EL PAíS • SUBNOTA
› Por Mario Wainfeld
Los dirigentes de PRO y su militancia apostrofan sin cesar al ex ministro Martín Lousteau, candidato de ECO. Componen la vanguardia de los militantes de (¿centro?) derecha los columnistas de La Nación y una caterva de comunicadores en medios audiovisuales. Lousteau insiste en participar en el ballottage al que Horacio Rodríguez Larreta llega con un margen de ventaja y cercanía a la mitad más uno envidiables. Similares a los que logró el jefe de Gobierno Mauricio Macri en 2007 y 2011.
Lo que enardece a los catecúmenos de la democracia es que haya dos semanas de críticas de Lousteau al PRO, gran esperanza blanca para las elecciones nacionales. Lo explicitan y agregan argumentos baladíes o cuestionables.
El costo de la jornada cívica es uno. Se calculan cifras estratosféricas, dignas de una auditoría. No la harán ONG como PROder Ciudadano que solo auscultan al kirchnerismo. El sambenito evoca, para colmo, razonamientos de las dictaduras militares.
Se añade que el veredicto de la primera vuelta es irreversible. Nada lo es en estas viñas del señor: hay casos en contrario en la experiencia comparada. Con el margen conseguido en la CABA y lo sumado por Rodríguez Larreta esos contraejemplos son contadísimos. Pero partidos son partidos.
Y deben jugarse porque esa es la regla impuesta por la Constitución local. El respeto institucional, en la comarca amarilla, se subestima en aras de la conveniencia del local. Fea la actitud.
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La política existe, aún entre contendores aliados en lo nacional como ECO y PRO. Lousteau se entusiasma con su rol y acusa a los macristas de alentar la timba, hacer fraude electoral y campaña sucia. En tiendas del hombre del pelo ensortijado evocan algo similar contra el kirchnerista Daniel Filmus cuatro años atrás. Los hechos sucedieron aunque en ese momento ni Lousteau ni sus sponsors radicales levantaron la voz. Cada quien atiende su juego lo que desconcierta a nuestro flamante amigo, el politólogo islandés quien aterrizó en Argentina creyendo la sanata del republicanismo opositor.
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La apuesta de Lousteau es un re direccionamiento masivo de quienes votaron a perdedores en la primera vuelta, en particular los del Frente para la Victoria (FpV). La izquierda convocó al voto en blanco, en general.
El FpV dio libertad de acción a los votantes: era jugada única, dadas las circunstancias. De cualquier forma, los militantes y simpatizantes del kirchnerismo polemizan entre sí respecto del voto táctico. Basculan entre apoyar a Lousteau para debilitar (o en el extremo) desbancar al PRO o votar en blanco lo que objetivamente mejoraría las chances de Rodríguez Larreta.
La misma polémica revela que no es exacto que ECO y PRO sean cabalmente lo mismo. Nada lo es en la arena democrática, aunque haya pocos matices diferenciadores en este caso.
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Los encuestadores imaginan transiciones variadas de preferencias, sin unanimidad. Del FpV a PRO, para empezar: las divergencias fincan en el porcentaje. Hay quien augura que los electores de izquierda podrían volcarse en buena proporción hacia ECO. Esa hipótesis suena menos creíble que la anterior, aunque también está sujeta a corroboración empírica.
Otros piensan que hay un electorado afín al PRO que se entretuvo avalando a ECO pero que el domingo próximo volverá al redil amarillo, pensando en la contienda nacional.
Todo está por verse, Rodríguez Larreta conserva un amplio favoritismo.
Este cronista intuye que la bronca familiar en la familia opositora es algo exagerada al dimensionar sus consecuencias nacionales. Quince días de polémicas no son tantos. Y hay 23 provincias con culturas políticas propias y diversas. Por lo general no se arroban con las cuitas entre porteños, así rocen a un candidato nacional.
El tablero general solo se alteraría si Lousteau diera el batacazo y ganara. En cualquier otra contingencia, la competencia seguirá su trayectoria fascinante
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PRO vs ECO dista de ser la única interna flamígera, las hay en distintas fuerzas. La senadora Gabriela Michetti hizo excepción a la tendencia, optando por un discurso contemporizador frente a Mauricio Macri y Horacio Rodríguez Larreta. Perdió lo que siempre es mal aliciente para eventuales imitadores. En cambio, el ministro Florencio Randazzo se había inclinado por un enfrentamiento flamígero con el gobernador Daniel Scioli. Lo sostuvo hasta que la presidenta Cristina Fernández de Kirchner lo convocó al baño de humildad, ofreciéndole como generosa contrapartida la candidatura a gobernador bonaerense.
Randazzo declinó. Quedaron en la pista el ministro Aníbal Fernández versus el diputado Julián Domínguez. Son muy tonantes, acaso disfuncionales para el interés conjunto, las polémicas entrambos. Se suma con entusiasmo el intendente matancero Fernando Espinoza, compañero de fórmula de “Julián”.
La impresión subjetiva de este cronista es que a los participantes les cuesta ecualizar la dinámica de la interna abierta, que no debería dejar malparado al vencedor.
Con criterio pragmático podría añadirse que una extrema beligerancia puede convenir a quien corre de atrás, como está probadamente Lousteau. A quien puntea, acaso, le pintaría bien mantenerse templado sobre todo cuando falta poco para el desenlace. Son puntos de vista, más vale.
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