EL PAíS • SUBNOTA
› Por Horacio Verbitsky
Con la Convención del radicalismo se oficializó la apertura del año electoral, cuya próxima escala decisiva serán las Primarias Abiertas, Obligatorias y Simultáneas de agosto. La disputa entre quienes propusieron la alianza con Maurizio Macrì y quienes pugnaron por el acercamiento con el diputado bonaerense Sergio Massa es un indicador contundente acerca de las dificultades de ambos precandidatos para crecer sobre el electorado de tradición peronista, que a su vez carece de un candidato representativo de la coalición que durante una década sostuvo al kirchnerismo. Las consecuencias de lo ocurrido en Gualeguaychú se irán viendo de ahora en adelante.
La alianza con la nueva derecha que hizo su presentación en las calles durante la marcha de los paraguas, era la salida más lógica para el radicalismo, que recupera así la tradición del antipersonalismo alvearista o el unionismo balbinista. De hecho, el electorado de la Ciudad Autónoma ya hizo el trasvasamiento, de la UCR al PRO, sin la compañía de sus dirigentes, que un día miraron hacia atrás y se encontraron solos. Por eso, esta vez ni se permitieron soñar con la disputa por el primer término. El apoyo de Domingo Cavallo al acuerdo con PRO evoca el catastrófico epílogo del último gobierno radical, con Fernando de la Rúa, del que la UCR no termina de recuperarse y que algún pícaro recordó en un cartel apócrifo. En las elecciones presidenciales de 2003, su candidato oficial, Leopoldo Moreau, hoy inclinado hacia el kirchnerismo, apenas superó el 2,5 por ciento, mientras el tercio histórico del partido más antiguo se dividió entre dos descastados, Ricardo López Murphy y Elisa Carrió. En 2007 esa porción de simpatías radicales creció hasta rondar el 40 por ciento, pero dividida entre dos propuestas: la oficial partidaria, que propuso a un candidato ajeno como lo era Roberto Lavagna, y la paralela, otra vez con Carrió.
La aversión hacia cualquier vestigio de peronismo proscribe la alternativa ganadora más ostensible: con el alcalde porteño como candidato a presidente y el muchachón distinto de Tigre en la boleta para gobernador bonaerense. Esto hubiera solucionado el problema más serio que aqueja a ambos: la falta de un candidato que les permita hacer una diferencia en el distrito más poblado del país. Esto es más notorio en el caso del macrismo, mientras el Frente Renovador se ilusiona con que el comerciante Francisco De Narváez pueda repetir su desempeño de 2009, cuando batió a la lista que integraban el propio Massa, el gobernador Daniel Scioli y el ex presidente Néstor Kirchner. Claro que aquellas eran elecciones legislativas y De Narváez no pudo repetir ese resultado en las ejecutivas de 2011. Su acercamiento a Massa es contracíclico: mucho más denso es el tránsito en el sentido inverso.
En el debate político está instalado que la UCR se entregó al macrismo, y esto es avalado por las encuestas que ubican al empresario de la construcción como uno de los candidatos con mayor intención de voto, junto con Massa y el gobernador bonaerense Daniel Scioli. Nadie recuerda datos menos actuales pero más precisos, como los resultados de las últimas cuatro elecciones generales, las presidenciales de 2007 y 2011 y las legislativas de 2009 y 2013. No sólo por su distinto carácter, el cotejo es difícil. Además, en cada elección se realizaron distintas alianzas, nacionales o distritales. La principal fortaleza del macrismo está en la Capital, y la única vez que pudo hacer pie en Buenos Aires fue en una alianza con un sector peronista que hoy no lo acompaña. Su mayor ilusión es llevar como candidato a vice el corredor peronista de carreras de autos Carlos Reutemann.
A título sólo ilustrativo, los resultados nacionales y los de los principales distritos (las dos Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe y Mendoza) desaconsejan dar por sentado que el radicalismo es pan comido para Macrì. En 2007, la UCR se acercó al 17 por ciento del total de los votos en todo el país, cinco puntos más que el PRO. En las legislativas de 2009 también estuvo cerca de duplicar la elección del macrismo: 29,5 contra 17,7 por ciento. En las presidenciales de 2011, los radicales atrajeron al 11 por ciento de los electores y los macristas a poco más del 6 por ciento. La diferencia se estiró en las legislativas de 2013, cuando el radicalismo triplicó la votación del PRO: 24 a 8 por ciento. En ninguno de esos casos Maurizio Macrì fue candidato a presidente, lo cual puede hacer una diferencia, y Ernesto Sánz no es la figura más carismática que haya perorado en una tribuna radical. Aún así, las tendencias profundas del electorado, que se expresan en el largo plazo y en grandes números, no autorizan a dar por sentado que el hombre que habla con una papa en la boca sea número puesto en las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias. También es posible que el radicalismo vuelva a deglutir a una tercera fuerza emergente y sea el contendiente del peronismo en octubre.
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