EL PAíS • SUBNOTA
› Por Mario Wainfeld
Marcelo Tinelli regresó a la tevé y, en lo que a esta columna concierne, le dedicó su tiempo a “atender” al Gobierno. Recorrió, sarcástico, presuntos diálogos con el jefe de Gabinete, Jorge Capitanich. Se victimizó en su tono habitual de muchacho langa, tan de moda en los medios y en nuevas estrellas de la dirigencia política.
Se dirigía a una audiencia de millones de personas, deslizó algunas menciones sólo comprensibles para un puñado de iniciados (unos “pocos” miles, pongamos), como la referida a un logo que le habrían rechazado. Algo así como un mensaje cifrado. Bromeó sobre supuestos permisos o vetos para hacer imitaciones. Un tono opositor no partidista recorrió su mensaje, matizado con guiños al gobernador Daniel Scioli.
El Grupo Clarín propagó esos comentarios cual si hubieran sido pronunciados por otro “cuervo” ilustre: el papa Francisco. El rating endiosa, qué tanto.
Para el oficialismo será un grano el tono zumbón de Tinelli. Necio sería replicarlo en la tele, donde el hombre juega de local. Lo mejor es dejarlo correr sin entrar en payadas ni en polémicas que siempre se inclinan contra “la política”. El cualunquismo tiene su rating y su gravitación. Tinelli lo expresa como pocos, sobre todo porque maneja registros variados, no siempre se encasilla y casi nunca se enoja.
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De cualquier modo, conviene no creer a pie juntillas los mitos urbanos que agigantan exagerar el potencial del conductor-animador. Ni fue el causante de la caída del gobierno de Fernando de la Rúa ni de la derrota del kirchnerismo a manos de Francisco de Narváez en 2009. Esos fenómenos derivan de una multiplicidad de variables, cifrarlos sólo en un programa de tevé es un reduccionismo tan tentador como errado. Un simplismo trivial y seductor, como suelen ser los mensajes de la tele.
El gobierno de la Alianza fue un desastre que construyó su propia salida. Y el resultado de las elecciones de 2013 (año sabático para Tinelli), tan similar al de 2009, incita a pensar que los hechos históricos son multicausados y no lineales consecuencias de un programa de tevé.
ShowMatch puede mortificar o visibilizar a gobiernos o protagonistas. Si pudiera ganar elecciones y consagrar presidentes, ya lo estaría haciendo en favor del propio Tinelli. La ambición de los empresarios poderosos no tiene límites. Si sueñan De Narváez y el jefe de Gobierno, Mauricio Macri (que sólo aprovecharon la fortuna que hicieron sus familiares), qué no querría para sí Tinelli, que “la hizo solo”.
El Gobierno se buscó solo el entuerto. Se equivocó al intentar asociar a Tinelli en el Fútbol para Todos. Es imposible un acuerdo leal con quien tiene una cuota relevante de poder, nula responsabilidad social, un ethos individualista e intereses personales irrenunciables.
Todo contrato con vedettes de ese porte es disfuncional para los intereses públicos, desigual desde el vamos y sujeto a los caprichos y negocios del “socio”.
El error no forzado se pagará en cuotas. Con todo, no deben exagerarse los cálculos anticipados sobre los costos ni caer en lecturas apocalípticas sobre el poder de las cámaras. Por todo lo dicho y porque el empresario-conductor-dirigente de fútbol no se somete a dogmas ni tiene convicciones permanentes: su conveniencia es móvil, cual pluma al viento.
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