EL PAíS • SUBNOTA
› Por Mario Wainfeld
“¿Qué hay más progresista que lo que hicimos?”, se interrogaba retórico el ex presidente Néstor Kirchner en el Salón Blanco de la Casa Rosada, cuando anunció junto al ministro Roberto Lavagna el resultado del canje de deuda en 2005. Y reseñaba: “Le ahorramos miles de millones al país, recuperamos poder para el Estado, poder para la política”. “¿Dónde estaría el Gobierno si el canje hubiera salido mal?”, se preguntó, otra vez retórico. Un ratito después, hablando en su despacho ante oídos atentos, se contestaba: “Estaríamos de vuelta en Río Gallegos”. Sabía de lo que hablaba.
El canje fue una jugada con muy contados precedentes, en su magnitud, la de la quita y los plazos conseguidos. No fue una labor sencilla ni breve. Debió elaborarse una compleja ingeniería financiera, un menú variado de bonos. Lavagna y el secretario de Finanzas Guillermo Nielsen fatigaron el mundo. Había que persuadir a acreedores de variados domicilios y condiciones. Los radicados en la Argentina eran, seguramente, los más accesibles. Los “institucionales” (bancos o entidades financieras) eran en principio los más conversables porque podía esperarse de ellos racionalidad instrumental, afán de minimizar costos. El colectivo más peliagudo era el que tenía “rostro humano”. Hablamos de bonistas individuales, personas de todas las nacionalidades que se habían jugado a los rentables bonos argentinos, mal aconsejados por banqueros chantas o sin escrúpulos. Muchos comprometieron ahorros de toda la vida. Nielsen, en uno de tantos road movies, sudó la gota gorda ante ancianos o viudas japoneses que lloraban su desdicha.
Se urdió un buen menú de bonos. Se agregaron alicientes para los que aceptaran en los primeros meses de la oferta, un modo de inducir a los dubitativos, una apuesta al “efecto manada”. El escrutinio de las Bolsas de todo el mundo fue severo, impuso una postergación que preocupó al Gobierno.
Kirchner y Lavagna decían conformarse con un 50 por ciento de aceptación. Esperaban más pero reservaban el optimismo al fuero interno. La aceptación superó el 75 por ciento.
Los requisitos de presentación ante “los mercados” incluían advertencias minuciosas de riesgos y contraindicaciones, más severas que las que contienen los prospectos de los medicamentos o las cajas de cigarrillos. Entre ellas, la posibilidad de que los acreedores que no aceptaran llevaran demandas ante la Justicia internacional. Un detalle que recobra vigencia ahora.
Una vez cerrado el canje, Kirchner acometió el desendeudamiento con el Fondo Monetario Internacional. Fue en 2006, ya sin el concurso de Lavagna, relevado de su cargo.
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El segundo canje estaba en carpeta aunque las reglas del juego impedían extrovertirlo en público. Era una garantía para reforzar la confianza de los acreedores institucionales. La idea del Gobierno era que la credibilidad crecería, a medida que se fueran sucediendo los pagos en cuotas y se formara un mercado en que se negociaran (tradear, en jerga) los bonos. Lavagna era partidario de hacerlo durante el mandato de Kirchner, antes de 2007. El presidente prefería dejarlo para más adelante. Esa fue, claro, la idea que primó. El segundo canje se produjo en 2010 con Cristina Kirchner como presidenta, Amado Boudou como ministro de Economía y Hernán Lorenzino como secretario de Finanzas. Era más reducido que el otro, había camino previo andado, fue seguramente menos denso pero tuvo sus bemoles. La imperdonable conducta de Martín Redrado al negarse a renunciar a la presidencia del Banco Central perjudicó la operatoria, o sea los intereses nacionales. De nuevo, fue forzosa una postergación. Aunque se llegó a un total de aceptación de un 93 por ciento del universo de los acreedores, el Gobierno esta vez esperaba unos puntitos más.
Como sea, la labor fue un ejercicio de soberanía y defensa del dinero de los argentinos. Combinó decisión muy alta, desafíos a la oposición cerril de bonistas de toda laya, del establishment financiero doméstico y del internacional, de los gurúes económicos de la City.
El producido puede ser cuestionado “por derecha” o “por izquierda” como casi cualquier acción concreta de un gobierno. Vale consignar que se avanzó en un terreno casi ignoto. Que el primer tramo se concretó en un contexto de debilidad institucional y económica, que se fue repechando al correr de los años. Se redujo el impacto de la deuda en el PBI y en las decisiones económicas domésticas. Se honraron los vencimientos lo que se acompasó con un crecimiento general inédito del producto bruto y del empleo. Ningún gobierno, desde 1976 hasta hoy, hizo tanto por achicar esa incidencia y ninguno logró tanto. No resolvió todas las cuitas, como se está comprobando, pero se avanzó como jamás antes. Tirar la pelota afuera respecto de los fondos buitre fue una de las tácticas empleadas, con éxito hasta esta semana.
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