pública se viene abajo ¿a quién le importa si nuestros hijos van a la floreciente escuela privada? Que los hospitales carecen de insumos y los médicos de sueldos dignos, eso, ¿a quién le interesa, si tenemos medicina privada?
Shoppings abarrotados de mercaderías que llaman al consumo, canales de televisión que invitan a la diversión fácil, la frivolidad como modo de vida; un jefe de Gobierno que se presenta como el rico que no necesita trabajar para gobernar, que transforma la actividad política en una práctica apolítica de la diversión, que veta leyes aprobadas por el parlamento y no sabe por qué lo hizo. ¿No es todo esto la repetición de lo que sufrimos en el noventa?
Buenos Aires no es el país ni toda Buenos Aires es la muestra de la concepción neoliberal, egoísta y frívola. Desde el país profundo, desde los movimientos sociales, desde la juventud que ha vuelto a enamorarse de la política como instrumento de transformación, desde la confluencia de la generación de los 60-70 y las nuevas generaciones es posible ganar la batalla cultural que significa romper con el egoísmo que se manifestó en estas elecciones. Tarea ardua y no de corta duración, pero necesaria y posible.
* Profesor consulto de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA).
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