EL PAíS • SUBNOTA
› Por Mario Wainfeld
En una campaña cuyo principal interés finca en saber si habrá segunda vuelta y quién sale segundo en el primer turno, cualquier polémica tiende a simplificarse hasta la exasperación. El universo se fragmenta en kirchnerismo y antikirchnerismo, diluyendo matices, obviando centralidades, construyendo maniqueísmos. Eugenio Raúl Zaffaroni es acosado por sus adversarios o enemigos de siempre, por lo que hizo antes de 2003 y prosiguió haciendo después, no por un hipotético alineamiento político.
Cuando el presidente Néstor Kirchner lo propuso para ocupar el lugar que había dejado su perfecta contracara, el presidente de la Corte menemista Julio Nazareno, pensó en su trayectoria, en lo que representaba y simbolizaba. Con perspicacia, optó por un símbolo (pleno de contenido) para sustituir a otro. Kirchner no conocía personalmente a Zaffaroni, no buscó en su agenda ni entre sus abogados predilectos sino, con perspicacia, en el escenario público.
En aquel momento la derecha –judicial, mediática, eclesiástica, política– puso el grito en el cielo e hizo lo imposible por frenar el cambio. Baste releer los editoriales del diario La Nación en los que se lo acusaba, entre otros cargos, de criticar al Servicio Penitenciario Federal. Para los inquisidores, de ayer y de hoy, cuestionar perversiones en las cárceles era un pecado capital.
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La Corte, con su renovado elenco, ganó extendida reputación. Es merecida, aunque la favorece el contraste con su predecesora. El Tribunal, como cualquier poder estatal en tantos años, combinó aciertos con errores, ganando merecido crédito por su independencia y calidad técnica. Con la mirada fija en el pasado reciente, uno de sus objetivos fue reparar los daños causados por la dictadura, por el neoconservadurismo y por sus convalidaciones a través del Poder Judicial. En materia de terrorismo de Estado tuvo alta sintonía con la prédica del oficialismo, que plasmó institucionalmente las demandas de los organismos de derechos humanos. El tribunal también produjo sentencias que fueron más allá de (o eventualmente contra) las políticas del Ejecutivo. Los fallos sobre actualización de las jubilaciones o el Riachuelo indicaron un norte para las políticas públicas. En la unánime sentencia “ATE c/Ministerio de Trabajo” declaró la inconstitucionalidad de un artículo de la Ley de Asociaciones Profesionales, abriendo una brecha propicia a los históricos reclamos de personería de la Central de Trabajadores Argentinos.
Frente a la ley de medios, el tribunal se mostró más medroso. El más flojo ejemplo es su última decisión en una demanda de Clarín, negándose a fijar un plazo para la desinversión, librándolo a la potencial decisión de un juez de primera instancia ultraclarinista. En este caso, Zaffaroni bregó por implicar al Tribunal en una decisión más justa, pero en definitiva se encolumnó con el fallo de la mayoría, que ayudó a hacer menos ominoso. El multimedios le hizo entonces una cruz, que ahora se transforma en acción. El ejemplo es interesante porque refleja el recorrido de Su Señoría dentro de la Corte. Más allá de su visibilidad y sapiencia jurídica (bastante mayor que las de sus colegas) no es una figurita difícil dentro del cuerpo colegiado. Ni una persistente minoría de uno. Acompañó la mayoría de sus resoluciones, actúa en equipo.
El presidente del Tribunal, Ricardo Lorenzetti, tiene más predicamento político entre sus pares, “conduce” a algunos. Zaffaroni no integra ese grupo, con el que convive armoniosamente.
Zaffaroni es un jurista de nivel internacional, no es forzoso serlo para ser un buen o excelente juez. Pero el dato es sustancial, tanto como su intenso activismo público. “Raúl” o “Zaffa” es un polemista infatigable, un defensor de posiciones jurídico-políticas interesantes y desafiantes. Un cuadro del garantismo jurídico, cuyo nombre concita adhesiones y rechazos en el Agora. Su relativa popularidad trasciende a la de sus colegas. Su obra jurídica es reconocida en todo el mundo, su reciente libro tuvo un impacto en otros niveles del debate público. La embestida contra Za-ffaroni, acaso, interpele de un modo genérico a toda la Corte. Pero se encarniza con su historia, su compromiso de décadas, su infatigable trajín por espacios a los que otros jueces son refractarios: sindicatos, movimientos sociales, organizaciones que representan minorías discriminadas.
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La batida de los medios dominantes es uniforme. La comenzó su sector más confesamente hediondo, luego se plegaron los “serios”. El juez debe dar explicaciones en el Congreso, si se le piden. Nada lo blinda respecto de ese deber, que se comprometió a asumir. Sería interesante que alguien dentro de la surtida Fiscalía ad hoc explicara qué delito se le atribuye. De cualquier modo, las explicaciones son necesarias. Si las que viene expresando en los reportajes (ver páginas 16 y 17), no hay nada consistente en su contra. Salvo su trayectoria y el hambre que le tienen sus contrincantes.
Hasta la oposición, siempre impulsada por el “viento de cola” de cierta prensa, caviló y se dividió. El diputado radical Ricardo Alfonsín no vacila aunque sí hace papelones. Pidió la renuncia de Zaffaroni y hasta, empalagado por las cámaras y los micrófonos o presa del rating “minuto a minuto”, mandó pescado podrido: anunció en falsa primicia la renuncia de Zaffaroni. En un segundo intento, como su vanguardia corporativa, acudió al potencial (“habría renunciado”), nadie le pedía tanto. Su flamante compañero de escudería, el diputado coloradista Francisco de Narváez, fue más ponderado. Una fracción relevante de correligionarios radicales, empezando por el diputado Ricardo Gil Lavedra, procuró despegarse de su presidenciable sin desautorizarlo, no era fácil.
La diputada Elisa Carrió emitió juicios lapidarios, con insinuaciones sobre la vida privada, una frontera que ningún referente decente debería transgredir. Casi de inmediato se conoció la renuncia al bloque de la Coalición Cívica de una de sus más fieles y laboriosas legisladoras, Marcela Rodríguez. Rodríguez rehusó hablar de otra cosa que de largas divergencias, pero es consabido que éstas escalaron desde la lamentable postura (discurso en el recinto incluido) de “Lilita” cuando se trató la ley de matrimonio igualitario.
El gobernador Hermes Binner se diferenció virtuosamente del conjunto opositor, en una jugada que conjugó coherencia ideológica con posicionamiento de campaña. Su reivindicación de Zaffaroni, a la que se sumaron compañeros del Frente Amplio Progresista, ayudó a develar que éste no es un conflicto entre el oficialismo y los “republicanos”.
Las adhesiones que llegaron desde el exterior van en el mismo sentido. El jueves, en el Aula Magna de la Facultad de Derecho, su decana Mónica Pinto y representantes de varias organizaciones de abogados, jueces y juristas sumarán lo suyo. Merece un resaltado la bella columna de Julio Maier publicada anteayer en Página/12. Maier es un jurista de marca, un eminente juez ya retirado y una referencia patriarcal para generaciones de abogados con principios.
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Algunos silencios y defecciones inesperadas tributan a un antikirchnerismo esquemático. Los celos o la envidia, que los hay en las torres de marfil académicas o en despachos oscuros, habrán sumado su cuota. Son anécdotas distractivas, los que van por Za-ffaroni no se equivocan ni se distraen. Lo hacen con un patente designio político, lo electoral es un condimento.
De nuevo, el Supremo es un ciudadano más, sujeto a todos los deberes de un magistrado. Si le piden explicaciones le corresponde darlas, si se lo convoca al Congreso debe asistir.
Pero la ofensiva no busca esclarecer hechos, ésa es su cobertura y su parte admisible. Lo que se persigue, valga la expresión, es una victoria política contra un referente de los mejores valores humanistas, académicos y jurídicos de la Argentina. En esa cruzada cunden prácticas repudiables tendientes a desestabilizar al protagonista, a dañarlo en su subjetividad, a quebrarlo. Con su bonhomía y enorme sentido del humor, avalado por muy buena compañía, Zaffaroni deberá aguantar el chubasco. Es una consecuencia no buscada (pero imaginable) de su enorme aporte al sistema democrático.
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