EL PAíS • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Luis Bruschtein
Al final se develó el misterio del gabinete y lo que se develó es que no era tanto el misterio. La señal más clara que propone la presidenta Cristina Kirchner a la sociedad es la de continuidad. No comienza algo nuevo, sino que se trata de lo mismo que fue votado por el 54 por ciento de los argentinos.
Los anuncios que sorprenden por lo general son los que intentan generar una expectativa por el cambio de algo que está mal o por lo nuevo de algo que está viejo. No es el caso. La idea que proyectan los nombramientos anunciados es la de continuidad, la de una línea que no se corta. Lo nuevo y el cambio es lo que está en proceso. Podría haber hecho lo contrario, haber apostado a la renovación y aprovechar el comienzo de un nuevo período para hacerle una gambeta al desgaste, pero optó por mandar una señal de persistencia.
La evaluación, después de un resultado electoral mayor aún que el del 2007, es que no sólo no hay desgaste, sino que de esa elección se desprende el mandato de que las cosas sigan como hasta ahora. Por lo tanto, los pocos movimientos que se produjeron en el generalato de los ministerios fueron todos por nuevas funciones, en su mayoría legislativas. Los demás fueron confirmados o fueron reemplazos en la línea de sucesión con un plus de renovación generacional en los casos de Juan Manuel Abal Medina y Hernán Lorenzino, un dato que será más acentuado en las segundas líneas.
Lo concreto es que se trata de un gobierno que inicia el segundo período de una gestión política que entra al tercero. Hay un elemento de continuidad que es evidente y que además le es favorable porque se trata de una corriente en la que decidió navegar el 54 por ciento de los argentinos.
Todas las especulaciones que se hicieron alrededor del gabinete que acompañaría esta segunda etapa del gobierno de Cristina Kirchner le dieron poca importancia a la experiencia que ha mostrado que el kirchnerismo cambió de ministros sólo cuando la política creó esa necesidad. Pocas veces, o ninguna, el cambio de ministros fue usado como fusible o como un recurso de maquillaje de la gestión.
Todas las versiones sobre peleas de conventillo en el entorno presidencial demostraron también que fueron poco serias, como cuentitos chinos sin fuentes veraces. Los hipotéticos choques con Amado Boudou, las supuestas órdenes de Máximo Kirchner para un copamiento de La Cámpora, el surgimiento de Julio De Vido como el gran factótum y muchas otras historias hicieron quedar en un mal lugar a un sector del periodismo que habla como si supiera. La realidad del nuevo gabinete ha sido antinoticia, si se quiere aburrida, si se la compara con esos escenarios de telenovela.
Al mismo tiempo, algo que también ha dejado la experiencia de estos años con relación al kirchnerismo en el gobierno ha sido la movilidad permanente, la sensación de una gestión hiperkinética. En ese punto, la permanencia de un gabinete casi sin cambios es solamente la fotografía del día de la asunción y de allí en adelante seguramente el gabinete irá tomando la forma que le reclamen las prioridades de la gestión.
Una frase que ha usado la Presidenta en los últimos tiempos ha sido “profundización del modelo”. No habló de apartarse de un camino, ni de detenerse en él, sino de avanzar, de profundizar en un sentido. En realidad, en política, permanecer en un sentido de acción transformadora es avanzar, es profundizar, porque detenerse implica ir para atrás.
El desafío en la nueva etapa será justamente ése: profundizar para seguir en el mismo sentido, el de crecimiento de la producción, generación de empleo, distribución de la riqueza y ampliación de derechos. La forma en que el gabinete vaya mutando dará cuenta de ese proceso, como lo hizo en las dos administraciones kirchneristas anteriores.
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