EL PAíS • SUBNOTA
› Por Carlos Rodríguez
En las épocas de oro de YPF, donde se empezaba a trabajar un pozo, se iba armando alrededor una comunidad. Los operarios de la empresa, además de realizar su tarea específica, se tomaban el compromiso de hacer un censo de población en lugares que, por sus complejidades geográficas y la falta de caminos accesibles, eran olvidadas por los censistas cuando se hacía el conteo oficial para establecer el crecimiento poblacional. Esa tarea la hicieron en Sierra Barrosa, en la cuenca neuquina, y comprobaron que había “una buena cantidad de chicos y chicas de entre 14 y 18 años que no sabían leer ni escribir porque nunca habían pisado una escuela, porque en esos lugares no existía ningún colegio rural”. Dando muestra de su responsabilidad social, los trabajadores de YPF comenzaron a gestionar ante las autoridades públicas la instalación de una escuela que había sido prometida por años por el gobierno provincial, pero la promesa nunca había sido cumplida.
“Para cumplir ese objetivo empezamos a tramitar la presencia en el lugar de un maestro, dos o tres veces por semana, para que los chicos, que eran alrededor de treinta, tuvieran acceso a la educación”, explicó a este diario Humberto López. Al mismo tiempo, se hacían gestiones ante las grandes empresas privadas, Pérez Companc entre ellas, para que donaran colchones, frazadas, útiles escolares y otros materiales necesarios para avanzar con la iniciativa. “Se necesitaban elementos para que los chicos se pudieran quedar a dormir en la escuela, dado que como vivían en parajes lejanos y de difícil acceso, era imposible ir y venir todos los días a la escuela. Era mejor que vinieran el primer día de la semana que tenían clase y que volvieran recién al segundo o tercer día a sus casas, para no tener que andar viajando tanto.”
El esfuerzo tuvo sus frutos y la escuela rural comenzó a funcionar. Fueron varios meses, pero además de aprender a leer y escribir, los chicos también aprendieron a enamorarse. “Se armaron varias parejas, se casaron, tuvieron hijos y eso, al principio, generó críticas y rechazos, pero después todo anduvo mejor, porque todos eran buenos chicos y estaban enamorados en serio. Así que, de golpe y porrazo, nos convertimos en casamenteros.” La iniciativa después se coronó porque el gobierno provincial instaló finalmente la escuelita rural en Sierra Barrosa.
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