EL PAíS
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Ayuda humanitaria y parche
Por Juan de Wandelaer*
Después de las bombas, pan y agua a los sobrevivientes. Es la ayuda humanitaria. Encima, quieren repartirla quienes tiran o aceptan que se tiren bombas. La ayuda humanitaria es de suma importancia, sea en Irak o en Tucumán, pero será siempre un simple parche si los pueblos y sus gobiernos no empiezan de una buena vez a “ayudar a la humanidad”, prohibiendo las guerras y luchando de verdad para la abolición de sus causas.
Una de esas causas es la mera existencia de las fuerzas armadas.
Justifica la violencia como forma de resolver conflictos, es una amenaza constante y necesita grandes sumas de recursos financieros y humanos cuyos fines son la destrucción y la muerte, no la construcción de la paz y la justicia.
Las guerras son un crimen contra la humanidad y son llevadas a cabo en la práctica por militares, que matan por obediencia debida a quienes no conocen, en provecho de civiles que sí se conocen pero no se matan (más de un funcionario del presidente Bush conoce personalmente a Saddam Hussein).
Abolir las fuerzas armadas sería realmente una ayuda a la humanidad. Los gobiernos no tendrían más ese “brazo armado” que ha sido históricamente uno de los instrumentos para mantener los privilegios de unos pocos, masacrando a menudo a sus propios pueblos, y se liberarían elevadísimas sumas de dinero y de brazos actualmente destinados a matar, que deberían servir para erradicar la pobreza en el mundo, otra causa de las guerras.
¿Utopía? Casi nadie cuestiona la existencia de los ejércitos. Parece ser necesario e inevitable que cualquier país los tenga. Los pueblos los sufren en carne propia aceptándolos en el mejor de los casos como un mal necesario; ningún partido político se plantea la cuestión de qué defender y cómo; la ONU y sus diferentes órganos sólo comparan los números (el precio de un tanque equivale a tantas casas, un avión bombardero a tantos hospitales, con el 1 por ciento de los gastos militares mundiales se podría proveer de agua potable a toda la humanidad...) y los gobiernos a veces, y como mucho, se lamentan de que la realidad sea así.
Ojalá los objetores de conciencia al militarismo y los opositores a las guerras puedan poner en las agendas de debate de los pueblos, de los gobiernos y de las organizaciones internacionales, que las fuerzas armadas no son una fatalidad y un mal necesario sino que, para el futuro del planeta, deben cesar de existir.
Es posible.
* Miembro de la Internacional de
Resistentes a la Guerra y militante del
Equipo Serpaj Buenos Aires.
Nota madre
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