Dom 20.03.2016

EL PAíS • SUBNOTA

Derechas por doquier

› Por Mario Wainfeld

Cuando Donald Trump inició su campaña, especialistas en política norteamericana subestimaron su proyección. La empiria probaba que outsiders de extrema derecha perdían pie en las primarias y no llegaban a ser candidatos a presidente. Los avances firmes del millonario bocón reformulan presagios y tácticas de su partido: ahora se confía in extremis en que la Convención republicana le haga una zancadilla. Nada es certero cuando los precedentes fracasan.

La segunda “ilusión” es que la demócrata Hillary Clinton lo golee en las elecciones generales. Una votación en Estados Unidos concierne a “todo el resto del mundo”... habrá que prenderle velas a Hillary... en fin.

Las democracias europeas teclean en sus desempeños desde la crisis desde 2008. En España el bipartidismo cedió terreno y es imposible formar gobierno, por primera vez desde que volvió la democracia. El sistema italiano es único y poco explicable extramuros: solo ahí puede sostenerse un mandatario como Matteo Renzi. El presidente francés François Hollande es un clon paródico del socialista que prometió combatir al mundo de las finanzas.

La derecha extrema crece en prácticamente todo el continente, abarcando a Alemania, el sistema más estable hoy día, aquél en el que hay una líder revalidada en las urnas.

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Desde comienzos del siglo XXI América del Sur se destacó por la emergencia de gobiernos populares, progresistas, populistas, socialistas según cada paraje. Todos conjugaron con mayorías ciudadanas e hilvanaron revalidaciones fácilmente entendibles por el ascenso social de sus clases populares y el crecimiento económico. Ese ciclo atraviesa una fase difícil, como si el meneado péndulo se empecinara en virar a derecha.

En el cuadro general engarzan la derrota del kirchnerismo en Argentina, la consunción del proceso bolivariano en Venezuela.

Es imposible desvincular del contexto a la ofensiva contra el gobierno de Dilma Rousseff.

Medios, comunicadores y políticos argentinos vinculan lo que sucede allá con nuestra realidad. Es un criterio acertado, cuando se registran jueces que adoptan decisiones exorbitantes, medidas cautelares alocadas, judicialización salvaje de la política en general. La complicidad de la vanguardia mediática es conocida también en estas pampas.

Solo un iluso puede suponer que tenga apego al derecho un magistrado que divulga por los medios, en tiempo real, una pinchadura de teléfono ¡a la presidenta! O creer en la nobleza y transparencia de una oposición ansiosa de ganar en los tribunales lo que le fue negado en las urnas.

Dilma sumó al ex presidente Lula a su gabinete. Una maniobra defensiva extrema y válida en un combate que los enemigos libran sin reglas.

Se suceden, discuten entre sí, movilizaciones masivas a favor o en contra del gobierno democrático y del mayor líder regional del siglo. Según datos de la prensa dominante brasileña, releídos apenas, el corte de clases es notorio. La gran prensa ensalza la cantidad de blancos, de clase media o alta, con niveles superiores en educación formal o en ingresos. Puesto del revés, transmite que el PT conserva el favor de su base social humilde, que marchó “otros días” y con consignas diferentes.

La antinomia fuerza a tomar partido lo que interpela a Unasur y a los regímenes de la región. Hubo otros intentos de “golpe blando” antes, varios fueron sofocados: Venezuela, Ecuador, Bolivia. Otros fueron exitosos: Paraguay, Honduras. Jamás se produjo en el país más gravitante del vecindario.

Para el gobierno de Mauricio Macri la contingencia es un desafío: su corazoncito ha de estar con los golpistas pero la gobernabilidad regional no es broma ni deja de tener vasos comunicantes.

Más allá de la simpatía ideológica entre el gobierno argentino y la oposición salvaje brasileña, es mal dato para nuestro país una crisis política y económica en Brasil. Un chaparrón allí causa una inundación aquí.

La estabilidad democrática con consensos sostenidos es un bien escaso, el crecimiento una contingencia difícil. La solidaridad de las fuerzas populares es forzosa, más allá de las críticas y reproches que pueda haberse ganado el PT y que deben ser zanjadas por el pueblo brasileño al votar.

Nota madre

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