EL PAíS • SUBNOTA
› Por Mario Wainfeld
Lo comentamos hace una semana. Es habitual que los medios audiovisuales anticipen quién ganó una elección a la hora de cierre de la votación. La única fuente posible, a las seis de la tarde cuando siguen abiertas algunas mesas, son las bocas de urna. Su difusión está prohibida por ley hasta las nueve de la noche, la norma se “gambetea” dando sólo el dato grueso... el esencial. Por lo general no se sincera cuál es la encuesta-fuente ni mucho menos los datos de la investigación. Las bocas de urna no son contratadas por los canales o las radios.
Es otro ejemplo acerca de cómo cohabitan, por así decir, medios y consultores.
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Se recuerdan varias bocas de urna fallidas desde 1983. A veces se entreveran con anuncios triunfalistas lanzados desde los “bunkers” de campaña. A menudo, dirigentes o militantes se sienten compelidos a “instalar” resultados para evitar que lo hagan sus rivales. Es dudoso que la táctica sea funcional, está probado que cunde su aplicación.
La memoria evoca casos de resultados propalados y luego desmentidos. A veces el anuncio es “consagrado” por la radio o la tevé. Así fue en 1999 cuando se dio por hecho que la candidata aliancista Pinky había ganado la intendencia de La Matanza. Se propaló, se celebró... se refutó en un rato.
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Seguramente el episodio más frustrante para periodistas y medios concernidos y vinculado con las bocas de urna se produjo en 1999 en Tucumán. Se elegía gobernador: competían Ricardo Bussi (hijo del dictador y ex gobernador Antonio Domingo Bussi), el peronista Julio Miranda, el aliancista Ricardo Campero y un dirigente provincial, Gumersindo Parajón.
El escrutinio discurría con lentitud. Las bocas de urna de los tres partidos principales concordaron en predecir la victoria de Bussi. Sus adversarios anunciaron públicamente su propia derrota, de a uno en fila.
Ese reconocimiento es un momento crucial en cualquier elección. Los ganadores lo esperan en momentos de incertidumbre, como corroboración del resultado. Como no hay nadie más interesado en conservar la duda que los rivales se suele dar por bueno el anuncio. Los candidatos disponen de datos propios, suministrados por los fiscales de mesa de sus partidos.
La combinación de los reconocimientos partidarios y las cifras precarias de las bocas de urna motivaron a los principales diarios nacionales a anunciar la victoria de Bussi. Lo hicieron en sus tapas y contenido del lunes Clarín, La Nación y Página/12.
En la misma mañana del día después el escrutinio revelaba que el justicialista Miranda se imponía por poco. Los diarios reconocieron, con matices distintos, el error cometido. Este lo hizo en su pirulo de tapa, asumiendo la falla y pidiendo excusas a los lectores. Se tituló “Lección”.
Este cronista fue parte de la metida de pata: escribió una nota de opinión el domingo para ser publicada el lunes analizando el resultado virtual e inexistente. Comentar un acontecimiento imaginario lo mortificó mucho en su momento y lo conturba aún hoy. Aborda el tema cuando da charlas sobre periodismo.
La explicación parcial, insuficiente desde ya, es que la palabra de distintos competidores es una fuente razonable para dar por sellado el resultado. Las bocas de urna redondearon la percepción. Como sea, los hechos son más rotundos que las interpretaciones. Y los errores más potentes que la dilucidación de las posibles causas.
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El cronista ha cubierto desde entonces decenas o acaso más de un centenar de elecciones. Procuró capitalizar la experiencia. Ahora explicita a qué hora cierra su columna y con qué datos de escrutinio. Quiso incorporar la lección a su manual de estilo. Revisando su producción, yo pecador, advierte que honró sus propias reglas... casi siempre. Alguna vez se le escapó la tortuga. El error acecha a todos quienes trabajan contra reloj, he ahí una moraleja que incita a ser minucioso y a la tolerancia con “los otros”.
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Un añadido para los devotos de las teorías conspirativas. Ningún interés avieso podía instigar al error propio. Si algo no querían este cronista y este diario era la prolongación de la dinastía Bussi. La falla severa nada tuvo que ver con el afán de manipular o de ser parcial. Los errores, pues, existen. Lo que no los dispensa, pero ayuda a encasillar conductas y a recordar las propias falencias antes de juzgar a terceros.
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