Dom 17.03.2002

EL PAíS • SUBNOTA  › OPINION

Lúgubre canto de las sirenas

Por Atilio A. Borón

El sueño neoliberal de una entrada gloriosa al primer mundo –”relaciones carnales” mediante– demostró ser un delirio que culminó en una sangrienta pesadilla. La Argentina es el más rotundo fracaso del neoliberalismo a nivel mundial y la más dramática experiencia de declinación económica del siglo XX. Pese a ello, el Gobierno continúa escuchando a las sirenas cuyos tramposos cantos nos condujeron –de la mano de la burguesía y sus corruptos políticos– al desastre actual.
En efecto, ¿qué nuevo “consejo” nos puede brindar el FMI que no hayamos adoptado en el pasado? ¿O es que hay alguien que piense que el Fondo no tiene nada que ver con nuestra debacle económica? Sin absolver de sus culpas y responsabilidades a las clases dominantes de este país, sus operadores políticos de turno –los Menem, Cavallo, De la Rúa, Alvarez, etc.– y sus usinas ideológicas como FIEL y CEMA, lo cierto es que el libreto de este drama fue pergeñado en Washington y avalado hasta el final por el FMI, cuando su fatal desenlace era visto hasta por un ciego. ¿No fue Carlos Menem invitado a pronunciar, junto con Bill Clinton, uno de los dos discursos magistrales de la Asamblea Conjunta del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, como reconocimiento a la valentía y sabiduría con que había extricado a la Argentina de su pasado populista y socialista para encauzarla por el sendero luminoso de la economía de mercado? Ahora los representantes del FMI fingen demencia y miran con cara de “yo no fui”, pero la historia es inapelable, y su alta cuota de culpabilidad en el fenomenal derrumbe de la Argentina es indiscutible.
Así las cosas, el Gobierno podría habernos ahorrarnos el espectáculo bochornoso y humillante que los argentinos padecimos estos días: una legión de ignorantes tecnócratas del FMI, dirigidos por un experto indio que por vez primera pone un pie en esta parte del mundo, vinieron a decirles a nuestros gobernantes –cual si fueran analfabetos, según objetara Fernando H. Cardoso– lo que tienen que hacer y cómo deben gobernar. Y éstos: ¿no sienten vergüenza? ¿No les queda siquiera una pizca de honor, de hidalguía, de patriotismo? ¿No se dan cuenta que tamaña genuflexión ante los dictados del imperio casi no tiene precedentes a nivel mundial? ¿Ignoraban lo que dijo el último premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, de que los “técnicos del Fondo son economistas de tercera”? ¿Tampoco oyeron la catarata de críticas de todo tipo que está recibiendo el FMI por su probada incapacidad para sugerir otra cosa que no sea su remanida receta ortodoxa, la cual profundiza la recesión, agrava la injusticia social y destruye la democracia? ¿Para qué los traen?
Días atrás Rudiger Dornbusch, el siniestro consigliere de los más grandes tahúres del casino financiero internacional, proponía para la Argentina una serie de disparates y desatinos –total capitulación de la soberanía económica; control de las principales agencias encargadas de la política económica en manos de directorios de expertos internacionales; completar “a paso redoblado y tambor batiente” las privatizaciones aún pendientes y la desregulación completa de la economía, etc.– que por cierto no brotaban de un análisis mínimamente riguroso de la economía argentina sino que parecían más bien ser la inolvidable resaca de una feroz intoxicación alcohólica. Pero, como en la Argentina neoliberal todo es posible, el primer acto de la alucinada regurgitación de Dornbusch apareció ya sublimado en la visita de la delegación del FMI, confirmando con hechos lo que aquél barruntara en su delirio.
El Gobierno tiene que cambiar el rumbo de la economía antes de que se consume un desastre de proporciones aún mayores que las conocidas hasta ahora. Tiene que obrar con sensatez y desoír a los tecnócratas y al establishment, pues la Argentina no necesita los consejos del FMI ni mucho menos de un nuevo préstamo. Lo que tiene que hacer para comenzar a salir de la crisis es tomar dos decisiones fundacionales: Primero, establecer una legislación tributaria progresiva que reconstituya al Estado y las finanzas públicas y ponga fin al infinito subsidio a los ricos y los grandes capitales mientras se profundiza el saqueo de los trabajadores, los pequeños ahorristas y los consumidores en general. No hay que hacerse ilusiones: si no se reconstruye el estado, destruido por el menemismo, no habrá democracia ni vida civilizada, y nos sumergiremos en un brutal “estado de naturaleza hobbesiano”.
Segundo: deberá producir un shock redistributivo que permita la recomposición del mercado interno, sin la cual no hay crecimiento posible. Si persistiera en su actitud suicida de escuchar los cantos de sirena del FMI y sus voceros el naufragio será inevitable, con lo que se abriría un ciclo de violencia y dolor que nadie quiere en este país.

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