EL PAíS • SUBNOTA › EL TESTIMONIO DE THEIS Y GóMEZ
› Por Gustavo Veiga
Quienes los conocen bien dicen que son inseparables. Carlos Hugo Theis (foto) y Orlando Gómez, dos ex trabajadores de Dálmine Siderca, militaban en el Partido Comunista durante la dictadura. El primero es de Campana, ingresó a la empresa en 1972 durante el régimen de Alejandro Agustín Lanusse y permaneció veinte años. Su compañero, oriundo de Zárate, entró en el ’74 y estuvo contratado hasta 1998. En ambos casos, demasiado tiempo para describir con propiedad cómo era desempeñarse en una fábrica militarizada.
“En nuestro sector, que se llama Playa, vivimos en carne propia la represión con la desaparición de nuestro delegado, Oscar Bordisso. Su familia le ganó un juicio a la empresa porque desapareció cuando salía de trabajar. Yo entraba a las cinco de la mañana y él salía a la misma hora. Generalmente nos veíamos porque nos cruzábamos, pero ese día no fue así. Me acuerdo que le dije a otro compañero, Zanabria, que había que hacer algo, cómo iba a desaparecer”, señala Theis.
Los dos recuerdan la militancia peronista de Bordisso en la UOM, opositor a la conducción de Lorenzo Miguel. Theis, enfrentado políticamente con el delegado desaparecido, se había postulado como candidato a integrar la comisión interna cuando sobrevino el golpe. “Eramos tan inconscientes que hacíamos pintadas y después del 24 de marzo del ’76, las pintadas quedaron. Nunca me olvido que vino un supervisor, un tal Russo, y me dijo: Theis, bórrelas, porque en cualquier momento lo agarran de las pestañas. Me acuerdo que después del golpe me fui una semana o más de mi casa por precaución.”
Como Gómez vivía en Zárate, todos los días viajaba hasta Campana en ómnibus. “Los controles que se hacían eran permanentes, no había un día que dejaran de pasar lista en los 9 kilómetros que hacía el Expreso Paraná. Los militares las tenían con los nombres y apellidos de los militantes o guerrilleros. Imagínese con mi apellido: ¡Gómez había un montón! En la fábrica había un Gómez que era del ERP. Hacían trabajo psicológico con el miedo, el miedo era tremendo.”
Los dos compañeros coinciden en el clima de intimidación que se vivía en Dálmine Siderca: “Me acuerdo de los candados de nuestros cofres violentados. Llegábamos, nos cambiábamos y encontrábamos los candados rotos. Un día en un operativo apareció una camioneta del Ejército y a un muchacho que le habían abierto el cofre y le encontraron volantes del ERP se lo llevaron. Era muy común que antes del golpe entraras a la fábrica y te dieran material político que guardabas para leer después. El Ejército pasaba por una especie de pasarela por la que caminaban los que manejaban las grúas. Los militares nos miraban desde ahí, bien arriba”.
La presencia uniformada en la fábrica era ostensible. En el ’76 comenzó a producir la planta de reducción directa de mineral de hierro; al año siguiente se instaló el primer laminador continuo del mundo alimentado con barras redondas y en 1978 fue construido el puerto fluvial de Siderca. Tres avances claves que serían simultáneos a la conculcación de los derechos de casi 5 mil trabajadores en los ’70. “Llegué a vivir la época en que prácticamente los que mandaban eran los delegados y Dálmine tuvo que aflojar en muchas cosas. Había sectores en que los jefes no entraban de noche. Pero después del golpe vino la revancha de la empresa y empezó la represión”, concluyó Theis.
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