EL PAíS • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Mario Wainfeld
La presidenta Cristina Fernández de Kirchner es poco afecta a modificar su elenco de gobierno. Y menos dada a difundir sus motivaciones, así sea a través de voceros o por vías informales. El desplazamiento de las autoridades superiores de la Secretaría de Inteligencia (SI) fue sorpresivo, aunque hacía mucho tiempo (demasiado, en algún sentido) que se conocían broncas entre la Casa Rosada y la poco gobernable dependencia que atiende ahí nomás, a una cuadra de distancia, en la calle 25 de Mayo.
Los relevos motivaron un desplazamiento en otra área de gobierno. Oscar Parrilli fue enrocado de la Secretaría General de la Presidencia a la SI. Esa movida trasluce la importancia que le concede la Presidenta a contar con funcionarios de extrema confianza. En efecto dominó, Aníbal Fernández deja el Senado y se traslada a la Casa de Gobierno (ver asimismo nota central).
Los renunciantes-desplazados son Héctor Icazuriaga y José Francisco Larcher, dos protagonistas de perfiles muy diferentes.
El Chango Icazuriaga es un dirigente del “palo”, viene ligado al kirchnerismo desde Santa Cruz. Estaba en el cargo desde fines de 2003, sucediendo a Sergio Acevedo. Los gobiernos kirchneristas no fueron los primeros en colocar al frente de la SI a alguien muy afín políticamente aunque sin experticia previa en el pantanoso mundo de los “servicios”.
El neuquino Parrilli, que estuvo en el cargo que acaba de dejar desde que Néstor Kirchner llegó al Gobierno, representa el mismo perfil. Sólo que el que sale ha perdido confianza o no ha conseguido evitar problemas o algo similar.
Entre todos los cuadros K que se mudarán, será Parrilli quien bailará con la más fea. Es el complejo premio-deber por haber tenido constancia y coherencia. Cualquier funcionario con trayectoria lo sabe. Eventualmente, se le confían tareas muy arduas, en momentos difíciles.
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En cambio, es sideral la diferencia de perfil entre Paco Larcher y su reemplazo, el joven Juan Martín Mena, quien se desempeñaba como jefe de Gabinete del ministro de Justicia, Julio Alak.
Larcher pertenece al elenco estable de la SI, personajes con influencias y poder, no siempre conocidos, ni siquiera visibles. Los servicios de inteligencia cuentan con una gama de atributos que les permiten atravesar los cambios de oficialismo. Horacio Verbitsky describió en este diario a los componentes de una “autonomizada Secretaría de Inteligencia, (que) han construido una base de poder propia, más duradera que cualquier administración”.
Larcher y Antonio “Jaime” Stiuso son los más conocidos mediáticamente, aunque son contadísimas las personas bien informadas y politizadas que podrían reconocerlos por la calle. Sus potestades muy duraderas, filo perennes, a veces son funcionales a los gobiernos democráticos, otras no. Siempre son útiles para los fines (políticos o subjetivos o “comerciales”) perseguidos por esos personajes no tan serviciales.
La opacidad de sus acciones habilita que se urdan fantasías al respecto, no es sencillo diferenciarlas de aquello que llamamos realidad.
Mena es un funcionario joven, con buenas aptitudes como jurista. Participó en la redacción del Código Procesal Penal. También tuvo a su cargo preparar la defensa judicial del Memorándum de Entendimiento con Irán, cuando éste fue tildado de inconstitucional.
Como el secretario de Justicia Julián Alvarez, Mena está empeñado desde hace un buen rato en una contienda con lo que apodaremos (a falta de mejor mote) “la planta permanente” de la SI. El núcleo es la candente tensión entre el Ejecutivo y unos cuantos jueces federales. En particular, aquellos que hasta ayer eran identificados con la matriz menemista y la servilleta manuscrita por Carlos Corach. Hoy día se los describe como heraldos de la República. Cosas veredes, Sancho...
La mudanza de Parrilli expresa la necesidad de contar con alguien de fierro. También la de Mena que, como el creciente protagonismo de Alvarez, corrobora que La Cámpora forma parte del acotado círculo de confianza de Cristina Fernández, en la tarea de “defender la gobernabilidad”.
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Los mentideros y los quinchos vienen recogiendo escaramuzas o batallas entre la SI (o su sector más estructural) y la Casa Rosada. El acuerdo con Irán, queda dicho, fue uno. La SI, que antes se llamaba Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE), siempre fue tributaria de la información y la línea política sugeridas por la CIA y el Mossad para manejar la investigación del atentado contra la AMIA.
La “Embajada” fue hospitalaria y a la vez demandante con los agentes nativos y también con el fiscal ad hoc Alberto Nisman, cuya sumisión no está descripta en sospechosos partes de Inteligencia sino en los documentos revelados y bien narrados en el libro PolitiLeaks del periodista Santiago O’Donnell.
También se chimenta que la SI informó mal sobre si el ahora diputado Sergio Massa lanzaba su candidatura en las elecciones del año pasado. Habría transmitido que desistiría. Se sabe que el tigrense sí “jugó”... y que le fue bien. La combinación habría atizado la bronca de Olivos.
El primer conflicto está comprobado, el segundo no, aunque se ha narrado a menudo. Ha pasado bastante tiempo desde ambos: en la decisión comunicada ayer han de haber gravitado mucho más (acaso excluyentemente) elementos más cercanos, más coyunturales y ardientes.
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El recorrido de Aníbal Fernández, acuñado en el peronismo bonaerense, es diferente del de Icazuriaga o Parrilli.
Desde 2002 viene ocupando sucesivos e importantes cargos en el Ejecutivo, ha de haber batido records acumulando su tiempo. Es lógico porque la gestión es su ecosistema, el ámbito en que mejor se mueve. Hiperkinético, siempre conectado y polemista tenaz, es una figura relevante del Frente para la Victoria, pero tal vez nunca se le reconoció un lugar tan cercano a la Presidenta. La secretaría que ocupará se caracteriza por la cercanía y el trato (más permanente que cotidiano) con Cristina Kirchner. Lleva su agenda, la acompaña en los viajes, alterna con casi todos sus interlocutores.
Si la confianza es el factor común de los nombramientos, “Aníbal” ha recibido un espaldarazo y un ascenso. Dejará su banca en el Senado, en el que tenía mandato hasta 2017.
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La indómita SI, la rebelión de varios federales, los desafíos de los flamantes funcionarios... Esta historia, que no comienza ahora (para nada) continuará.
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