Vie 14.06.2013

EL PAíS • SUBNOTA  › EL TESTIMONIO DE LAS VICTIMAS DURANTE EL OPERATIVO DE RESCATE

“Sentí como una explosión”

Los heridos que esperaban atención médica. Los que estaban en shock. Los que contaban cómo se escuchó el impacto y cómo se cortó la luz. Los sobrevivientes relataron su drama. “La gente empezó a gritar, golpeaban las ventanillas para romperlas”, contó uno de ellos.

“¡Llamen a una ambulancia!” El grito se escuchó en medio de la oscuridad: venía desde las vías. Unos minutos antes, Mario Zanellato se había despertado con una explosión, algo que “parecía un trueno”, que lo sacudió. Mario vive en un chalet frente a las vías, a cuatro cuadras de la estación Castelar. Se asomó a la calle y no vio nada: la chicharra del paso a nivel peatonal sonaba sin parar, hasta que se escuchó el pedido de auxilio. Su esposa llamó a los bomberos y de inmediato al SAME. Los dos fueron hasta el paso a nivel de República de Eslovenia y ahí vieron las dos formaciones. Junto a otros vecinos, fueron los primeros en asistir a los pasajeros. “Los bomberos llegaron 7.25 y las ambulancias diez minutos después”, contó Mario. Muchos, la mayoría, se fueron caminando por las vías. A otros los ayudaron a bajar los vecinos. “Al principio trajeron unas puertas para usar de camillas”, cuentan.

María Luján Fernández está sentada en un banquito, en la vereda de la verdulería de la calle Zapiola, a metros del paso a nivel. Ya la vio un médico y ahora espera que vengan por ella con una ambulancia. Venía en el tren que fue chocado, en el último vagón. “Había subido en Liniers, a las 6 había salido de trabajar. El tren venía con demoras”, cuenta, todavía bajo los efectos del shock. Aunque el tren venía repleto, había podido sentarse. “Nunca viene tan lleno. Venía con atraso. En un momento se paró, sentí como una explosión y se cortó la luz, quedó todo a oscuras”, recuerda. “Al rato empezaron los gritos.”

Sandra Cortés, en cambio, viajaba en el tren que venía detrás, el que embistió al que estaba detenido. Venía con su novio, Guillermo Falcón. Habían subido en Once y los dos iban a trabajar hasta Moreno. “Veníamos sentados y en un momento sentimos como que explotó algo. Se cortó la luz, se nos cayó gente encima”, cuenta Sandra. Ella se golpeó la frente y una pierna con el asiento de adelante.

Ahora están sentados en el cordón de la vereda, también esperando un traslado. Tienen la mirada perdida en el vacío, casi no hablan, hasta que el cronista les pregunta cómo están. “Ahora bien, tuvimos mucho miedo”, cuenta Sandra. “La gente empezó a gritar, golpeaban las ventanillas para romper los vidrios, después se abrieron las puertas y pudimos bajar.” Pedro pudo ver, antes de descender, a un muchacho que había quedado atrapado entre las chapas aplastadas. Venía parado. Estaba muerto.

También relatan los gritos de desesperación de una madre. “Buscaba a su bebé debajo del asiento. Había dos bebés en ese vagón.” Sandra dice que la atendió un médico. “Pero me dejaron acá.” Dos mujeres de unos cincuenta años se acercan, parecen voluntarias, pero no tienen pecheras y ofrecen llevar a la pareja hasta la carpa montada en la esquina de Navarro y Arredondo, donde están los médicos.

Micaela busca a su esposo, Carlos Barroca. El trabaja como sereno y tenía que haber llegado, como todos los días, a las 7.30, a su casa. Lo llamó al celular, pero atendió el encargado del trabajo de su esposo: se lo había olvidado allí. “Lo que me preocupa es que no me llamó. El siempre me llama. Cuando fue lo de Once me habló enseguida para avisar que estaba bien”, dice la mujer, sin perder la serenidad. “Pero ahora nada. En mi casa quedó mi hijo para esperar a ver si llega...”

Micaela llegó con su hija a la misma esquina, Navarro y Arredondo, donde la municipalidad de Morón montó una de las mesas para que los familiares que buscan a los suyos, puedan consultar la lista de trasladados a hospitales. En otra planilla hecha a mano se hace la lista de las personas buscadas. Luego llegará un asistente con una laptop, para hacer más operativa la tarea.

Allí va y viene Marcela Vandemperre, secretaria de Acción Social del municipio. “Estamos buscando a un chico que llamó a su familia, les avisó: ‘tuve el accidente’. Dijo que estaba muy asustado. Y cuando vinieron a buscarlo no lo encontraron. Anda deambulando por ahí en estado de shock”, dijo. ¿Cómo saben eso?, le preguntó este diario. “Encontramos su celular perdido a unas cuadras de acá.”

Toda la zona está vallada con cintas y, si bien hay curiosos, respetan el trabajo de los bomberos, médicos y enfermeros. Por Arredondo, hacia un lado, estacionan en fila las ambulancias, del SAME de Morón y del porteño; del servicio de emergencia de la provincia (SIES) y del Ministerio de Salud de la Nación y de empresas privadas. En la misma calle, pero hacia el otro lado, están las autobombas de los bomberos.

Sobre las vías y dentro de la formación ya trabajan los peritos. Un hombre se acerca con su hijo de seis años para mostrarles “cómo trabajan los que estudian qué pasó”.

Beatriz Wolf tiene sobre una solapa un pin de la ONG Emergencias Psicosociales. “Vinimos para dar contención emocional a las víctimas o a las personas que vienen a buscar a sus familiares”, explica. Algo imprescindible en episodios como éstos, que sostiene involucran a centenares de personas y que generan situaciones de pánico: “La incertidumbre los convierte en niños en un envase de grandes”, describe.

El baldío donde se instaló la carpa está vallado, pero no cuesta demasiado entrar allí. En ese lugar hicieron base el secretario de Seguridad, Sergio Berni, que dialoga con el jefe del SAME porteño, Alberto Crescenti. Ya están distendidos: son las 10.15 y el rescate de víctimas terminó.

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