Hay un elemento turbador, vinculado con la nota principal, imposible de omitir. Es la adecuación de las personas de a pie, la consabida “gente” a la lógica de los medios. Su participación voluntaria, hasta compulsiva, su adaptación o adecuación a lenguajes y códigos. Las personas “van” a los medios, quieren estar. No hablamos, claro, de la astucia de valerse de ellos para reclamar, tornarse visibles, presionar a las autoridades. Hablamos de la tendencia irrefrenable a exhibirse. Registrarla es imperativo, explicarla excede los alcances de estas líneas y, quién sabe, de la capacidad de su autor.

Arcadi Espada es un periodista español, catalán por más datos. Difícil de encasillar, es un obstinado crítico de la actividad, un constante interrogador sobre sus cánones. Es difícil coincidir con todos sus pareceres tanto como fascinante aceptar su propuesta de repensar el trabajo propio. Se toma de él una cita, que alude a una vieja foto de un padre y un chico llorando. No miran a la cámara, su gestualidad trasunta su dolor y cierta ansia (incumplible) de refrenar las lágrimas.

Escribe, entonces, Arcadi Espada en su libro Diarios, editado en 2002: “La foto no podría tomarse hoy. Hoy padre e hijo llorarían resueltamente ante las cámaras. Perseguirían inconscientemente su condición simbólica, porque llorarían, como han visto hacerlo en las imágenes a personas que han atravesado, en la ficción simbólica, imágenes parecidas a las suyas. La mayor parte de las personas penetran, a través de la televisión o el cine, en un número infinito de escenarios de tragedias. (...) El hombre moderno ha visto morir a un número de semejantes que no tiene parangón en ninguna época anterior. Aunque sea de mentirijillas. En esos escenarios ha aprendido qué decir y qué cara poner. Ha aprendido la lección que luego repetirá si tiene la fortuna de que las cámaras lo enfoquen (y hoy esa fortuna es muy probable, porque las cámaras consumen muchas toneladas de alimento)”.