EL PAíS
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Escépticos y preocupados
› Por Washington Uranga
La preocupación de la jerarquía católica por el futuro político del país tuvo su pico en la crisis que terminó con la salida del gobierno de la Alianza y una manifestación muy clara en el compromiso institucional de la Iglesia Católica en el Diálogo Argentino. La mayoría de los obispos imaginaron, sin embargo, un panorama bien distinto al que se presenta ahora a pocos días de las elecciones. Por eso los discursos insisten hoy en la falta de propuestas de los candidatos, en la necesidad de que se conozcan programas de gobierno y en la ausencia de debates que puedan esclarecer a la ciudadanía frente a la opción electoral. Los discursos de los obispos ahora no distan en mucho de lo que han venido repitiendo durante los últimos años. Y si las voces episcopales dejaron de oírse en tiempo más reciente es precisamente porque la jerarquía sintió que repetía los mismos pedidos sin lograr que la dirigencia política atendiera a sus demandas. Esto resultó sumamente evidente en la última reunión de la Comisión Permanente del Episcopado realizada en Buenos Aires hace algunas semanas. Los obispos emitieron un documento cuyo punto más saliente fue la alusión a los hechos violentos protagonizados en Catamarca por Luis Barrionuevo y el resto sirvió para recomendar lo mismo que ahora se señala: mirar los programas y atender a la trayectoria de los candidatos. Pero para quienes conocen el valor de los gestos eclesiásticos no pasó inadvertido que haya sido el vicepresidente segundo, Domingo Castagna, y no el titular del Episcopado, Eduardo Mirás, el encargado de difundir la información. Pero además Castagna se limitó a leer el comunicado elaborado por la Permanente sin admitir preguntas de los periodistas. Los obispos no podían pasar por alto el acto electoral, pero no quisieron cargar las tintas en las críticas evitando también cualquier palabra no meditada. En un país como Argentina, donde la institución eclesiástica católica sigue teniendo un alto grado de incidencia en la política, los contactos formales e informales entre los obispos y los candidatos suelen ser habituales en tiempos electorales. Sin embargo, en esta ocasión todo se redujo a la mínima expresión. Es cierto también que ahora los candidatos no buscaron –como sí sucedió otras veces– el amparo de la Iglesia. Y cuando intentaron el diálogo con los obispos recibieron del otro lado el pedido de puntos de agenda y la exigencia de conversar y debatir sobre los temas que preocupan al Episcopado, evitando la foto y la difusión pública de tales encuentros. Resultado: la mayoría de esos contactos no se concretaron. Le correspondió entonces al Diálogo Argentino –donde los laicos católicos están con representantes de otros credos y organizaciones de la sociedad civil– llevar adelante la tarea de transmitir a los candidatos inquietudes respecto de los “acuerdos mínimos de gobernabilidad”. Si bien formalmente la respuesta del lado eclesiástico es que “corresponde a los laicos comprometerse en la acción política” y que por eso delegaron la representación de la Iglesia en ellos, es cierto que más allá de ello cuando se trata de ejercer la representación institucional de la Iglesia Católica los obispos, si realmente están interesados en fijar posición, no delegan ninguna representación. Por eso, los discursos episcopales de hoy oscilan entre la desazón, la inconformidad y la preocupación porque no se los tiene en cuenta.
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