EL PAíS • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Carlos Tomada *
Hace cuatro años murió Néstor Kirchner. ¿Cómo no recordarlo? Pero no sólo porque era tenaz e inclaudicable. O porque, como siempre decimos los que lo tenemos tan presente, era un presidente que hizo mucho más que lo que prometió; o porque era un militante de su ideología y sus convicciones, sino también porque fue un hombre que vivía el presente para transformar el futuro. ¡Y vaya si lo logró!
Mirando hacia atrás, reflexionando el hoy, cabe definirlo como un icono de la inclusión y del crecimiento desde el trabajo. Y con el trabajo. Porque el Kirchner presidente, desde el primer momento de su gobierno, puso de pie al trabajo. Y lo que es más importante aún: puso de pie a los trabajadores. Así será recordado.
Estas afirmaciones se legitiman haciendo un breve recorrido de la historia laboral de nuestro país. Un recorrido que marca de dónde veníamos y todo lo que se hizo. Un recorrido que cambió la lógica de las políticas sociolaborales. Y que, como todo cambio, refleja también todo lo que falta por hacer para fortalecer esta transformación en el tiempo. Es que los argentinos volvimos a confiar en el trabajo como motor del crecimiento. Una idea que Néstor quería recuperar. Y recuperó.
Miremos once años atrás. Un desempleo de-sorbitante nos asolaba. Sin expectativas de modificarse. Casi un 25 por ciento. Millones de ciudadanos sin trabajo. Una resultante nefasta de décadas neoliberales que Néstor se propuso enfrentar. ¿Y cómo lo hizo? Generando condiciones para que el mercado interno volviera a impactar positivamente sobre la vida cotidiana. Y con producción suficiente para exportar. Esto es empleo más salarios más consumo. No fue tarea sencilla. Todo lo contrario. Los mismos que se aferran hoy a las recetas del pasado buscaban impedirlo y proponían otro sendero. Siempre lo mismo. Como hoy. Pero la determinación política y la obsesión por cambiar pudieron más. Así, mirando lo colectivo, pero también lo individual, fue avanzando. Sector por sector. Puesto por puesto. Trabajo por trabajo. Persona por persona. Igual que hoy. Frente a una crisis financiera mundial que comenzó en 2008 y que luego devino en una epidemia sobre la estabilidad del empleo de todo el mundo. Lo de siempre. Quieren que los desatinos del mundo financiero los paguen los trabajadores. Algo que también Néstor Kirchner siempre advertía.
Los millones de puestos que se crearon en esta etapa tienen el impulso de sus políticas y de las que sigue llevando adelante la Presidenta. ¿O alguien puede negar que son el resultado de las iniciativas sobre crecimiento y desendeudamiento? ¿O de las medidas que apuntaron a recuperar los recursos que son de los argentinos, pero que administraban, o mejor dicho usufructuaban, otros? No podemos olvidarnos que en aquellos tiempos la Argentina no tenía reservas, no tenía producción, no tenía empresas y sólo reinaba una especulación que atentaba contra el crecimiento. Grupos concentrados de la economía que no les importa el empleo, ni las condiciones laborales dignas o trabajadores con voz y voto. Son los que por estos días se llenan la boca diciendo que tenemos que ceder “indiscutidamente” ante los protegidos de Griesa.
¿O nos vamos a olvidar de la práctica permanente del trabajo no registrado? Recuerdo que nos querían convencer de que se trataba de una cuestión cultural o de un recurso frente a los costos laborales. Esos que defendían el “empleo en negro”, un eufemismo para esconder el saqueo de derechos y beneficios a millones de trabajadores. Por eso, a los seis meses de asumir, lanzó el Plan de Regularización del Trabajo. Una operatoria que abrió la puerta a nuevas instancias. Que fueron sumando herramientas. Y que su mayor logro, además de reducir la informalidad, fue poner sobre la mesa la discusión. Demostrar que la registración es posible. Y sana económicamente. Reconocer derechos. Y ponerse del lado de la ley. Aunque algunos sigan buscando respaldo y argumentos en coloquios que atrasan veinte años.
Rememorando este camino de construcción política, no podemos dejar de lado la capacitación laboral. Una llave de acceso al empleo o al desarrollo dentro del empleo. Antes de 2003, la capacitación era un recuerdo lejano. Y siempre insuficiente. Pero eso no le resultó un escollo para encarar todo lo que fuera formación para el trabajo. Así llegamos a 2,6 millones de compatriotas. Al que tuviera empleo. Y al que no. A los adultos. Y sobre todo a los jóvenes. Primero con el Plan Jóvenes con Más y Mejor Trabajo. Y ahora con el Progresar. Inversión pública presente para estudiar e ingresar capacitados al futuro. Políticas que explican el sentimiento de los jóvenes hacia un político que les devolvió lo que otros les había quitado.
Las 35 leyes laborales sancionadas en este tiempo tienen esa impronta. Desde aquella derogación de la “Banelco” hasta hoy se han ido modificando condiciones de trabajo, incorporando colectivos largamente excluidos y ampliando derechos. El Estatuto del Trabajador Rural para combatir la histórica explotación de los más poderosos del sector. Con su sello, el de Perón y el impulso de la Presidenta. La Ley de Trabajadoras de Casas Particulares. Un anhelo de Evita que, con la voluntad política de Cristina, se concretó en el Congreso. Y ni hablar de todo lo que se avanzó para la protección contra el trabajo infantil. O ahora con la nueva ley contra la informalidad, que le da integralidad a esa lucha por el empleo de calidad.
Como se puede ver, el listado es enorme. Y para completarlo haría falta mucho más espacio. Porque el esfuerzo que comenzó en 2003 para poner y sostener el trabajo en el centro de la agenda pública parece interminable. Por ejemplo, las paritarias. Llevan once años sin interrupciones, sin pisos y sin techos como algunos auguraban. O el Consejo del Salario Mínimo, que fue cajoneado durante décadas. O lo de los jubilados. Con moratorias, recuperación de los fondos, aumentos por decreto y después con una Ley de Movilidad cada 6 meses. Y tantos otros que nacieron por una línea política que puso en marcha un proyecto de inclusión y de crecimiento con eje en la política de ingresos, o sea empleo, salarios y protección social.
Al leer este breve racconto sólo se puede celebrar la estatura política de Néstor Kirchner. Fue un político excepcional. Un militante infatigable. Un presidente histórico. Un hombre de trabajo. Y del trabajo. Y para todo el país. Su legado es éste. Está latente en Cristina y en todos nosotros, los militantes. En todas las defensas que hagamos del empleo. De cada puesto. Con cada cosa que hagamos, para que los que más necesitan estén mejor. Ya sea grande o pequeña, como él siempre me decía.
En los 12 millones de habitantes que hoy tienen derechos que antes de 2003 no tenían, en los jóvenes que hoy trabajan por el futuro, hay un rumbo definido y concreto. El rumbo que comenzó Néstor. El rumbo que profundiza la Presidenta frente a los buitres de adentro y de afuera. El rumbo que hace que millones de argentinos lo tengamos siempre presente.
* Ministro de Trabajo de la Nación.
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