Dom 11.09.2011

EL PAíS • SUBNOTA

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› Por Mario Wainfeld

El presidente Barack Obama se plantó en el Capitolio y habló a su mejor manera, es decir, muy bien. Es un gran orador, maneja los tiempos y (sutilmente) las inflexiones de voz. Defendió su (costosa en dinero y tenue en su ambición) política anticrisis. Se situó en el clásico lugar del “presidente que hace cosas y defiende a la gente versus los que obstruyen y son politiqueros”. Un espacio populista, insinuaría este escriba si no fuera que hablamos del Primer Mundo, donde esas tentaciones no existen, según comentan economistas infatuados y formadores de opinión consagrados.

En plena campaña (jamás cesa la campaña en los sistemas democráticos actuales) se despegó verbalmente de su (lógica) ambición y enunció que faltan catorce meses para las elecciones presidenciales. Eso es mucho para las familias y las personas que viven “mes a mes, semana a semana y día a día”. La bancada demócrata aplaudió a rabiar cada una de sus frases destinadas al efecto y se puso de pie como compelida por un resorte decenas de veces. Nada que envidiarles a los compañeros del Frente para la Victoria. Obama, un político de primera que busca recuperar imagen e intención de votos, interpeló al Congreso a dejar “el circo político”, una frase que pronunció el presidente Juan Domingo Perón en varias ocasiones, incluso teologizando con el verbo “politiquear”. No hay motivo para alarmarse, Obama no es Perón y fraseos de ese tipo también ornaron discursos de líderes insospechados de justicialismo como Charles de Gaulle o Franklin Roosevelt. La política tiene sus recursos, que son más ecuménicos que lo que anuncian cánones apolillados.

Obama y el titular de la Reserva Federal, Ben Bernanke, guiñan hacia el keynesianismo, pero manejan lento y derechito. Enfrente, peores que ellos, bien a su derecha, los republicanos (que, seguramente, no han leído los grandes medios argentinos ni han escuchado arengas del Grupo A). No se aplican a consensuar “políticas de Estado”, ni a cooperar. Se oponen a todo, proponen una cartilla económica talibán y esperan que el presidente no llegue a su segundo mandato.

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Los dos grandes partidos, en la inminencia de las elecciones presidenciales, acuerdan una reforma constitucional, dedicada a incluir severas limitaciones presupuestarias. El centroizquierda, que gobierna, parece estar de salida. Desde sus confines brotan críticas, al cronista de origen nac&pop, le evocan resonancias (light) de Forja. El pacto es espurio y ha sido impuesto desde afuera. Por la alemana Angela Merkel y el francés Nicolas Sarkozy, por añadir detalles, porque de España hablamos. “¿A dónde queda la soberanía?”, se preguntan los patriotas hispanos, que no reniegan para nada del europeísmo, pero se aferran a la marchita soberanía nacional. La pregunta presupone la, desolada, respuesta. El debate, tan tercermundista, los coloca como perdedores objetivos: la Constitución sale con fritas o, si se prefiere, con paella y un carajillo como bajativo.

La Unión Europea cruje, sus líderes redoblan las recetas recesivas y los gobiernos que van a elecciones irán cayendo como moscas. Al argentino curtido, la situación le suena. En España sí hay políticas de Estado, las multitudes en las calles las rebaten con frenesí y masividad. La parálisis económica crece. La única líder que tiene algún aspecto de tal es Merkel, quizá por volumen propio, más posiblemente porque manda en el país más sólido del continente.

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El centro del mundo está en apuros, se convierte en tópico reseñar cuánto mermó el poder de Estados Unidos desde el 11-S. La caída no tiene su principal émbolo en la sanguinaria Al Qaida sino en sus delirantes proezas militares (ser la única potencia en ese sentido no garantiza techo y comida para los ciudadanos, achalay) y en sus fracasantes políticas económicas.

Desde este confín del Sur se ha hecho moda señalar esa cuesta abajo, a veces sin suficiente precisión ni introspección. Todo es complejo en las viñas del Señor, no hay análisis que no merezca un rizo más. En esas comarcas maltrechas se conservan, aun en el declive, niveles de vida y de servicios muy superiores a los existentes por acá. Un nuevo pobre español o yanqui dispone de más bienes y recursos (propios o sociales) que un pobre en ascenso en la Argentina.

Es simplista y hasta necio olvidar eso y propugnar que muramos en el Edén y no en un Purgatorio que se va reformando. Y, sin embargo, de nuevo hay que rizar y valerse de la dialéctica. El cronista parafrasea inteligentes declaraciones del sociólogo Emilio Tenti Fanfani, en un reportaje emitido por Radio Nacional. En la vida, en la política, no sólo se debe mirar el lugar en el que está cada cual, sino su trayectoria previa. Un pobre en ascenso es, por lógica, optimista, mira al futuro sin aprensión, tiene la autoestima en alza. También es políticamente positivo y más proclive a convalidar gobiernos que a deponerlos. Cualquier ciudadano que desciende es escéptico, resignado, opositor en concepto.

Puntos de vista generales que ayudan a leer con menos anteojeras lo que ocurre por acá y por allá. En el Norte próspero y desarrollado que topa con una crisis cojonuda y en el Sur que ha sido lo más sugestivo en materia política y económica en el siglo XXI. Sin haber cambiado, ojo al piojo, sus posiciones relativas pero recorriendo distintas etapas y estados de ánimo colectivos.

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