EL PAíS • SUBNOTA › JULIANA MARTíNEZ FRANZONI, SOCIóLOGA
› Por Mariana Carbajal
“Los cuidados tienen que ser un derecho para toda la población y no sólo de quienes cuentan con madres o hijas cuidadoras de tiempo completo, ¡qué son cada vez menos!, o con suficiente dinero en el bolsillo para comprarlo todo en el mercado, lo cual es incluso un problema para sectores de ingresos medios”, advierte la socióloga costarricense Juliana Martínez Franzoni, con larga trayectoria de investigación en la temática. En una entrevista de Página/12, Franzoni destacó las principales políticas de cuidados que se han ido implementando en la región y consideró “llamativo” que la Argentina haya avanzado comparativamente “poco” en relación con “transformaciones sustantivas en otras políticas sociales”, como la Asignación Universal por Hijo.
Franzoni es investigadora del Centro de Investigaciones y Estudios Políticos de la Universidad de Costa Rica. Sus publicaciones recientes en materia de cuidados y de política social se pueden consultar en https://sites.google.com/site/julianamartinezfranzonijmfes.
–¿En qué momento se encuentra el debate en torno de las políticas de cuidados en América latina?
–Se trata de un debate público reciente, de mediados de los 2000. A distintos actores les “aprieta el zapato” en lugares distintos: envejecimiento, productividad y desigualdad han sido principales motores de la agenda pública. La caída de la natalidad y el envejecimiento de la población tienen consecuencias para la productividad de los países; para el financiamiento de los sistemas de seguridad social y para la demanda de cuidados de proporción creciente de población mayor de 75 años. Estas personas necesitan de apoyos y servicios cotidianos que aun una buena pensión hace difícil comprar en el mercado. Desde la neurociencia se nos dice que los primeros tres años de vida son decisivos para el desarrollo cognitivo posterior. Algunos actores buscan asegurar el capital humano para alcanzar mayor productividad. Una tercera preocupación es con la desigualdad. Estando en la región más inequitativa del planeta enfrentamos dos problemas. Por un lado, a la hora de entrar al preescolar obligatorio, ya las diferencias entre niños y niñas según las condiciones socioeconómicas de sus familias están marcadas a fuego. El crear servicios de estimulación y educación temprana permite combatir la desigualdad. Por otro lado, 7 de cada 10 mujeres en el pico de la edad reproductiva, entre 24 y 44 años, están en el mercado laboral y el cuidado de sus hijos e hijas depende del dinero que tengan en el bolsillo para contratar apoyos o de contar con una madre u otras mujeres de la familia que se ocupen de cuidar. La biografía laboral femenina se ha acercado mucho a la masculina, pero la participación masculina en los cuidados ha cambiado poco. Sean cuales fueren las preocupaciones, los avances vienen ocurriendo cuando esta agenda entra en la arena político-electoral. ¿Por qué? Porque hay votos que ganar a partir de responder a esta necesidad social. En general, los partidos políticos más conservadores apuestan a soluciones maternalistas y los partidos políticos progresistas apuestan a darle también un lugar a la participación estatal, mediante más servicios, y paterna, en el caso de las licencias.
–¿Qué políticas de cuidado se han implementado en la región?
–Unas son las que extienden las licencias por maternidad y crean licencias por paternidad y parentales. Se han incorporado a estas licencias las trabajadoras por cuenta propia y temporales. También se crean servicios de estimulación y educación temprana para el momento posterior a las licencias. Estas son las principales. Las primeras permiten alternar trabajo remunerado y de cuidados. Las segundas derivan cuidados fuera de la familia. Lo tercero es regulación de las ocupaciones vinculadas a los cuidados, de manera de jerarquizarlas y que dejen de considerarse como extensiones naturales de la condición femenina, se trate de trabajadoras domésticas o de maestras. Si bien la desaceleración económica complica la inversión social, estas medidas son también formalizadoras y creadoras de empleo y, por ende, distribuidoras de ingresos.
–¿Qué países se destacan por avances en el tema?
–Uruguay y Costa Rica fundamentalmente. Aunque en otros países se han implementado algunas medidas, en éstos se adoptaron políticas que explícitamente se nombran como de cuidados: el Sistema Nacional de Cuidados en Uruguay y la Red Nacional de Cuido, en Costa Rica. La primera es una propuesta más ambiciosa que la segunda porque abarca transferencias y servicios a más poblaciones: niñez, población adulta mayor y población con discapacidad. La segunda se enfoca en niñez. En ambos casos las propuestas han tenido relevancia electoral.
–¿Qué impacto tiene este tipo de políticas?
–El primer impacto es simbólico: es similar al proceso vivido cuando la violencia de género y doméstica dejó de ser un asunto privado para ser materia pública y que requería construir acuerdos de la sociedad en su conjunto. En ese caso se trataba de que el Estado la considerara inadmisible. En materia de cuidados se trata de que el Estado cree condiciones para que mujeres y hombres puedan cuidar y ser cuidados combinando de distintas maneras las piezas del rompecabezas que mencionaba antes. Dependiendo de las medidas, un resultado es que las mujeres tengan una inserción laboral más formal y más acorde con sus estudios. Ahora muchas mujeres tienen los trabajos que les permiten estar cerca de sus hijos e hijas; trabajos desprotegidos y peor remunerados. El principal resultado es separar los cuidados del bolsillo y del trabajo femenino no remunerado, abonar a la igualdad socioeconómica y de género.
–¿Hacia dónde deben avanzar países como Argentina en este tema?
–Si comparamos a Argentina con los otros países con políticas sociales robustas de la región, en materia de políticas de nivel nacional, la Argentina ha avanzado comparativamente poco. Es llamativo porque ha realizado transformaciones sustantivas en otras políticas sociales –un ejemplo es la Asignación Universal por Hijo–, y derechos personalísimos como el matrimonio igualitario. En la legislación provincial la brecha entre las provincias con más derechos y las provincias con menos ha aumentado. Por ejemplo, la brecha entre las licencias por maternidad de la población económicamente activa (PEA) femenina estatal en las provincias con menores y mayores licencias aumentó de siete semanas en 2000 a dieciocho en 2013. Esto es maravilloso para quienes están en las provincias donde la licencia es ahora de 30 semanas pero pésimo para las que aún tienen sólo 12 y para quienes en todo el país trabajan privadamente. Sería importante avanzar en tres direcciones. Primero, en contar con un “piso” de licencias maternales para trabajadoras con relación de dependencia y autoempleadas que sea al menos acorde con la definición de catorce semanas de la OIT. Argentina a nivel nacional cuenta actualmente con doce semanas, sólo para asalariadas, y en tanto se considera asignación familiar, durante ese lapso la trabajadora no aporta a la previsión social, algo muy inusual para el estándar internacional. Segundo, en materia de licencias es importante definir mecanismos para que aumente la participación masculina en los cuidados. OIT ha dejado claro que esto es central para acabar con la discriminación laboral femenina. En el mundo hay experiencias de ir creando “zanahorias” (incentivos) para hacerlo gradualmente. Tercero, es deseable contar con compromisos explícitos de expansión de servicios de 45 días en adelante, incluyendo aquellos de tiempo completo compatibles con la jornada laboral. Actualmente se carece de un registro de la oferta principalmente privada existente. Para que sean universales se pueden combinar distintas medidas, incluyendo los pagos complementarios de bolsillo. En resumen, es deseable avanzar en medidas que acerquen a distintos sectores sociales en torno de derechos comunes. La agenda de los cuidados es a la política pública actual el equivalente a la educación primaria del siglo XXI, es decir, un reto y una oportunidad de igualación e integración social en torno de una situación que nos define como seres humanos, ¡nuestra dependencia emocional y afectiva de otros seres humanos!
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