EL PAíS • SUBNOTA
› Por Mario Wainfeld
El discurso pronunciado el jueves en Cannes por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner no sorprendió por su contenido aunque sí por el escenario que eligió y por ciertos arrebatos contundentes, poco habituales en esos cónclaves. La mandataria argentina cuestionó la primacía del sistema financiero sobre los poderes políticos, con énfasis en la especulación bursátil que acumula ganancias siderales, camufladas como seudorreacciones ante medidas de los gobernantes. Espigó entre sectores empresarios, realzando el rol de los productivos, en detrimento de los que sólo mueven dinero. Y subrayó un interés común entre los capitalistas y los gobiernos populares: a ambos les conviene que las mayorías tengan buen acceso a bienes materiales, que sean ciudadanos-consumidores.
En un tramo (que, quizá, no entendieron del todo quienes la escuchaban en el recinto) ironizó sobre sus ilusiones en otros tiempos y su anhelo actual: un “capitalismo normal”, esto es, regulado y encauzado por una firme presencia pública. La contracara es el “anarco capitalismo”, expresión que no inventó pero que presentó en grandes ligas.
La comparación entre los proyectos revolucionarios de los ’70 y los afanes de gobernantes actuales de este Sur evocó al cronista declaraciones que hizo recientemente el presidente uruguayo José Mujica en un reportaje radial. El Pepe Mujica comentó que en el pasado habían ambicionado mucho más y que en el presente, en función de gobierno, tenían objetivos más moderados. Pero que habían conseguido más que antaño. Una diferencia determinada por el signo de los tiempos tanto como por las cadencias, reformistas y etapistas, que fuerza el sistema democrático. Por eso es tan relevante la continuidad en el mando, tan denostada por republicanos a la violeta y tan ansiada por cualquier proyecto político que pretenda instalar cambios no revolucionarios pero sí perdurables.
El discurso de la presidenta Cristina distó mucho de ser una arenga bolivariana, dato que deberían computar quienes diagnostican (o se preguntan por) la “chavización” del kirchnerismo. Su floja costumbre es simplificar al extremo y meter ruido homologando proyectos y sociedades muy disímiles. En la aldea global e hipermediatizada nadie habla solo (y muy pocas veces principalmente) para su auditorio directo. Las palabras de la Presidenta interpelan a su sociedad, al empresariado local, a su sector financiero, que quiere jaquear a un gobierno recién revalidado. Y, bien miradas, también significan una promesa y un compromiso. La Argentina dista mucho de ser “un país capitalista normal”, ni qué decir justo. Mucho se ha avanzado en ese sentido con la restitución de la política y el poder estatal como herramientas insustituibles. Pero mucho más queda por hacerse en aras de la igualdad, del acceso universal a bienes y derechos básicos, de la equidad fiscal, de la lucha contra la evasión y la explotación.
El mensaje alerta a otros actores, también debería iluminar a quienes, en las propias filas del kirchnerismo, se sientan tentados de incurrir en la soberbia de creer que un triunfo electoral impactante es una meta y no el primer paso de un nuevo camino. Al fin y al cabo, un voto plebiscitario es una retribución por lo pasado y un conjunto creciente de demandas para el futuro.
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