EL PAíS • SUBNOTA › LA HISTORIA DE LOS HERMANOS SCHOKLENDER Y EL CRIMEN DE SUS PADRES
Sergio y Pablo Schoklender habían sido condenados a prisión perpetua a mediados de los ’80 por el asesinato de Mauricio Schoklender y Cristina Romano. Ambos habían salido en libertad al cumplir las dos terceras partes de sus condenas.
Mayo no es un buen mes para los hermanos Schoklender. En la madrugada del 30 de mayo de 1981 mataron a sus padres. Sergio fue condenado a prisión perpetua el 12 de mayo de 1985. Pablo fue absuelto, pero un año después la Cámara Federal revocó el fallo y lo condenó a la misma pena. Estuvo prófugo ocho años: la policía de Bolivia lo capturó el 14 de mayo de 1994. Sergio se desvinculó de la Fundación Madres de Plaza de Mayo el 8 de mayo de 2011, días antes de que trascendiera la primera denuncia por enriquecimiento ilícito e irregularidades en el manejo de fondos de la fundación que preside Hebe de Bonafini. Ayer, 15 de mayo, por orden del juez federal Norberto Oyarbide, ambos volvieron a la cárcel.
Los hermanos Schoklender nacieron y vivieron su primera infancia en la ciudad de Tandil, a la que el ingeniero industrial Mauricio Schoklender se había mudado con su esposa, Cristina Romano, para trabajar en una empresa metalúrgica. Sergio es el mayor y ambos tienen una hermana menor, que se distanció tras el parricidio.
Según la versión de la historia que publicó Pablo, base de la película Pasajeros de una pesadilla, ambos fueron sometidos a distintos tipos de abusos por parte de sus padres. El asesinato de la madre se produjo durante una pelea con sus hijos, contó, y ante las evidencias decidieron asesinar al padre.
La historia del crimen ocupó centenares de páginas de diarios y revistas. Esa noche Sergio celebró su cumpleaños 23 con sus padres en un restaurante de Costanera. El ingeniero Schoklender, que había comenzado a criar a sus hijos en una pensión humilde de Tandil, vivía con su familia en un cuarto piso del barrio de Belgrano y trabajaba como gerente para una firma del grupo Pittsburgh & Cardiff, que incluía una de las mayores siderúrgicas del mundo y que durante la dictadura hizo suculentos negocios con el Estado para proveerlo de tanques, submarinos y barcos.
En la mañana del 30 de mayo, el portero de un edificio en Coronel Díaz y Las Heras vio un hilo de sangre que caía del baúl de un Dodge Polara. Al atardecer, cuando la brigada antiexplosivos logró abrirlo, encontraron los dos cadáveres, con pijamas, envueltos en una sábana blanca. Las cabezas tapadas con toallas y, arriba, bolsas de basura. El juez Juan Carlos Fontenla, tras identificar a las víctimas, llamó a la casa de la familia y le dijo a uno de los hijos que fuera a la seccional porque su padre había tenido un accidente.
Los hermanos intentaron huir. Sergio invocó graves problemas de su padre y consiguió cinco mil dólares de uno de los socios. Viajaron en remís hasta Mar del Plata y allí se separaron. Sergio huyó del hotel luego de que el encargado lo identificara, pero lo detuvieron mientras hacía dedo en la ruta. En caliente, narró un cuadro estremecedor. “Mi madre era alcohólica y adicta a las pastillas. Cuando perdía el control, le hacía insinuaciones sexuales a Pablo.” Pablo siguió viaje a Rosario y Tucumán, compró un caballo para cruzar a Bolivia, pero fue detenido en Ranchillos.
El proceso judicial duró cuatro años. Estuvieron primero en la cárcel de Caseros y luego en Devoto. Sergio comenzó a militar por los derechos de los presos y tuvo un rol central en la fundación del Centro Universitario de Devoto. Fue en la cárcel donde lo visitó por primera vez Bonafini, al final de la dictadura.
Mientras avanzaba la causa, el abogado de los hermanos, ya en democracia, argumentó que el asesinato tenía relación con el tráfico de armas del que participaba Schoklender padre y apuntó a los militares como responsables. Pero su estrategia fracasó. El 12 de marzo de 1985, Sergio fue condenado a prisión perpetua por asesinato y estafa. Pablo se benefició con una falta de mérito. Al año, cuando la Cámara de Apelaciones revocó ese fallo, Pablo se fugó, entonces con éxito.
Sergio exprimió al máximo sus años en cautiverio: cursó las carreras de abogacía, psicología y sociología, la única que no terminó. Pablo logró ingresar a Bolivia con pasaporte falso y vivió allí como ciudadano argentino. Por un giro doloso de cheques, la policía envió sus huellas a Interpol, que descubrió su verdadera identidad. En mayo de 1994 fue detenido y enviado a la Argentina, donde comenzó a cumplir su pena.
A fines de 1995, al cumplir las dos terceras partes de su condena, Sergio salió en libertad condicional y estrechó sus vínculos con Bonafini. Alcanzó amplias responsabilidades en la Asociación Madres, de la cual fue apoderado durante años. Comenzó a administrar los millones de pesos que el Ministerio de Planificación le confiaba a la Misión Sueños Compartidos, a la que se sumó su hermano Pablo, al recuperar la libertad. Desde entonces fue acusado de haber comprado varios cruceros, un yate, una casa en Pilar, lotes y departamentos, motos y autos de lujo. En 2010, también Meldorek, con dos aviones incluidos. Una de las primeras denuncias en su contra trascendió en mayo del año pasado. Entonces comenzó la investigación que ayer llevó a los hermanos de vuelta a la cárcel.
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