EL PAíS
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A la buena de Dios
› Por Horacio Verbitsky
Una de las tantas cosas que debe agradecerse al electorado es que no haya seguido las tendencias previstas por los principales encuestadores. De lo contrario, la del domingo 27 de abril podría haber sido una noche negra y tal vez hasta hoy no se habría determinado quiénes participarán en la segunda vuelta. El dato fundamental no era quién obtendría más votos, sino qué par de candidatos encabezarían las preferencias y pasarían a la ronda decisiva. Todos los sondeos vaticinaban una distancia entre el segundo y el tercero muy inferior a la que ocurrió, que fue de 5,64 por ciento de los votos.
Si la realidad hubiera sido como suponían los expertos, la contradicción entre la primera elección posmoderna de la historia argentina y un sistema electoral premoderno podría haber derivado en un mayúsculo escándalo. El cuadro que acompaña esta nota se limita a los tres candidatos más votados. Coteja los resultados oficiales provisorios con los últimos sondeos difundidos por diez analistas del mercado electoral. De los más notorios sólo falta Julio Aurelio, quien se negó a divulgar cifras aduciendo que las distancias estaban dentro del rango del error estadístico de la muestra. Es decir que también él preveía una distancia inferior a la que resultó.
Una vez cerrados los comicios, las autoridades y los fiscales de cada mesa de votación separan las boletas y las suman en forma manual. En un Acta de Escrutinio que viene impresa al dorso del padrón, escriben con una lapicera, en letras y números, la cantidad de sufragios emitidos, la diferencia entre los escrutados y los votantes empadronados y, por último, los obtenidos por cada candidato, los blancos e impugnados. Con esos mismos resultados el presidente extiende un “Certificado de Escrutinio”, cuyos datos se vuelcan también a mano en un formulario especial que por costumbre se sigue llamando telegrama como en el siglo XIX y que el presidente de mesa entrega al empleado de correo.
Esos telegramas recorren dos siglos hasta llegar a 38 Centros de Ingreso de Datos (CID) distribuidos en sucursales del correo en todo el país, donde recién comienza el procesamiento informático con el tipeo de los datos en sus computadoras. El software empleado en los CID coteja los resultados con el padrón correspondiente. Si se emitieron tantos votos como los electores registrados en el padrón, o menos, suma la mesa y la remite al Correo Central. Como en muchos casos las autoridades y los fiscales partidarios votan en una mesa en la que no estaban empadronados, el programa admite hasta cinco votos más por mesa que los inscriptos. Si la diferencia es mayor, rechaza los resultados de esa mesa. Lo mismo sucede si el operador no entiende la letra del telegrama, si falta la firma de las autoridades de mesa o se encuentra algún otro defecto.
Esos defectos se denominan “Incidencias”. Se dejan aparte y son resueltos por la Junta Electoral y los apoderados de los partidos, que intentan subsanar el inconveniente, interpretando de buena fe los datos confusos. Si lo logran, suman esos números, de lo contrario los dejan para el escrutinio definitivo. En las elecciones presidenciales de 1999 se admitió un margen de incidencias del 5 por ciento, en las de la semana pasada del 3 por ciento.
Seis de los diez analistas (Zuleta, Romer, Equis, Analogías, Fara, Haime) vaticinaron que Menem y Kirchner ocuparían los dos primeros puestos. Tres estimaron que los finalistas serían Menem y López Murphy (Mora y Araujo, Giacobbe, Fidanza) y uno que dirimirían la elección López Murphy y Kirchner (Rouvier). Dicho de otro modo: nueve creían que Menem sería uno de los dos contendientes en el ballottage, siete afirmaban las chances de Kirchner y cuatro las de López Murphy. A los efectos del análisis que aquí interesa, el casillero más importante es el último, aquel que refleja la diferencia porcentual entre la segunda y la tercera fórmula más votadas. Tres encuestadores la estimaban en décimas, tres entre un punto y un punto y medio porcentuales, tres calculaban menos de 2,6 puntos y sólo uno vaticinó una diferencia del 3,8 por ciento, algo más aproximada a la del escrutinio.
A la 0.30 de la mañana del lunes 28 se había escrutado y totalizado el 90 por ciento de las mesas, y todos estaban en paz. Menem y Kirchner porque tendrían una segunda oportunidad el 18 de mayo; López Murphy porque la diferencia de casi seis puntos era indescontable. De modo que las juntas electorales y los apoderados pudieron procesar sin presiones el 10 por ciento restante, entre incidencias y mesas que llegaban con retraso por las condiciones meteorológicas. A las 5.20 de la mañana del lunes, según la información oficial, ya se había escrutado el 98,94 de las mesas de todo el país, de donde provienen los resultados del cuadro, sin que hubiera reclamos ni protestas. Sólo habrían quedado sin escrutar 700 mesas, pero la exactitud de este dato recién se verificará en la comparación con el escrutinio definitivo, que se puede esperar en calma porque la diferencia superó en forma holgada las previsiones.
Si la realidad se hubiera comportado como creían investigadores tan reconocidos como Mora y Araujo (Kirchner dos décimas por debajo de López Murphy, que disputaría la final con Menem), Rouvier (Menem fuera del ballottage por ocho décimas) o Zuleta (López Murphy excluido de la segunda ronda por ese mismo porcentaje), nadie se hubiera ido a dormir tranquilo. La respuesta frenética del tercero excluido hubiera hecho palidecer el furor de Alberto Rodríguez Saá el domingo pasado, cuando sin ninguna prueba denunció fraude. Con el 90 por ciento escrutado la distribución estadística normal hace que la tendencia sea irreversible en un 98 por ciento. Pero los partes descartados por incidencias no hacen otra cosa que romper la distribución normal y si la diferencia es minúscula no hay más alternativa que contar hasta el último voto. Los primeros sondeos para el 18 de mayo vaticinan diferencias muy superiores a las del error estadístico, por lo que el precario sistema electoral no debería tener problemas para procesar sus resultados sin conflictos. Pero sólo el voto electrónico, como se practicó en las últimas elecciones en Brasil y Venezuela aseguraría que la tranquilidad de una noche decisiva no vuelva a depender como el domingo pasado de la buena de Dios.
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