EL PAíS • SUBNOTA
Ramona Cristina Galíndez de Rossi, “La Negrita”, fue secuestrada el 24 de junio de 1976 al atardecer, cuando iba por el Parque Sarmiento (el Palermo cordobés) con Alejandro, su hijito de 4 años, a quien llamaba “Pichi”, y su amiga Liliana Gell. Ese pequeño, ya hombre, declaró en este juicio y recordó la violencia del ataque. Que sintieron la frenada de un auto. Que su mamá empezó a correr. Que corría y corría llorando, gritando. Y que él también. A Liliana Gell la mataron a balazos. A “La Negrita” y al “Pichi” los llevaron a La Perla. “¡A La Perla a un nene de cuatro años, señores jueces!”, casi gritó el fiscal Vehils Ruiz en su alegato.
Ya en el campo de concentración, la sobreviviente Patricia Astelarra fue la que dio testimonio del destino de ambos: “Al Pichi le querían dar caramelos para que parara de llorar, pero él no los aceptaba. Lo tuvieron ahí unos cuatro, cinco días hasta que se lo llevaron a los abuelos a la casa. Todo fue muy terrible para él, para ella... La Negrita contó que (en el momento del secuestro) ella corría desesperada y que le gritaba al hijo que corriera para el otro lado, en sentido contrario para que se salvara. Pero claro, el nene iba para donde corría su mamá... Ella tropezó y se cayó. Ahí la agarraron y también se lo llevaron a él”. La sobreviviente Susana Sastre relató que “La Negrita Galíndez sufrió mucho por su hijito. Sabía que lo tenían en La Perla porque lo escuchó llorar en las oficinas”. También coincidieron Graciela Geuna, Teresa Meschiati y Piero Di Monte”. Este último, aterrado, refirió: “Cuando (el Pichi) estuvo en la cuadra nos creó un estado de estupor tremendo... ¡Que trajeran a nuestros chicos allí! Era el horror. Dijeron que lo llevaron a la casa de los padres de ella. Y eso ocurrió finalmente. Pero mientras, no lo sabíamos y fue terrible para nosotros que estuviera. Y cuando se lo llevaron, peor. La incertidumbre. A la madre la trasladaron y nunca más se supo de ella”.
Patricia Astelarra vio cómo la prepararon. “La tuvieron parada varias horas, amordazada, maniatada antes de subirla al camión. Ella sabía que la iban a matar”. A la ceremonia siniestra del traslado, los represores la llamaban “la solución final”. Como los nazis.
Los abuelos maternos que recibieron a Alejandro de brazos de la patota sufrieron, además, una amenaza: “Acá lo tienen. Encárguense de que no haga más preguntas porque, si no, volvemos a buscarlo”.
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