EL PAíS • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Santiago Varela *
Que la realidad supera a la ficción no es una novedad. Yo había escrito en el 2006 una novela titulada La Guerrita, que relataba una guerra entre Uruguay y Argentina a partir del conflicto de Botnia.
Me parecía tan absurdo que dos países como los nuestros se pelearan por el negocio de una transnacional que pensé que podía ser un buena tema para tratarlo con humor. Con los yoruguas podemos pelearnos, pero por cosas más importantes, como ser el fútbol, la nacionalidad de Gardel o si la yerba es mejor con palo o sin él, pero agarrarnos a las piñas por la plata de otros, jamás. Como pueblos no merecemos que nos traten de tontos.
Pero hoy escuchándolo a Tabaré Vázquez me di cuenta de que estaba equivocado. El hombre había analizado seriamente la posibilidad de una salida armada. Y enterarme ahora de que ellos contaban con cinco aviones y nosotros no teníamos ni un miserable cañón antiaéreo porque Menem se los había vendido a Ecuador y Croacia me hizo erizar los pelos. ¡Llegamos a estar a merced de Tabaré!
Pero lo que más me espantó fue que el ex presidente oriental fuera a pedirle ayuda al Gran Hermano cuando estaba Bush, que era un tipo de anotarse en cuanto bombardero o invasión party se organizara en cualquier parte del mundo.
Tal vez Tabaré lo hizo porque entendió que así colaboraba a integrar más la Unasur. La política, a veces, suele transitar por senderos impensados.
Pero yo, cuando describía la guerra en el libro, juro que no tenía ni idea de que algo así podía pasar. Aunque, debo confesarlo, hoy me doy cuenta de que algunas veces me sucedieron cosas extrañas. Por ejemplo, sentía que me vigilaban. Un día, cuando estaba describiendo los combates de las tropas uruguayas que intentaban invadir Punta del Este, vino el encargado a decirme que probablemente me hubieran pinchado el portero eléctrico, ya que del mismo salía un cable que se metía en un camión de transporte de carne que hacía cinco días que estaba estacionado... y ya olía. Quedé intrigado.
Otra vez, al llegar a mi casa veo, en la vereda, apoyado en la pared, a un hombre con impermeable, sombrero y anteojos oscuros. Lo raro es que no llovía, hacía 38 grados y era de noche. Pensé que era de la SIDE, que querían saber lo que yo sabía –cosa muy común en ellos–, pero cuando vi que el hombre portaba un termo sobaquero y el clásico porongo, me di cuenta de que éste venía del otro lado del charco.
En fin, fueron detalles que pasaron inadvertidos. Jamás pensé que esa Guerrita pudiera ser posible. Lo que no quita que haya algunos que se las dan de estadistas que no solamente piensen que pudo haber sido posible, sino que además, al decirlo hoy, lo hagan motivados por algún tipo de misteriosa conveniencia.
* Autor de La Guerrita, la novela rioplatense sobre una guerra idiota.
Editorial Sudamericana, 2006.
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