Mié 21.04.2004

EL PAíS • SUBNOTA  › LA DETENCION DEL RIOJANO POR EL CONTRABANDO DE ARMAS

Los 167 días en Don Torcuato

› Por Laura Vales

El 7 de junio de 2001, cuando el juez Jorge Urso le comunicó que quedaba detenido, él sólo atinó a preguntar “¿Dónde?”. Convertido en el primer ex presidente preso tras la recuperación democrática, Carlos Menem habrá pensado que se iniciaba una etapa negra de su vida. Pero pasado el susto inicial, las condiciones del arresto resultaron ser extraordinariamente cómodas. Tanto que 167 días más tarde, cuando recuperó la libertad, Menem no se mostró desesperado por irse a su casa como lo hubiera hecho cualquier preso, sino que volvió al lugar que había servido de prisión, la quinta de Armando Gostanian, para hacer una fiesta. A nadie le sorprendió demasiado porque así son las cosas en la Argentina.
La investigación por la que el ex presidente pasó aquellos meses de encierro forzado fue abierta por la venta ilegal de armas a Croacia y Ecuador, en la que el ex mandatario quedó procesado como supuesto jefe de una asociación ilícita. El juez Urso lo acusó además por la firma de los tres decretos que permitieron que las armas salieran del país.
La causa tuvo bajo su mira a varias figuras de la primera plana menemista. Emir Yoma, cuñado de Menem; su amigo de juventud y ex ministro de Defensa Antonio Erman González; Oscar Camilión y el ex canciller Guido Di Tella fueron algunos de ellos.
Menem pasó los cinco meses de detención acompañado por su mujer Cecilia Bolocco, quien le salió de garante ante la Justicia. En la quinta de Don Torcuato se entretuvo jugando a las cartas, mirando partidos de fútbol por televisión y haciendo política. En poco tiempo, la casa de Gostanian, con su terreno de 4800 metros cuadrados rodeado de árboles, se convirtió en la meca del menemismo. En las largas sobremesas de esos días era posible encontrar a Ramón Hernández, Alberto Kohan, Gerardo Sofovich, al hermano Eduardo y a su hijo Adrián.
Cuando trascendió que el preso había celebrado su cumpleaños número 71 con cientos de invitados, el juez salió a ponerle límites. Restringió la cantidad de visitas a dos personas por vez y acotó el horario de 10 de la mañana a ocho de la noche. Incluso amenazó con mandarlo a la cárcel si no se comportaba. Obediente, el entorno de Menem se cuadró. Carlos Corach y Eduardo Bauzá tuvieron que sacar turno para poder hablar con el ex presidente. Pero los abogados impugnaron la medida y consiguieron revertir la situación. En agosto, la Cámara Federal declaró que el detenido podía recibir a quien quisiera, en el horario que mejor le pareciese. Esa noche hubo brindis: la suerte del ex mandatario empezaba a cambiar.
Tres meses más tarde, el 20 de noviembre del 2001 la Corte Suprema –por entonces integrada con la mayoría automática que tantos servicios le prestó al menemismo– firmó el fallo salvador.
En un escrito breve –dictado para resolver la situación del detenido Emir Yoma–, el máximo tribunal consideró que no se había probado la asociación ilícita. Los jueces sostuvieron que las detenciones habían sido “arbitrarias” y que no existió falsedad ideológica de los decretos. Menem recuperó la libertad de inmediato. La investigación fue desactivada.
Desde entonces pasaron cosas no menos sorprendentes: Menem se lanzó como candidato a un tercer mandato presidencial, ganó la primera vuelta, abandonó la carrera antes del ballottage. La posterior mudanza a Santiago de Chile no tuvo otra razón que la debilidad de su poder político. Instalado en la residencia de su mujer, desde donde su equipo le ha armado una batería de apariciones mediáticas, el ex presidente ayer volvió a dejar en claro que no piensa en volver.

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