EL PAíS • SUBNOTA
› Por Mario Wainfeld
A las cuatro de la tarde se podía cocinar un huevo frito sobre el pavimento en tres minutos. A las seis, cuando el cronista trataba de internarse en una plaza que se iba abigarrando, se podía tardar un cachito más. La muchedumbre se iba sumando, muchos encuadrados, muchos por la libre.
En las dos Diagonales, desde muy temprano, se desplegaban stands de microemprendedores, cooperativas, entramados productivos, fábricas recuperadas y varios etcéteras. Radios comunitarias abrían sus micrófonos. Mucho aprendizaje social hay ahí, muchos (y en especial muchas) alquimistas de la crisis. Mucho Estado, también.
Argentinos de a pie van mostrando el producto de su laburo, tratando (claro) de vender algo, uno al lado del otro. Todas esas personas confluyeron desde distintos parajes del país. ¿Dónde y cómo estaban en diciembre de 2001? Dicen que el kirchnerismo es puro relato. Ajá. Acaso haya que mirar más lo micro, a las gentes comunes que cambiaron de pantalla, que pasaron de desocupados a productores, de despedidos a autogestionarios. O de vivir discriminados a ir siendo (siempre con luchas y dificultades) sujetos de derechos.
Un tipo sonriente se acerca al cronista, lo abraza, le entrega un afiche, asegura que es el último que le queda y así parece. Es una foto de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, llevándose las manos al pecho. La consigna es “Por cuatro años más de amor entre mujeres”. Lo firman “Lesbianas y feministas por la descriminalización del aborto”. El aborto libre, legal y seguro no es una bandera del kirchnerismo, ni de la presidenta Cristina. Pero, más sabe que supone el cronista, las militantes entienden que esa bandera progresista sólo tiene chances de prosperar durante este gobierno. Algunas chances, no todas. Con sus antagonistas, no les cabe ninguna.
El matrimonio igualitario es realidad y una señal. Hay parejas homosexuales que se van besando mientras caminan. Alguna empuja un cochecito de bebé, como tantas otras héteros.
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Los que van sueltos prefieren Diagonal Norte. Por la Sur y por Avenida de Mayo las columnas van llegando, algunas a primera tarde. Otras apenas antes del discurso de la Presidenta, que largó cerca de las nueve.
Varios formatos de convocatoria convergieron en la movilización. Los del acto político, que mueve a los que van a participar y hacerse notar. Los que pugnan, de mejor o peor modo, por quedar más cerca.
Los que van a ver a los músicos populares.
Y un pequeño Bicentenario. En los accesos a la Plaza, la ya aludida bocha de stands que ofrecen desde libros hasta bombos, pasando por dulces regionales, quesos, telas, textiles, encurtidos, las artesanías que a usted se le ocurra.
Artesanos que yugan todos los fines de la semana en la ciudad se cuelan también porque saben olfatear dónde habrá multitudes. Al ocaso, algunos se tumbaban cerca de la Legislatura porteña. Hay un sillón desvencijado en la calle Perú. Le cuelga un cartel desprolijo: “Peluquería. Cortate el pelo, chabón”. El periodismo de investigación corrobora que hay muestras en el piso: alguien hizo uso del servicio.
Mujeres kollas bailan, con el borsalino puesto y sacuden (supone el relator, que teme equivocarse en esos detalles) una suerte de matracas. En la mera acera bailan. Las tutelan algunos de sus compañeros y también unos muchachos del gremio UPCN que le sacan al cronista una cabeza y a ellas algo más.
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Las organizaciones sociales y las agrupaciones políticas prodigan colores. Una sabiduría de la etapa es que haya muchos estandartes, que siempre ayudan a parecer más. Claro que hay conjuntos que no precisan simular. La militancia juvenil, la Tupac Amaru, la Kolina que levanta a la ministra Alicia Kirchner, varios impresionantes contingentes del territorio conurbano. La presencia sindical es menos conspicua y dominante.
Difícil hacer un promedio. La sociología impresionista arriesga siempre, máxime si escudriña centenares de miles de personas. El cronista entiende que vio un acto pluriclasista, dominado por sectores populares y clase media baja. Más morochos que blanquitos, pero vaya si había de éstos. Vaya... argentinos de la clase media que algunos leen como alejada sin retorno del kirchnerismo y que muchos oficialistas nacidos en su seno cuestionan con una suerte de snobismo nac & pop.
En decenas de capitales y ciudades del interior se congregaron otros actos. Una jornada federal, democrática, multiclasista, con diversidad de género, con las Madres y las Abuelas en el primer lugar cerca de la Presidenta.
Las comparaciones con el 8N quedarán para otro día, pero los matices, el pluralismo social, la vastedad de las organizaciones sociales que adhieren marcan un abismo. Ayer se dio cita un abanico como sólo puede mostrar esta versión del peronismo del siglo XXI. Hasta que emerja una alternativa, no perceptible en la noche del domingo.
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En una era signada por las polémicas sobre el periodismo, el cronista se enrola entre quienes afirman que se debe sincerar desde dónde se escribe. Ahí va, pues. Esta columna se empezó a pensar a pocas cuadras de la Pirámide de Mayo frente a una parrilla donde bullían paties, un par de morcillas recocidas y una olorosa partida de chorizos. Quien les habla había almorzado tarde y le sobraban motivos para ni pensar en el sánguche: bromatológicos o de cuidado de su cuerpo y su salud. Pero el aroma del chori en las inmediaciones de canchas y actos le es casi irresistible. Pone en jaque a los horarios, a la sana lógica de las colaciones de menos de cien calorías y a las precauciones contra la presión. Desde ahí se escribe, entonces. Desde un afecto-pertenencia por las movilizaciones populares que lleva décadas. Y desde una consiguiente debilidad por los efluvios de la parrilla.
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La Plaza misma estaba impenetrable, merced a una multitud compacta, a las siete y algo. Ignacio Copani cantó un ratito antes, quien no estaba al lado del palco podía verlo por las pantallas gigantes pero jamás oírlo. El sonido era bueno, después se corroboró, pero el batifondo de “la gente” (“ellos” también son “gente” aunque haya quien no lo crea) tapaba todo. En el sinfín que entraba y salía prevalecían el autorreconocimiento, el aplauso a las columnas, tanto como a murgas de variadas procedencias, atractivos de cuerpos y edades que se expresaban por doquier.
La gente deambulaba tranqui, con los pibes en brazos o agitando banderitas. Muchos cafés de la zona, algunos muy cercanos a la Plaza, se mantuvieron abiertos, porque el clima era pacífico y alegre. Habrán hecho un buen domingo también, un día de viento de cola.
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La Presidenta habla alrededor de tres cuartos de hora. Se la ovaciona, brotan consignas, se chifla a quien corresponde, se vocea (como en actos de otros “palos”) “si éste no es el pueblo...”. Lo esperable, aunque es necesario subrayar la juventud de tantos participantes y la euforia. Pero lo más destacable es el silencio que acompaña a una oradora densa, de párrafos largos, que no resigna contenidos. Cuando Cristina les habla a sus partidarios, éstos la escuchan, los largos silencios son todo un dato.
La Presidenta enalteció a la democracia, levantó la memoria de Yrigoyen, Evita, Perón, Alfonsín y Néstor Kirchner. Consiguió para la presidenta Dilma Roussef una ovación que pocos brasileños habrán ligado en la Argentina. Recorrió tópicos que le son habituales: golpes cívico-militares, exaltación de los derechos humanos, repaso veloz de los logros sociales y en materia de trabajo. Castigó a las minorías, aclarando que no aludía a las políticas o sociales sino a los intereses económicos concentrados.
Les dedicó varias entradas a jueces y al Poder Judicial que darán miga a analistas y a los propios togados. Recordó complicidades del Poder Judicial con las dictaduras, con el golpe contra Yrigoyen. Homologó al juez Griesa de Nueva York con ciertos colegas de por acá. Le dio duro a un magistrado ¡de la Justicia previsional!, quien despotricó en Página/12 contra la Asignación Universal por Hijo y la concesión de jubilaciones a quienes no tenían la totalidad de los aportes. Aludió a la “ley de medios”, reseñó el poder de los medios dominantes para derrocar o condicionar gobiernos.
Las vestales de la república encontrarán “amenazas”, “ataques” o “aprietes”. Al cronista le dio la impresión de que hubo severidad sin desbordes. Y que se prodigó más arrogancia en el comunicado anónimo de varias entidades de magistrados y fiscales del jueves pasado que en el discurso de ayer.
Los picos emocionales de una oradora que agregó ese registro en los últimos dos años y pico fueron las alusiones a Kirchner, a Madres y Abuelas. Y su pedido “A Dios” por la salud del presidente venezolano Hugo Chávez. Un sinceramiento de una situación que pone en vilo a la región y que conmovió por su expresividad.
La Plaza tuvo de todo, cuando se repasen los medios o se hable con colegas o amigos de provincias se podrá saber más de lo que se vivió en el interior.
¿Y el sánguche? El cronista resistió a la tentación, seguramente temiendo que se lo acusara de haber ido a la movilización por el choripán. Mala opción, que se reprocha a la noche mientras cierra esta columna: seguramente los fiscales del republicanismo lo imputarán igual.
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