EL PAíS • SUBNOTA › LA PRESIDENTA EN EL CASINO
› Por Alejandra Dandan
Ana Testa estuvo secuestrada en la ESMA entre noviembre de 1979 y marzo de 1980. Contó que la primera vez que entró en la ESMA después del secuestro fue con la invitación de Néstor Kirchner. Y que a él le dijeron en ese momento: “No nos abandonen con esto”. Al explicar qué pasa once años más tarde, frente a esta intervención del espacio, dijo: “Se ha recuperado” este lugar que “era la cuna de la muerte. Hoy va a ser el lugar donde los jóvenes puedan venir a tomar esa parte de la historia”. Juan Cabandié habló en segundo lugar. Entre aquella primera vez y esta, dijo, había un cambio importante: ya no estaban en la calle, entrando, sino que intervenían desde el lado de adentro. Después del acto, la Presidenta recorrió el sitio.
La cadena nacional se había terminado. Dentro del predio, una pantalla seguía reproduciendo los momentos de la Presidenta en esa primera visita al sitio, en la intimidad. CFK se detuvo en el tercer piso sobre el pasillo al que dan las piezas en las que permanecieron las embarazadas, el espacio que concentró la maternidad clandestina de la ESMA. En una de esas celdas, una luz blanca, potente, luz de quirófano, ilumina una pregunta que una sobreviviente le hizo mientras estuvo allí al represor Luis D’Imperio, uno de los jefes del Grupo de Tareas 3.3: “¿Como es posible que en este lugar nacieran chicos?”. En ese espacio pequeño todo es asfixia. Cristina entró. Se acercó a un costado, desde donde se escucha la voz de Sara Solarz de Osatinsky, sobreviviente de la ESMA. Un testimonio que Sara dio en el juicio de plan sistemático de apropiación de niños, editado, en el que ella presenta, evoca, describe con vida a muchas de las mujeres que estuvieron ahí. La Presidenta pasó después a Capucha. Allí, sobre una tabla de madera colocada en el piso, pueden ser observadas las dimensiones inhumanas de ese espacio dispuesto por los marinos para los detenidos alojados. En la pantalla parecía hablarle a Estela de Carlotto sobre eso. Sus manos retrataban una y otra vez las imposibles dimensiones de una cucha. Luego, el Dorado. La caída de los cuadros. Los represores evocados con imágenes de sus fotos de legajos y más tarde con las imágenes en los juicios. Dicen que se quedó sentada y en silencio cuando terminó de atravesar la primera sala. El lugar era el comedor de los oficiales. Ahora, una proyección de unos siete minutos dialoga con el espacio para explicar cómo se llegó y qué fue esa última dictadura. “Reproduzca esta información por los medios a su alcance –imprime el final de esa proyección–. Millones quieren ser informados. El terror se basa en la incomunicación. Rompa el aislamiento. Rodolfo Walsh, agencia Ancla.”
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