EL PAíS • SUBNOTA
› Por Mario Wainfeld
“Ya no estamos en condiciones de discutir, excelencia, el régimen no estaba sostenido por la esperanza ni por el conformismo, ni siquiera por el terror, sino por la pura inercia de una desilusión antigua e irreparable, salga a la calle y mírele la cara a la verdad, excelencia, estamos en la curva final, o vienen los infantes o nos llevamos el mar, no hay otra, excelencia, no había otra, madre, de modo que se llevaron el Caribe en abril, se lo llevaron en piezas numeradas los ingenieros náuticos del embajador Ewing para sembrarlo lejos de los huracanes en las auroras de sangre de Arizona, se lo llevaron con todo lo que tenía dentro, mi general, con el reflejo de nuestras ciudades, nuestros ahogados tímidos, nuestros dragones dementes, a pesar de que él había apelado a los registros más audaces de su astucia milenaria tratando de promover una convulsión nacional de protesta contra el despojo, pero nadie hizo caso, mi general, no quisieron salir a la calle ni por la razón ni por la fuerza porque pensábamos que era una nueva maniobra suya como tantas otras para saciar hasta más allá de todo limite su pasión irreprimible de perdurar, pensábamos que con tal de que pase algo aunque se lleven el mar, qué carajo, aunque se lleven la patria entera... “
El otoño del patriarca, Gabriel García Márquez.
Los gringos se llevaron el Caribe. Claro. Y después se cuenta cómo. El párrafo no tiene por qué ser el mejor de Gabriel García Márquez, será una de tantas historias encastradas entre otras. A uno le resulta formidable, siempre lo evoca, el hallazgo le suscita una suerte de alegría, un afán de recontarlo (valga la expresión: mal y pronto).
García Márquez, comentaron la periodista Mariana Enriquez y el sociólogo Horacio González, concilió como pocos o como nadie ser un escritor exitoso en las ventas, de una calidad insigne y con un compromiso político alto. Fue generoso con sus lectores, les contagió su alegría al escribir pero jamás fue concesivo con ellos. No les ahorró extensiones, ni se sometió a las frases cortas, ni escatimó localismos, casticismos ni vanguardismos ni ejercicios de estilo.
Dos facetas básicas, quién sabe, tiene su obra. Una es la más reconocida. La de, entre otros libros, Cien años de soledad o El otoño.... Las mil y una noches caribeñas, un sinfín de historias dentro de una historia.
La otra es la del relator preciso, que se apega a los hechos y solo los embellece con el estilo. Esa que aparece en Noticia de un secuestro y Crónica de una muerte anunciada. Gran titulero el hombre, comentó Juan Sasturain en Página/12: por algo les puso “Crónica” y “Noticia”.
Cualquiera de esos dos hipotéticos narradores hubiera merecido un Nobel. El fue ambos a través de décadas.
La vida nos permitió a quienes tenemos algunos años menos seguir la obra de García Márquez en tiempo real. Leer cada libro recién salidito, tener al autor y a su obra como compañeros de vida. Una fortuna que, por muchos motivos, no se repetirá.
Cualquiera que ame escribir, aun en un nivel menor, es antes que nada un lector pasional y gánico. Borges mismo pidió más de una vez ser juzgado más por lo que leía que por lo que escribía. Quien esto firma, un lector agradecido y conmovido, sonríe cuando recuerda narraciones, es acometido por un ansia enorme de releer y se apena por el adiós. Que alude a un genio, tanto como a una parte de la vida de uno mismo. Que jamás lo conoció, ni lo reporteó, ni lo vio, cuestiones que en sustancia poco importan.
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