EL PAíS • SUBNOTA
› Por Horacio Verbitsky
Franklin Delano Roosevelt asumió la presidencia de los Estados Unidos cuando la gran crisis de 1929 había quebrado la industria y la agricultura y casi quince millones de desocupados se desesperaban por sobrevivir. Cuando se presentó a la reelección, en 1936, el intervencionismo estatal en todos los rubros de la economía aún no había vencido a la gran depresión, pero ya le había atraído los enemigos más poderosos, que lo acusaban de abandonar los principios inmutables del liberalismo económico. Al iniciar su campaña, con un discurso en el viejo Madison Square Garden, FDR, aludió al odio que suscitaba: “Durante casi cuatro años ustedes han tenido un gobierno que en lugar de entretenerse con tonterías, se arremangó. Vamos a seguir con las mangas levantadas. Tuvimos que luchar contra los viejos enemigos de la paz: los monopolios empresariales y financieros, la especulación, la banca insensible, los antagonismos de clase, el sectarismo, los intereses bélicos. Habían comenzado a considerar al gobierno como un mero apéndice de sus propios negocios. Ahora sabemos que un gobierno del dinero organizado es tan peligroso como un gobierno de la mafia organizada. Nunca antes en nuestra historia esas fuerzas han estado tan unidas contra un candidato como lo están hoy. Me odian de manera unánime, y yo doy la bienvenida a su odio. Me gustaría que mi primer gobierno fuera recordado por la batalla que libraron el egoísmo y la ambición de poder. Y me gustaría que se dijera que durante mi segunda presidencia esas fuerzas se encontraron con la horma de su zapato”. En las elecciones de noviembre de 1936, Roosevelt se impuso en 46 estados y sólo fue batido por los republicanos en Vermont y Maine, con 27,7 millones de votos, y 543 electores, contra 16,7 millones de votos y ocho electores del candidato republicano Alfred Landon. Roosevelt fue reelecto en 1940 y 1944 y murió en abril de 1945, cuando recién comenzaba su cuarto mandato. A raíz de esta abrumadora hegemonía de Roosevelt, el Congreso aprobó en 1947 y tres cuartos de los estados provinciales ratificaron en 1951 la 22ª enmienda a la Constitución, por la que ninguna persona podrá ser electa para la presidencia más de dos veces. La enmienda excluyó de esa limitación al presidente que la promovió, Harry Truman. Vicepresidente de Roosevelt, completó su mandato y fue reelecto en 1948, pero desistió de presentarse en 1952 cuando el magnetismo de la personalidad del general victorioso en la Segunda Guerra Mundial, Dwight Eisenhower, dejó en claro que la imposibilidad de Truman no era legal sino política.
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