EL PAíS
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Un camino de cambio se abre en el alto tribunal
La mayoría automática que legitimó arbitrariedades y negociados del menemismo se desarticuló. La renovación tendrá que reflejarse en los fallos para que retorne la credibilidad.
› Por Irina Hauser
El nombramiento de Eugenio Raúl Zaffaroni marca el comienzo de una nueva Corte Suprema. La que se desvanece es aquella que se abocó a sostener las políticas económicas de los noventa que desvalijaron al Estado y que, con artilugios jurídicos, garantizó impunidad a la tropa menemista. Diferenciarse de aquella trayectoria no será difícil, pero es igualmente cierto que la expectativa que se abre es muy alta. La puesta a prueba para Sus Señorías estará en los fallos que firmen de ahora en más, en la capacidad de revisar sus decisiones pasadas y en la forma en que se vinculen con el poder político. Ya no habrá mayoría automática, pero recién comienza a redefinirse el perfil del tribunal.
La llegada de Zaffaroni implica una ruptura por tratarse de un penalista ubicado en los antípodas del establishment judicial. Pero, además, llega al cargo después de haber pasado por la lupa de la sociedad, que tuvo la oportunidad de cuestionarlo, y de haber rendido todo tipo de cuentas. Entre ellas, reveló su patrimonio. Esto lo diferencia de sus nuevos pares, que se niegan a mostrar el propio en virtud de una resolución que ellos mismos firmaron. Ahora tienen una oportunidad de revisar sus privilegios.
Algunos juristas aventurados vaticinan que la que hasta ahora es una Corte de centroderecha, irá “liberalizándose” cada vez más. Lo que comenzó a verse desde que renunció Julio Nazareno es un realineamiento interno de los supremos y un cambio de prioridades. Ya no hay mayoría menemista tal como antes y la agenda que priorizaba las cuestiones económicas (como el corralito y el corralón) quedó reemplazada por la de derechos humanos. En esto, operó fuerte la prédica de Juan Carlos Maqueda, el más nuevo de los cortesanos –nombrado por Eduardo Duhalde a fin del año pasado–, quien tiene línea directa con el presidente Néstor Kirchner.
El presidente interino de la Corte, Carlos Fayt, ayudó a dar impulso.
Según los temas, muestran afinidades Maqueda, Enrique Petracchi y un renovado Antonio Boggiano, alguna vez un automático. A veces también Fayt. Lo más probable es que con ellos Zaffaroni encuentre alguna sintonía. El cordobés fue el impulsor de una sentencia para que se siga investigando al represor Jorge Rafael Videla por robo de bebés y de fallar por que continúe la pesquisa por la desaparición de la sueca Dagmar Hagelin. Pero otros temas se le fueron de las manos. Quedó solo, contrariando un fallo que negó el derecho a la identidad al prohibir obligar a una joven a hacerse un estudio de ADN para establecer si es hija de desaparecidos. Fayt, por ejemplo, que lo iba a acompañar, dio vuelta su propio voto.
Así las cosas, por ahora aparecen alianzas transitorias. Aunque Guillermo López, de la vieja mayoría, se acopló en los casos de Videla y Hagelin a la defensa del esclarecimiento de los crímenes de lesa humanidad, está muy aislado, más aún luego de la suspensión de Eduardo Moliné O’Connor. Y los pronósticos indican que tanto él como Adolfo Vázquez podrían ser los próximos en el banquillo. Por ahora subsisten y son, con Augusto Belluscio –que suele actuar como líbero, con buenos contactos con el poder– los exponentes de la línea más conservadora entre los supremos. La nueva Corte comienza con la entrada de Zaffaroni, pero no termina de definirse ahí y espera otros nuevos integrantes. Tampoco está garantizada una renovación de la Justicia si siguen intactos los tribunales federales. El alto tribunal deberá analizar finalmente las leyes de Punto Final y Obediencia Debida y definir, entonces, si abre el camino para condenar a los represores. Tiene la chance de replantear su funcionamiento en plan de reducir las chances de corrupción y venta de fallos. Y deberá demostrar si es capaz de funcionar con debates de calidad y sin mayorías sistemáticas. Se abre todo un camino.
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