Lun 26.03.2012

EL PAíS • SUBNOTA  › OPINIóN

Rodolfo, te escucharon

› Por Lilia Ferreyra

Treinta y cinco años después de su asesinato. 35 años después de que descargara en un buzón las primeras copias de la Carta Abierta a la Junta Militar, ayer fue plantado ese excepcional texto, cuya vigencia atraviesa las décadas, a metros del Casino de Oficiales, el edificio donde funcionó el núcleo del centro clandestino de la ESMA, desde donde fueron eliminadas en los vuelos de la muerte unas cinco mil personas y desde donde desaparecieron el cuerpo acribillado de Rodolfo Walsh.

No fue sólo un acto de homenaje al hombre que la escribió –Rodolfo no lo habría querido así– sino a los miles de desaparecidos. Porque la Carta, contemporánea de los hechos que denuncia, fue una de las voces más potentes que se alzaron para golpear las conciencias ante el exterminio que estaba llevando a cabo la Junta Militar para imponer un modelo económico que “castigaba a millones de seres humanos con la miseria planificada”, eje medular del testimonio de Walsh.

Después de aquel 25 de marzo de 1977, su difusión inicial fue clandestina. Se hicieron infinidad de copias que se enviaban al exterior y que se despachaban por correo a direcciones tomadas al azar de la guía telefónica. La primera noticia que tuvimos de su publicación en un medio masivo fue en 1978, en un diario de Venezuela. Como una piedra arrojada al agua, se fue reproduciendo en círculos cada vez más amplios por argentinos exiliados en distintas ciudades de América latina y Europa.

En nuestro país, con la reinstalación de la democracia, la Carta fue editada en diversas publicaciones y fueron las Madres, las Abuelas y los organismos de derechos humanos quienes la eligieron por su inapelable verdad para su lectura pública y colectiva en actos en que se conmemoraban nuevos aniversarios del nefasto golpe militar del 24 de marzo de 1976. Hace poco más de un año, en el ahora Espacio para la Memoria y los Derechos Humanos, surgió la posibilidad de instalar la Carta en ese predio recuperado en el 2004, gracias a la imbatible lucha por la memoria, la verdad y la justicia que encabezaron durante décadas los organismos de derechos humanos. Y gracias al ex presidente Néstor Kirchner, quien tomó la decisión política de hacer realidad esa recuperación y se animó –”el hombre que se anima” que tanto valoraba Rodolfo– a ordenar descolgar en un gesto histórico el cuadro de Videla, marcando así el rumbo irreversible del fin de la impunidad.

Instalar la Carta en el predio de la ex ESMA es un acto de libertad conquistada por esa conjunción de voluntades históricas y políticas. Y fue un desafío arribar a su realización, un esfuerzo y dedicación de los trabajadores del Ente Público en concretar la idea que sugirió León Ferrari, cuyo hijo Ariel fue desaparecido en la ESMA, quien brindó su talento y su profunda humanidad para contribuir a concebir esa obra. Son catorce paneles de vidrio dispuestos como un biombo desplegado en los que se grabó el texto con la misma tipografía con la que Rodolfo Walsh la escribió en su Olympia portátil. Y la Carta está ahí, en el bosque de eucaliptus, los altos árboles que también sombreaban la casita de San Vicente donde Walsh tipeó durante más de tres meses esas páginas. Ahí está plantada, casi frente a esas paredes, sótanos y altillos del ex Casino que fueron testigos mudos del horror de lo que allí sucedió, para que los que recorren ese lugar que estremece puedan caminar unos pasos y ver y leer en la Carta que es posible vencer al terror cuando se entiende que no fueron “desbordes de algunos centuriones alucinados sino la política misma” de esa Junta Militar y que es posible encontrar resquicios para animarse a actos de resistencia aun cuando imperen la opresión y la injusticia.

En marzo de 1977, desde esa proyección de su pensamiento que siempre trascendía su posible tiempo vital, Rodolfo decía que iban a pasar varias décadas para que el pueblo argentino pudiera renacer del daño causado por esa dictadura. En esa apuesta, los dos últimos párrafos de la Carta son hilos tendidos que se bifurcan hacia el futuro. El penúltimo revela el tiempo pasado en el que fue escrito y el presente de su consecuencia: “Si una propaganda abrumadora, reflejo deforme de hechos malvados, no pretendiera que esa Junta procura la paz, que el general Videla defiende los derechos humanos o que el almirante Massera ama la vida, aún cabría pedir a los señores Comandantes en Jefe de las tres Armas que meditaran sobre el abismo al que conducen al país tras la ilusión de ganar una guerra que, aun si mataran al último guerrillero, no haría más que empezar bajo nuevas formas, porque las causas que hace más de veinte años mueven la resistencia del pueblo argentino no estarán desaparecidas sino agravadas por el recuerdo del estrago causado y la revelación de las atrocidades cometidas”.

El último párrafo, como el primero, reafirman su identidad y autoría: “Estas son las reflexiones que en el primer aniversario de su infausto gobierno he querido hacer llegar a los miembros de esa Junta, sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí hace mucho tiempo de dar testimonio en momentos difíciles”.

En un diálogo imposible porque trasciende la muerte, quisiera decirle: Rodolfo, te escucharon. La Carta llegó hasta aquí. La esperanza insobornable de tu apuesta al futuro alumbra este día de justicia.

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