EL PAíS • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Martín Granovsky
En clave de política interna, cuando Barack Obama visitó Brasil, Chile y El Salvador y no vino a la Argentina fue una mala noticia para la Presidenta. Pero no el Infierno.
En la misma clave, la entrevista de ayer con Obama fue una buena noticia para Cristina Fernández de Kirchner. Pero no el Edén.
Sí hay un matiz que potencia a la segunda noticia: que antes existió la primera y que la primera fue muy exagerada por los que observan la política exterior como si fuera una telenovela sentimentaloide. Y sí hay, también, un efecto acumulativo: con el 54 por ciento de los votos como un auto flamante, con olor a nuevo, Cristina está en un momento en el que cada suma es mayor que la simple aritmética.
Como en otras áreas de la política (la relación con los productores agrarios, por ejemplo), el Gobierno cambió táctica y tono. En su momento, Cristina ni mencionó la gira de Obama por otros países. La dejó pasar y de ese modo le restó capacidad de daño. Luego registró que en el incidente más grave de los últimos años, el de la valija requisada en un avión militar norteamericano estacionado en Ezeiza, fue el propio Obama el que se mostró ofendido.
A partir de la reacción de Obama, ni la Presidenta ni el canciller Héctor Timerman escalaron la tensión. Actuaron al revés de lo que había hecho el Gobierno ante el episodio de la valija de Guido Antonini Wilson, el empresario venezolano que hoy reside en Miami, Florida.
Timerman negoció en reserva el costado diplomático del lanzamiento, en junio último, del satélite SAC-D/Aquarius por parte de la NASA. Los análisis de telenovela suelen pasar por alto tres datos. Uno, que la Administración Nacional de la Aeronáutica y el Espacio, como se llama en español la NASA, es una creación de plena Guerra Fría con la Unión Soviética, en 1958, y jamás perdió su combinación militar y tecnológica. Otro, que a la NASA le conviene mantener una relación satelital con la Argentina para disputar una parte de la relación argentina con Brasil. El tercer dato, fruto de los dos anteriores, que la NASA no habría lanzado un cohete argentino si el Departamento de Defensa y la Casa Blanca hubieran considerado que el conflicto del avión era una crisis terminal.
Quienes pensaban que el conflicto entre los dos gobiernos era irreversible sintieron, un mes atrás, que su tesis era correcta porque delegados norteamericanos en organismos financieros votaron contra la Argentina. Error: es un simplismo considerar que los Estados Unidos son un ente único, sin caras, aristas o contradicciones. El sector financiero, público y privado, tiene sus lógicas, en buena medida derivadas del default de 2001 y, sobre todo, de la quita de la deuda resuelta por Néstor Kirchner en 2003 y concretada en 2005. También tiene sus odios. No es un secreto que Timerman confronta con los fondos buitres que quedaron fuera de aquel canje de deuda y operan sobre el Congreso de los Estados Unidos a través de una fuerza de tareas. Tampoco es secreto que contrarrestar esa influencia es una de las tareas permanentes del embajador argentino en los Estados Unidos, el ex vicecanciller Alfredo Chiaradía, un diplomático de carrera y economista que siempre fue valorado por Kirchner y Cristina.
Los fondos buitres aprovechan el peso parlamentario de la extrema derecha nucleada en el Tea Party y su papel extorsivo dentro del Partido Republicano. Juegan fuerte. Tal como informó este diario el 22 de mayo, llegaron a conseguir que la Cámara de Representantes (diputados) votase contra la desclasificación de archivos de inteligencia de los Estados Unidos para ayudar a la restitución de hijos de secuestrados de la dictadura argentina. La composición es ahora de 242 republicanos y 193 demócratas. El proyecto había sido impulsado por el actual canciller cuando era embajador en los Estados Unidos y apoyado con fervor por el legislador Maurice Hinchey, quien había conseguido una desclasificación vital para Chile. Es la misma persona que acaba de escribir una carta a Obama argumentando que, como los documentos tienen más de 25 años, la Casa Blanca puede ordenar su desclasificación sin pasar por el Congreso. Hinchey dijo que una medida así “probaría nuestro compromiso con los derechos humanos y mejoraría las relaciones diplomáticas con la Argentina”.
Como en política también cuentan las personas, es probable que en el mejoramiento paulatino de las relaciones entre Washington y Buenos Aires haya jugado a favor la renuncia de Arturo Valenzuela de su cargo de encargado de América Latina en el Departamento de Estado y su reemplazo por Roberta Jacobson. Valenzuela, de origen chileno, es un agradable académico de 67 años con quien se puede discutir abiertamente de política delante de un sandwich en el comedor de la Universidad de Georgetown, Washington. Pero en el interregno entre sus funciones como consejero del ex presidente Bill Clinton, cuando tejió buenas relaciones con miembros del gobierno de Carlos Menem, y su paso por la administración de Obama, desarrolló actividades de consultoría con socios conservadores argentinos. Su salida del gobierno de Obama significó la desaparición de una figura sólida con pocas simpatías por el gobierno de Cristina Kirchner y aumentó el peso relativo del Consejo de Seguridad Nacional, que reporta directamente al presidente. No sería aventurado suponer que el reacercamiento con la Argentina se origina allí, y que obviamente fue coordinada con la secretaria de Estado Hillary Clinton, una vieja conocida de la Presidenta.
No era el Infierno. No es el Edén. ¿Es malo para la Argentina que las relaciones con los Estados Unidos sean normales pero el país no figure entre las prioridades de Washington? No, no es malo. Sólo se trata de un sinceramiento de la realidad. Los Estados Unidos siguen siendo la primera potencia del mundo, y la primera en América, pero los principales destinos de las exportaciones argentinas, por tomar un ámbito concreto, son China y Brasil, no el mercado norteamericano. Hoy se cumplen seis años de la cumbre de Mar del Plata, cuando la Argentina y Brasil encabezaron el rechazo a la integración del ALCA, el área de libre comercio de las Américas promovida entonces por George W. Bush. El proyecto superaba los objetivos comerciales. Preveía una integración económica con efectos tecnológicos, jurídicos, militares, de propiedad intelectual y de paradigma de desarrollo. Exactamente lo contrario del modelo sudamericano de reforma con inclusión social que, sin estridencias antinorteamericanas ni abstractas pretensiones revolucionarias, despliegan hoy la Argentina y Brasil.
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