Dom 09.10.2011

EL PAíS • SUBNOTA

Escribanías en Europa

› Por Mario Wainfeld

La diputada Elisa Carrió pateó el avispero. Acusó al gobernador Hermes Binner de acompañar un hipótetico proyecto oficial de reforma constitucional, virando a un sistema parlamentario que habilitaría la reelección indefinida. Más allá de la capacidad de Lilita de enardecer al enjambre opositor, la anécdota tiene su miga. Tres años ha, el parlamentarismo era ensalzado por los integrantes del Grupo A como una panacea republicana. Hoy es denunciado como punta de lanza de la amenaza populista. Tamaños devaneos incluyen muchos errores que sobrevolarán en esta breve incursión.

El más grave es ignorar cómo funciona en su cuna y hogar, que es Europa. En América, de Norte a Sur, predomina el presidencialismo. No hay por qué endiosar o perpetuar esa tendencia sociológica pero sí tomar razón de su existencia y perduración.

Un mito A cree que los sistemas parlamentarios funcionan como asambleas ciudadanas entre representantes que gozan de libre albedrío. Ayer mismo, una platea de doctrina lo resumía más o menos así: se eligen Diputados de forma normal y éstos deciden quién ejercerá el Ejecutivo. Permítase exagerar, sin sorna y con nobles fines didácticos, esa versión escolar. El 20 de noviembre se votará en España, se elegirá Gobierno. De estar a la leyenda A y doctrinaria, los representantes se congregarán luego, debatirán con altura y sin compromisos y elegirán presidente. De esa tertulia podría salir electo Joaquín Sabina (que se conserva tan majo, pese a los avatares de la vida o la edad) o Pep Guardiola (tan exitoso en la sociedad civil y tan guapo, además). Hete aquí que en el mundo real, los españoles votan partidos, entre ellos los dos que predominan: el PSOE y el PP. Cada cual tiene su candidato, Alfredo Pérez Rubalcaba y Mariano Rajoy. Los parlamentarios van con mandato imperativo (cada cual se inclina, sí o sí, por el candidato de su partido), la elección funge como directa. El pueblo elige a su presidente, con una liturgia que no distrae a nadie. Será Rajoy o Rubalcaba. Y tal.

Durante la gestión, las lealtades se conservan. Eso es lo que da estabilidad a la mayoría de los parlamentarismos existentes. Hay incentivos para hacerlo, explica el politólogo italiano Gian Franco Pasquino en su aconsejable libro Los poderes de los jefes de gobierno. Los sistemas europeos son, predominantemente, bipartidistas. Salirse del partido es ir a la estepa. Quedarse, conservar posiciones expectantes para cuando haya alternancia. Además existe voluntad de sostener el sistema. Por eso, dice Pasquino, los parlamentarios son “muy disciplinados y sostenedores”.

Cabe añadir que un régimen político no se sustenta sólo en su ingeniería básica, parlamentarismo o presidencialismo, en el caso. También en la mecánica de los partidos (tan frágiles y propensos a la indisciplina por acá), en la cultura política (divisionista en esta etapa de las pampas). Y por cierto, en factores densos de estabilidad: la economía, la armonía social, los primeros pero no los únicos.

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Otra fantasía próspera es que en la Vieja Europa los legislativos preparan las leyes y entre nosotros son una escribanía que refrenda al Ejecutivo. Pasquino, de nuevo, hizo alrededor de 2005 un estudio cuantitativo al respecto, desolador para fabuladores criollos. En la citada España el 92 por ciento de las leyes aprobadas tuvieron como fuente al Ejecutivo. En Gran Bretaña la marca es del 94 por ciento, los alemanes se conforman con el 76 por ciento. Suecia, ejemplo eterno para tirios y troyanos, supera el record: 96 por ciento.

La preeminencia es lógica y razonable, agrega el cronista. El Ejecutivo dispone de la información y las competencias para proponer las medidas. Y, además, fue elegido por el pueblo soberano.

O tal vez sea el notariado europeo que invade las Legislaturas, quién sabe.

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El cronista recomienda el breve libro de Pasquino y como lectura alternativa un post de Nicolás Tereschuk en el blog Artepolítica. Se titula Aguante la ficción y ronda el tópico, en clave doméstica.

Carente de bola de cristal, el cronista no arriesga juicio acerca de si habrá propuestas de reforma constitucional, en años venideros. Debe recordarse que, para consagrarla, es necesaria una mayoría de dos tercios de los miembros de cada Cámara del Congreso. Y una elección que asegure al reformista mayoría en la Convención Constituyente. No es una bicoca.

En el ínterin, para entretener el fin de semana largo, el cronista agrega un ejemplo de política ficción. Imagine el lector si en la convulsionada coyuntura de 2008 hubiera regido en la Argentina un sistema parlamentario. Verosímilmente, el Gobierno hubiera sido depuesto y sucedido por uno radical-cobista o una coalición entre peronistas federales y la UCR. Imagínelo antes de charlar sobre el tema en el café. O de votar, si llegara el caso.

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