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El Consenso de Buenos Aires, una forma de decirle no a Estados Unidos
› Por Cledis Candelaresi
La declaración conjunta que los presidentes de Argentina y Brasil difundieron ayer tiene como aspiración de máxima crear en Sudamérica un nuevo polo de poder, sobre postulados distintos a los que hasta ahora sirvieron para organizar política y económicamente el continente. El marco de esta propuesta común fue sintetizado en el denominado Consenso de Buenos Aires, cuatro carillas en el que Lula da Silva y Néstor Kirchner reconocen objetivos comunes de sus respectivas administraciones, como combatir la pobreza con un instrumento más genuino que los planes sociales e impulsar sistemas tributarios más justos. Pero el documento avanza hasta proclamar la voluntad de relanzar auténticamente el Mercosur, no sólo como ámbito de negocios de la región sino como paraguas político para actuar frente al resto del mundo. El remate se reservó a reivindicar la ONU y rechazar “todo ejercicio de poder unilateral”. El destinatario no mencionado pero claramente sugerido de estos mensajes son los Estados Unidos, en cuya capital hace más de veinte años se redondeó un consenso muy diferente.
Kirchner y Lula resolvieron reimpulsar el Mercosur animados por la afinidad política, pero, mucho más, por el espanto de un enemigo poderoso como los Estados Unidos, con probada capacidad para torcer las cosas en función de sus intereses. “Entendemos que la integración regional constituye una opción estratégica para fortalecer la inserción de nuestros países en el mundo, aumentando su capacidad de negociación”, admite un párrafo del Consenso porteño.
Sobre la base de este bloque sureño, ambos países se proponen retomar las discusiones en la Organización Mundial de Comercio, abortadas por la intransigencia de los países grandes a hacer concesiones en el tema agrícola. Lula y Kirchner optaron por defender este multilateralismo en contraposición a la hegemonía unilateral de Washington, que en el terreno de la seguridad se expresó en la prepotente determinación de invadir Irak, y en lo económico en la promoción del ALCA, esbozada como una eficaz fórmula para relajar las fronteras ajenas pero no para abrir las propias.
Es casi ocioso decirlo: Lula y Kirchner no rechazan la iniciativa de los Bush para construir una zona de librecomercio continental al punto que, según consigna la declaración conjunta de los presidentes, la idea es “llevar las negociaciones a una conclusión exitosa y equilibrada al 1º de enero del 2005. Pero a los ojos de ambos gobiernos sudamericanos, ese acuerdo necesita “ajustes (...) para acomodar aspiraciones y preocupaciones de todos los países”. El propósito enunciado es que la apertura económica no sea tan desbalanceada como amenaza serlo ahora, bajo el liderazgo de la Casa Blanca.
El propósito de afianzar el Mercado Común del Sur se traduce en muchas acciones que van desde al pronta instrumentación de la visa regional, como modo de facilitar el trabajo temporario, a la aprobación de leyes a través de expeditivos trámites administrativos, eludiendo la demora del debate parlamentario. Los enunciados comunes también incluyen el propósito de desarrollar satélites conjuntos, la infraestructura común, como la autopista del Mercosur y hasta la institución de un premio binacional de las Artes y la Cultura. Todos gestos amistosos genuinos.
Sin embargo, resultó imposible soslayar los conflictos de la relación bilateral generados en la competencia comercial. Un memorándum firmado ayer crea una comisión binacional de monitoreo del comercio que –tal como anticipó este diario en su edición de ayer– tendrá por fin “considerar casos puntuales de alteración súbita de importaciones”.
Ese cuerpo binacional, que por Argentina estará comandado por el secretario de Industria (hoy, Alberto Dumón) podrá recomendar a los gobiernos “medidas ejecutivas”, aún no detalladas en el papel pero que, según las negociaciones en curso, podrían llegar a la imposición de cuotas de importación. Es menos de lo que aspiran los empresarios textiles, delínea blanca y del calzado argentinos, quienes claman porque se los libere ya mismo de la competencia, en presunta avalancha, de los bienes brasileños. Pero significa un avance concreto en un vidrioso tema que tensa enormemente la relación entre los principales socios del Mercosur y amenaza diluirlo. La armonía del bloque es crucial para que Brasil y Argentina encaren en forma conjunta batallas diplomáticas que en forma individual resultarían aún más difíciles.
Los mandatarios reafirman en el Consenso “la necesidad de combatir las amenazas a la paz y la seguridad internacional y el terrorismo”. Pero precisan que deben hacerlo “en conformidad con la Carta de las Naciones Unidas y con los instrumentos de que son partes Argentina y Brasil”. Un modo de reafirmar, entre otras cosas, el rechazo a la amplia inmunidad que pretendían los marines norteamericanos para realizar ejercicios militares en suelo argentino.
Similar afán protector tiene la “Declaración sobre el agua y la pobreza” que integra el listado de papeles difundidos ayer. Lula y Kirchner se proponen preservar las ricas cuencas fluviales y lacustres de la región, “en particular los glaciares y el sistema acuífero Guaraní de aguas subterráneo”. Pero, bien saben ambos gobiernos, el único riesgo de esos tesoros no es la contaminación. También inquieta la oferta estadounidense de ayudar a otros países al ejercicio de soberanía efectiva los “espacios ingobernados o vacíos”, según la óptica del Pentágono: la Patagonia argentina y la Amazonia brasileña tienen esa categoría.
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