En un armario bien cerrado de Migraciones yacen tres inmensos libros hechos a mano. Cuadrados, de medio metro de lado, pesadísimos, sus tapas son de maderas gruesas y exhiben, todavía visible pese al polvo de décadas, cada uno una cifra pintada a pincel: 1947, 1948, 1949. Son los registros de Incineración, donde una mano prolija anotó por meses y meses los números de centenares de legajos y expedientes que fueron quemados en 1958 y 1967, por orden superior.
El triste catálogo tiene una enorme importancia, como llave para comprobar si ciertos trámites particularmente críticos fueron destruidos sin dejar rastros. Por ejemplo, todavía no aparecen los expedientes de radicación de personajes cuyas tarjetas de desembarco –prueba de que llegaron al país– sí se conservaron: Alfons Caluwe, Josef Mengele, Klaus Barbie, Otto Muller, Gerard Hoet, Walter Kutschmann, que hasta estuvo detenido a punto de ser deportado en la década del ochenta, René Cloetens, Fritz Latschner, Daniel Devrient y Willem Sassen, que se presentó por estas costas con el pintoresco nombre de Jacobus.
Las purgas en el archivo parecen haber sido periódicas, pero siguen siendo un misterio. Hasta Uki Goñi, que lo recorrió ampliamente, daba por perdido el expediente croata que acaba de encontrarse y fue publicado por Página/12 en exclusiva ayer.