EL PAíS • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Mario Wainfeld
El jefe de Gobierno, Mauricio Macri, anunció que la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA) se hará cargo de los subtes. Asume tales obligaciones con retardo, a más de diez meses de rubricar un acta-acuerdo con el Estado nacional en el que asumía el mismo compromiso, de forma inmediata. Macri enviará un proyecto de ley a la Legislatura, en la que no tiene mayoría propia. Nada es seguro en este mundo, pero parece que contará con los apoyos necesarios.
Fiel a su estilo, “Mauricio” abundó en reproches al Gobierno y en alusiones genéricas a “la gente”. Trató de capitalizar en provecho propio la manifestación del jueves pasado. Amarreteó todo tipo de precisiones, empezando por qué tiene pensado hacer con las tarifas, montante de las inversiones que aspira a concretar y varios etcéteras. Nada dijo en su breve presentación: gambeteó las preguntas alusivas de los periodistas. Les explicó que el tema es complejo y que la ley debe ganar consenso de otras fuerzas en la Legislatura. Ese tramo es veraz, lo que no hubiera obstado a que Macri definiera en detalle cuál será su proyecto, que eventualmente deberá pasar por el tira y afloja de toda tratativa.
Sin agotar la problemática, esa ley (u otras futuras que la redondeen) debe agregar a su aspecto principal una ampliación del Presupuesto de 2013 que no asigna una chirola al subte. Y también la autorización a buscar financiación externa, que Macri deslizó reclamando desde ya el necesario aval del Estado nacional.
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Los años se hacen largos, en el recuerdo de las personas de a pie y aun en el de un cronista, forzadamente más atento a esas cuestiones. Da la impresión de que el acta-acuerdo se hubiera firmado juntamente con el Pacto de San José de Flores o, por la parte baja, el siglo pasado. Sucedió, sin embargo, el 3 de enero. El convenio es indeciblemente conciso. Su parte dispositiva se reduce a cinco artículos, que no suman más de treinta renglones. Más pobre que escueto, si se quiere. Pero no deja resquicio a dudas respecto de las obligaciones contraídas por el gobierno de Macri. El artículo primero es inequívoco: “La Ciudad ratifica en este acto la decisión de aceptar la transferencia de la Red de Subterráneos de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires”. Por si hiciera falta, el artículo segundo añade: “En consecuencia, la Ciudad asume a partir de la firma del presente el control y fiscalización en su totalidad así como el íntegro ejercicio de fijar las tarifas del servicio, incluyendo la facultad de establecerlas por decisión unilateral”. “En este acto”, “desde la firma del presente”... no cabe ninguna interpretación alternativa.
El sideral aumento del boleto decretado por el macrismo poco tiempo después fue un rotundo principio de ejecución, sólo admisible si lo decidía quien tenía a su cargo el servicio. Pero “Mauricio” se echó atrás, mascullando quejas y victimizándose. Los medios dominantes, para variar, lo arroparon. Ningunearon, sin mayor elegancia, la palabra escrita. Se valieron de subterfugios de lenguaje: “A Macri le tiraron el subte por la cabeza”, “fue obligado”. Curiosos republicanos los que moran en estas pampas: se llenan la boca exigiendo institucionalidad y apego a las normas... salvo cuando quien las vulnera lleva su propia camiseta, la amarilla.
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La pulseada con el gobierno nacional podría, hipotéticamente, haberse judicializado. La Corte Suprema es competente, de movida, en tales pleitos que enfrentan una provincia (con matices, la Ciudad Autónoma lo es) y la Nación. Ninguna de las dos partes lo hizo, para relativo alivio de los jueces del tribunal, que bastantes cuestiones políticas delicadas tienen que abordar, incluyendo los juicios de Santa Fe y Córdoba contra la Nación.
El kirchnerismo llevó el tema al Congreso nacional, que votó favorablemente el traspaso. La norma no tiene imperio en la CABA; su finalidad fue más bien agitar el sentimiento federal de las provincias contra el centralismo. El tópico no habrá sido pasión de multitudes, pero algo habrá magullado las pretensiones presidenciales de Macri su afán de defender un exclusivismo de los porteños.
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Para los usuarios del subte fue un año difícil. La suba del pasaje produjo una parcial emigración de usuarios al colectivo. Los conflictos sindicales dejaron demasiadas veces sin servicio a laburantes de Capital y el conurbano, que también lo usan masivamente. Hubo huelgas por plazos record. Las tratativas son pentapartistas: la empresa Metrovías (que se oculta tras los matorrales pero existe), los dos gobiernos enfrentados, la Unión de Tranviarios Automotor y el Sindicato de Trabajadores del Subte (que eso son a esta altura los originariamente apodados “metrodelegados”). Es un esquema endiablado, como tal funcionó.
Es de esperar que, al emprolijarse el esquema, algo pueda mejorar. Dependerá de la destreza de Macri para hacerse cargo de algo, toda una novedad en su gestión. Un rato antes del anuncio, el diputado PRO Cristian Ritondo se reunió con alguno de los “muchachos” del sindicato del subte, les comentó la movida y les pidió cooperación en el futuro. La respuesta fue coherente y previsible: la habrá mientras se respeten los derechos de los trabajadores. No será sencillo ese porvenir, todo un desafío para el jefe de Gobierno.
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Días atrás una muchedumbre se movilizó al Obelisco. Lo hizo sorteando pilas de basura y aspirando un hedor fétido. Los participantes tuvieron suerte: no llovió ese día y pudieron zafar de moverse a través de una ciudad inundada.
El anuncio llega pocas horas después de esa enésima demostración de ineficiencia del macrismo y de una marcha que le propone una base social a la cual interpelar en 2013 y 2015.
Tras un año entero en el que no tiene nada que mostrar en materia de realizaciones, llegará el 2013, con sus elecciones de medio término. Macri se ha establecido como referente y presidenciable opositor, condición de las que se escabulló en 2007 y 2011. Pero le queda mucho por hacer, en su territorio y en la Nación. Seguramente tomar, tarde pero impreciso, el comando del subte remite a ese cuadro de situación. Bien mirado, desde la perspectiva de sus propios intereses es asombroso que no lo hubiera hecho antes.
Hacerse cargo tiene sus riesgos, la molicie y la infancia de Antonia tienen sus encantos... pero el jefe de Gobierno está forzado a espabilarse y tomar algún toro por las astas. El rezongo, la narrativa familiar tocan su techo, aun con la amigable paciencia de los medios.
El 2013 podría servirle a Macri de trampolín a la escena nacional o a una pileta más o menos vacía, según pinte. La Ciudad debe renovar sus tres senadores nacionales. El PRO no tiene ninguno. Quedará muy en falsa escuadra si no gana las dos bancas de mayoría en el único distrito que gobierna y uno de los muy pocos donde cuenta con fuerza propia. Convencer a los ciudadanos de aquende y allende la avenida General Paz acaso valga el esfuerzo de salir de la pereza.
Para los usuarios puede ser una buena nueva que se comience a definir una situación que los damnifica. Depende en buena medida de la gestión capitalina, que hasta ahora sólo ha brillado por su ausencia.
“¿Y el boleto?”, preguntará el lector concernido, “¿cuánto va a costar?”. No le pidan peras al olmo, ni información certera a Macri.
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