Dom 03.01.2016

EL PAíS • SUBNOTA

La vida no vale nada

› Por Horacio Verbitsky

Hace pocos días se publicó un libro ilustrativo sobre las tramas ocultas que persisten en torno del atentado a la DAIA y la denuncia del ex fiscal Nisman, que ahora el gobierno intentará reactivar contra la ex presidente CFK. En “Iosi, el espía arrepentido”, los periodistas Miriam Lewin y Horacio Lutzky narran a tres voces con el protagonista la aterradora historia del agente de Inteligencia de la Policía Federal José Alberto Pérez, quien fue comisionado por la Policía para infiltrarse en las instituciones de la colectividad judía. Lo hizo tan bien que llegó a ocupar cargos de alta importancia, como prosecretario de la Organización Sionista Argentina, con funciones de seguridad en la propia AMIA y acceso incluso a las llaves del edificio. Sus mandantes llegaron a sospechar que pudiera ser un agente sionista infiltrado en la Federal. Como parte de su tarea, Iosi “fue el encargado de recopilar toda la información necesaria, hasta el más mínimo detalle de los objetivos que fueron atacados por los terroristas después. Y lo hizo por orden de sus jefes de Inteligencia de la Policía Federal, que consideraban a los judíos una amenaza. Les suministró todo: las características de la edificación, la distribución interna, las formas de acceso, los horarios, los sistemas de seguridad. En los momentos anteriores a los dos atentados, todos los policías federales que podían haber sido víctimas desaparecieron de los lugares donde tendrían que haber estado porque les avisaron que se fueran”. Si al principio pudo creer que el objetivo policial era la seguridad de esos edificios, luego del atentado de 1992 comenzó a sospechar que tal vez no era así, y cuando se produjo el de 1994 ya no tuvo dudas. Pidió que lo trasladaran a otras tareas pero eso no le bastó. Casado con una chica judía y con un creciente agobio psicológico y moral, en 2000 se puso en contacto con Lutzky, quien dirigía el periódico “Nueva Sion”. El mismo año otro agente de Inteligencia de la Federal, Claudio Liftzchitz, quien había sido infiltrado como prosecretario del juez Juan José Galeano que investigaba el segundo atentado, publicó un libro revelando cómo su institución y la Secretaría de Inteligencia habían inventado un desvío de la pesquisa para cubrir al gobierno del presidente Carlos Menem y sus contactos sirios y derivar la responsabilidad hacia la policía bonaerense de Eduardo Duhalde. Pero tanto la DAIA como la AMIA se alinearon con la SIDE para tratar de impedir que Liftschitz siguiera hablando, lo querellaron y pidieron pena de prisión contra él por “violación de secretos”. A raíz de ello fue procesado y también hubo un intento contra su vida. “Mal precedente para el desesperado Iosi”, anota Lutzky. La DAIA llegó a realizar un brindis de agradecimiento a la Policía Federal y su experto en terrorismo, el comisario Fino Palacios, quien hoy está procesado por el encubrimiento. En 2002, Iosi también puso su situación en manos de Miriam Lewin. Tanto ella como Lutzky intentaron que la historia escalofriante que Iosi quería contar contribuyera al esclarecimiento del atentado y que alguna institución pública o privada, nacional o internacional, garantizara su vida luego de hacerlo. Fracasaron en forma estrepitosa. Sólo con la ex ministra de Seguridad, Nilda Garré se sintió protegido, aunque no se produjo la oportunidad para que pudiera declarar en la causa judicial sin poner su vida en manos de los criminales. La entonces senadora Cristina Fernández de Kirchner recibió a Lewin y Lutzky y les concertó una reunión con el hombre fuerte de la SIDE, Horacio Antonio Stiuso, a quien el presidente Néstor Kirchner había confiado la causa del atentado, junto con Nisman. A Cristina le llevaría años descubrir lo que Lewin y Lutzky sabían desde el principio, que no podían confiar en ese hombre, por más que en los alineamientos entre servicios estuviera enfrentado con Palacios y los federales. No parece casualidad que se anuncie el regreso de Stiuso al país, justo cuando el gobierno intenta incriminar a la ex presidente. Uno de los jefes de Iosi fue el comisario Miguel Colella, quien luego de su pase a retiro, en 2007 se asoció con el ahora prófugo Martín Lanatta en una empresa de seguridad, Homeland Brokers. Como parte de su búsqueda acuciante de seguridad, Pérez había grabado un video de resguardo que quedó en poder de la prensa canalla. En julio de 2014 se hizo público, con intención comercial y de escándalo, con todos sus datos de identidad e incluso el nombre de su esposa, ya casada con otro hombre. Ante el riesgo inminente, Lutzky lo llevó a declarar a la fiscalía de Nisman, requisito imprescindible para que fuera admitido en el programa de protección de testigos del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos. Según Lutzky y Lewin, “el caso del espía plantado en la comunidad bajo la administración radical, que desarrolló su principal actividad de infiltración durante el periodo menemista, fue de inmediato utilizado para fines políticos coyunturales: el fiscal Nisman –en paralelo con Gabriel Levinas– aprovechó la declaración de Iosi para centrar sus críticas en Nilda Garré y, por extensión, en el gobierno nacional. En esa misma dirección, apenas unos meses después Nisman presentaría la denuncia por encubrimiento contra la presidente Cristina Kirchner. Lo importante para Levinas era la repercusión mediática, a días del aniversario de la bomba. Y, especialmente, endosarle el espionaje a Nilda Garré y al gobierno de Cristina. Esa misma orientación trató de darle el fiscal Nisman”. Aparte de apuntar contra Garré, filtró a la prensa partes del testimonio de Iosi que debía mantenerse en secreto y “no se avanzó nada en lo judicial sobre el rol de la Policía Federal. Si durante diez años Nisman no había hecho absolutamente nada para identificar la conexión local, ¿por qué iba a hacerlo ahora? Si lo hubiera hecho tendría que haber puesto de manifiesto negociados y asociaciones entre dirigentes de la comunidad judía y los miembros de la Policía que tenía que investigar”, añaden. El propio Iosi concluye, con pocas, secas palabras: “Soy una prueba molesta. Como ya dije una y mil veces, la vida, mi vida, no vale nada”.

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