EL PAíS • SUBNOTA
› Por Mario Wainfeld
El triunfador de hoy recibirá la banda presidencial de la actual mandataria Cristina Fernández de Kirchner cumpliendo al dedillo el cronograma fijado de antemano y tras años de estabilidad política sin parangones.
Si Mauricio Macri vence se generará un debate y una disputa en el Frente para la Victoria (FpV) y el peronismo en su conjunto. En el corto plazo la elevada buena imagen de Cristina seguramente sufrirá un bajón. Es presumible que se revalorare en alza tras poco tiempo, superada la fatiga de tantos años y cotejada con la performance de su sucesor.
Tantas elecciones variadas generaron peripecias, decepciones, resultados cantados y sorpresazos. Con una mirada menos inmediatista hay continuidades a resaltar. Una clavada es que tanto Daniel Scioli como Macri eran “número puesto” para ser candidatos presidenciales este año. El gobernador reelecto de Buenos Aires y el jefe de Gobierno porteño no tenían reelección tras dos mandatos consecutivos. Estaban compelidos a jugar en ligas mayores o a diluir su carrera política.
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Si Scioli consigue llegar a la Casa Rosada romperá el maleficio que, según la tradición, persigue a los gobernadores bonaerenses: ninguno llegó a presidente en elecciones libres y limpias. El peronista Eduardo Duhalde fue el último que confirmó esa regla, cayendo a manos del radical Fernando de la Rúa en 1999.
La competencia entre el gobernante bonaerense y el porteño se replica ahora. Si Macri se impusiera operaría un fenómeno llamativo: dos jefes de Gobierno habrían accedido a la presidencia. Es un promedio alto, considerando que el distrito es relativamente nuevo. Hasta ahora hubo solo tres gobernantes electos: De la Rúa, Aníbal Ibarra y Macri. Los dos primeros no terminaron sus mandatos por motivos bien diferentes. Los completaron sus vices, Enrique Olivera y Jorge Telerman.
Dos sobre tres validados por un padrón nacional, culturalmente crítico de los porteños y su idiosincrasia, sería una proporción muy alta que obligará a repasar prejuicios o lecturas sobre las culturas políticas provinciales o nacionales.
La lectura conjunta de todas las elecciones libradas en este año ya induce a repensar clichés o prejuicios sobre la variada población argentina.
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El futuro de los dos adversarios pinta distinto si quedan afuera. Macri consolidó al PRO, lo hizo nacional y cabeza de una coalición opositora al kirchnerismo más viable.
Scioli habría resignado su territorio y sus perspectivas inmediatas de instalarse como referente opositor serán escasas.
La presidenta Cristina condujo un proceso de avances culturales y ampliación de derechos, que remata con niveles bajos de desempleo y un amplio esquema de protección social. Un estado benefactor extendido se consolidó mucho. No resolvió la desigualdad social, el mayor problema de la Argentina, pero la redujo en proporción significativa. Tan es así que los candidatos opositores viraron, por franqueza u oportunismo a prometer mucho de lo conseguido y apuntalado. Sería algo peor que una imprudencia o una violación de la promesa electoral si quisieran derribar los pilares del controvertido “modelo”. Por ahí, un descenso a la ingobernabilidad. Ese escenario no sería promisorio para la Argentina y sus habitantes ni para las fuerzas democráticas: la crisis institucional y económica genera muchas privaciones y dolor. En promedio “tiran” a derecha o al cualunquismo. No terminan como la del 2001, en un gobierno popular y progresista.
En cualquier futuro dentro los posibles, lo deseable es que el presidente electo capte que ha recibido un mandato curioso: no “ir por todo” pero sí ir por más para todos y todos.
Más allá de las preferencias subjetivas, ojalá que cualquiera de ambos entienda ese reto y se dé margen para llegar a exponerse al sufragio popular dentro de cuatro años.
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