EL PAíS
• SUBNOTA › LOS DOS CONTENDIENTES FRENTE A UNA NUEVA ELECCION
Ninguno tiene la vaca atada
› Por Felipe Yapur
Los miembros de la Corte Suprema fueron claros al recomendarles a los dos intendentes de la capital de San Luis, la justicialista María Angélica Torrontegui y el peronista disidente Daniel Pérsico, la necesidad de convocar a una nueva elección como único camino para resolver el conflicto. En principio ambos dieron su conformidad, sin embargo ninguno está seguro de que sea la alternativa conveniente. Torrontegui es consciente del desgaste que está sufriendo el gobierno de Alberto Rodríguez Saá, sobre todo en la capital, principal distrito electoral. A Pérsico, en cambio, le preocupa la ausencia de controles y, sobre todo, la heterogeneidad del movimiento opositor que no lo tiene como principal referente.
Por torpeza o por omnipotencia, el gobernador Alberto Rodríguez Saá provocó un inesperado conflicto político-social en la provincia que durante años controló su hermano Adolfo. Enfrentado con la Iglesia –por motivos que pueden ser considerados correctos pero muy mal implementados–, con los docentes y con el Partido Justicialista, ha dejado a la capital provincial en un estado de deliberación permanente. Obviamente, en contra de su gestión. Esto lo tiene muy claro Torrontegui, quien siente por primera vez que una derrota está en el menú de probabilidades. Sin duda, algo impensado años atrás.
La capital es el principal distrito electoral, en el que la clase media –la principal opositora a la gestión del gobernador– tiene una fuerte presencia. Al mismo tiempo sabe que con el hecho de tener a la Iglesia en contra el fantasma de una derrota crece porque la institución tiene influencia mucho más allá del límite de la clase media. Ni siquiera la tranquiliza el control que tienen sobre la administración pública y los planes sociales que maneja la provincia. El estado de asamblea que crece día a día en la ciudad provoca que se pierda el temor a posibles represalias y las huestes del Adolfo están al tanto de ello.
Esta y no otra es la razón por la que el ex gobernador, ex presidente y actual diputado nacional, se puso a trabajar para disciplinar a la tropa justicialista. El partido está molesto por el desplante que sufrió por parte de Alberto, quien no los convocó para ocupar puestos de gobierno. Adolfo habla de que todo responde a una campaña contra ellos orquestada por el gobierno de Néstor Kirchner. De todas formas, para conformar al PJ aprovechó la prensa local para hacer públicas sus diferencias con su hermano. Considera que si logra un aparato partidario sin fisuras, le permitirá recuperar el control provincial.
En la cabeza del Rodríguez Saá legislador también aparece la necesidad de que la probable convocatoria electoral no se limite sólo a Torrontegui y Pérsico. Para mejorar las posibilidades de su delfín es preciso que los comicios sean abiertos a todos los partidos. Pérsico está al tanto de ello y tiembla con solo pensarlo.
El peronista disidente está lejos de ser el conductor del movimiento opositor a la familia gobernante. Es por ello que para poder tener esperanzas de superar a los Rodríguez Saá deberá conseguir que el llamado los tenga como exclusivos contendientes. La presencia de otros candidatos lo debilitará frente a la maquinaria del Partido Justicialista. Además, juega en su contra el oscuro antecedente que significa la inexistencia de las planillas de los comicios que lo tienen como triunfador: “Las quemamos por que así lo ordena la ley electoral pero también porque sabíamos que se venía un allanamiento y esos papeles iban a desaparecer”, fue el flaco argumento que utilizó para responder ante una consulta de este diario. Esta situación es una de las principales críticas que Pérsico cosecha entre los opositores a los Rodríguez Saá.
La convocatoria de nuevos comicios debe resolverse en las próximas horas. Ambos retornaron a San Luis confiados en que la suerte está de su lado, pero van a necesitar algo más que fortuna para resolver el intríngulis en una provincia que está despertando de un sueño de décadas y que controló a gusto y paladar la familia Rodríguez Saá.
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