EL PAíS • SUBNOTA
› Por Mario Wainfeld
El libro El diálogo social y las relaciones laborales en la Argentina 2003-2010, escrito por el politólogo Sebastián Etchemendy, propone una recomendable recorrida por los avances en ese lapso. Apela al análisis comparativo, tan infrecuente en estas pampas. Recorre con minucia la construcción (eventualmente, reconstrucción) de una institucionalidad laboral que estaba desmantelada y privada de sentido. Una reseña, parafraseada por este cronista, marca la existencia de convenciones colectivas anuales sostenidas y con mejoras, la creación de la paritaria nacional docente, la restauración del Consejo del Salario, la negociación colectiva en el sector público.
Una triple comparación deduce el cronista. En América del Sur, la Argentina es el país con niveles más altos de participación, negociación colectiva, afiliación sindical, aumento de la cantidad de acuerdos entre 2002 y 2009. Sólo queda atrás de Brasil y México en lo que hace a la existencia de un Consejo Económico y Social.
Los avances internos, medidos contra el año 2003 o contra cualquier momento de la restauración democrática, trepan a marcas llamativas, a menudo subestimadas en lecturas hostiles al Gobierno o aún afines.
Sin embargo, cuela el cronista, los indicadores socioeconómicos de la Argentina siguen detrás cuando corren contra sus propias marcas previas a la dictadura.
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En la inminencia de un período signado por la volatilidad económico-financiera del Primer Mundo, sería fatal renunciar a lo construido o retroceder. Todo indica que lo deseable, en cambio, es reforzar el marco legal con alguna instancia tripartita que explore mecanismos para afrontar los coletazos locales de la crisis.
El Consejo Económico Social es una herramienta de muy difícil articulación. El oficialismo la tiene en carpeta desde 2007 pero nunca encontró el momento para implementarlo. Incidieron seguramente limitaciones propias pero, sobre todo, los corcoveos de las corporaciones patronales a partir del conflicto “del campo”. Tal vez la realidad local no deje espacio para una estructura compleja y eficaz. Pero sí sería interesante algún mecanismo de articulación tripartita para afrontar los nuevos desafíos, bajar la nominalidad de la economía y pactar condiciones de esfuerzo compartido (claro que no idéntico) para la coyuntura. El sesgo pro operario del kirchnerismo es condición forzosa para la viabilidad de un proyecto así. También el establecer mesas de negociación en las que participen las representaciones de trabajadores, empresarios y Estado. Al día de hoy suena casi imposible. Un oficialismo que supo desatar nudos gordianos tiene el reto de buscarle la vuelta, convocando a la racionalidad de los actores.
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