EL PAíS
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Oportunidad única
› Por Washington Uranga
Ocupados –quizás en exceso– por las cuestiones internas, los obispos católicos dejaron pasar una oportunidad para enriquecer el debate y sumar sus criterios y propios puntos de vista en una coyuntura de cambios en la que gran parte de la sociedad está poniendo esperanzas y expectativas. Prefirieron ahorrarse la tarea de formular una declaración propia que transmitiera sus ideas, limitándose a endosar con su respaldo el texto de la homilía pronunciada por el cardenal Jorge Bergoglio en la ceremonia del Tedéum del 25 de mayo pasado. En el mismo momento en que se inicia en el país una etapa de gran importancia para la ciudadanía tras graves situaciones de crisis, los obispos dedicaron la mayor parte de su tiempo a decidir y a organizar temas de orden intraeclesiástico. A la hora de los pronunciamientos ni siquiera dieron a conocer el texto completo del documento “Navega mar adentro”, que se viene elaborando desde hace tres años, que reúne las principales líneas de acción de la Iglesia y cuya redacción final está terminada hacia ya varias semanas. Nadie puede objetar –en términos estrictos– que en su asamblea plenaria los obispos católicos se dediquen a abordar cuestiones internas o asuntos de su propia organización. Están en su derecho y esos temas son propios de su responsabilidad. Sin embargo, también es válido decir, que existen momentos y coyunturas en los cuales todos aquellos –personas o instituciones– que aspiren a tener un protagonismo cierto en la vida del país, tienen que hacer públicas sus definiciones, sus opciones, hacer conocer su palabra. Cuando asumieron la responsabilidad de impulsar y respaldar el Diálogo Argentino –pero ya desde antes cuando se inició el período de la primera presidencia del arzobispo Estanislao Karlic en 1997– los obispos insistieron en mantener un diálogo abierto y franco con la sociedad. Lo han hecho de diferentes maneras, con aciertos y errores. En muchos casos con valentía tanto para enfrentar los problemas como para asumir riesgos personales e institucionales. Quizás esta ocasión era una oportunidad propicia para –abandonando el tono de denuncia que ha caracterizado los documentos episcopales de los últimos tiempos– adoptar una actitud propositiva que sumara miradas y puntos de vista. Para ello han venido trabajando los laicos católicos junto a representantes de otros credos y organizaciones sociales. Nadie espera de los obispos propuestas políticas o medidas técnicas, pero seguramente ésta era una ocasión para hacer aportes que iluminaran la construcción desde los criterios y los valores.
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